lunes, 8 de abril de 2024

Un jinete para seis caballos.


Soñé que había seis caballos y un jinete.

En el sueño, por cierto, yo me escuchaba decir que no sabía decir quién soy.

Era una frase extraña, por supuesto, y algo absurda, pero es lo único que recuerdo haber dicho en aquel sueño.

Las otras cosas que recuerdo solo son imágenes.

Imágenes fragmentadas, por cierto, que debo unir para dar con el paisaje del sueño en su plenitud: seis caballos y un jinete, como escribía en un inicio.

Ni siquiera recuerdo dónde estaban esos caballos.

A veces me parecía mirar, incluso, desde dentro de uno de ellos.

Otras veces, supongo, observaba todo aquello desde dentro del jinete.

Jinete y caballos que, pese a todo, no eran yo.

¡Qué absurdo parece al escribirlo…!

Y, sin embargo, desde dentro mío -incluso en la vigilias-, no me parece en lo absoluto así.

Solo sé que yo no era una de las siete figuras de aquel sueño.

Pero como el sueño estaba dentro mío, yo tenía el derecho (por decirlo de alguna forma) de estar -sin estarlo-, ahí.

Fue así que, casi al final del sueño, comencé a preguntarme por qué podía asegurar que el hombre que ahí estaba era efectivamente un jinete.

Y me lo pregunté, por cierto, porque el hombre no montaba ningún caballo, simplemente estaba ahí.

Respecto a los caballos, también me hice preguntas.

Pero no podía evitar que fuesen preguntas simples: cómo cuántos eran, por ejemplo, y poco más.

Y es que a veces -debo confesar-, un soñador para un sueño tampoco es suficiente.

Sobre todo, si se instalan las preguntas y no hay nadie (dentro de uno) que las sepa contestar.

Ahí quedan entonces los caballos, y el jinete.

Si usted se esfuerza, los puede observar.

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