martes, 10 de agosto de 2010

Salir de la ballena.

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No sé por qué insisten tanto en salir, los que están dentro de la ballena. Es decir, no recuerdo que Pinocho tuviese hambre o que Jonás sufriese de una forma especial allá adentro.
Es más, siempre que veo ilustraciones sobre una de aquellas situaciones u otras similares, el interior del animal parece contar con el espacio necesario, comida en abundancia y no falta la oportunidad en que incluso se encuentran en el interior otros seres interesantes.
Hoy en día, si lo comparamos con las medidas estándar de un departamento, digamos que el interior de una ballena no podría costar menos de 20.000 UF, e incluiría además el agua gratis.
Además, al interior de la ballena suelen encontrarse diversos elementos y artefactos con los cuales puedes dar forma a tu propio mundo: maderos, muebles, tesoros perdidos de barcos, botellas con notas dentro con los cuales armar tu biblioteca, trozos de tela… un universo entero a la disposición del náufrago -¿se dirá así o existirá una palabra especial que designe a los que están en dicha situación?-.
Pienso por ejemplo en la película Juego mental, que vi anoche, una animación que mezcla un sinnúmero de técnicas –tiene momentos realmente logrados-, y que, en un momento dado, tiene a sus protagonistas dentro de una ballena en la que encontramos absolutamente todo para vivir.
Un chico llega ahí con la mujer de sus sueños –y hasta con su hermana por si el sueño cambia-, y se encuentran con un viejo que no sólo tiene ese mundo ya preparado, sino que hasta les cocina a diario, les calienta el agua para el baño, y los trata de la mejor forma.
Digamos incluso que en aquel mundo, estaban más a resguardo de lo que existía en el mundo externo, donde eran perseguidos por yakuzas, sin oportunidad alguna de librar bien de aquella situación.
Sin embargo, los personajes se esfuerzan por escapar, hacen lo posible por salir de la ballena apenas se hacen conscientes de que la ballena morirá en algún momento –aunque dicho momento no sea necesariamente algo cercano-.
Le doy vueltas a esa razón, a ese deseo incontenible por salir de ese lugar apenas entendemos que aquel mundo está destinado a morir. Como si necesitáramos que nuestro mundo nos sobreviva, se mantenga ahí –no importan las condiciones- luego de que nosotros lo abandonemos.
Además, de cierta forma, el interior de la ballena es siempre un lugar sin Dios, un sitio alejado de la voluntad y el poder divino… Un sitio alejado de la luz, un lugar en el que sólo hay carne, pero no existe alma. Un útero vacío del que debemos salir por nosotros mismos sin ayuda alguna…
Y es que el interior de la ballena es el lugar donde llegamos verdaderamente a comprender quienes somos, -sin Dios ni ayuda alguna-. En medio de la oscuridad, cada uno debe ir aprendiendo a iluminar por sí mismo su propia vida, a entender que nuestro mundo es en realidad algo distinto a la suma de todo aquello que nos rodea, y que se encuentra justo adentro de aquello que no nos atrevemos a explorar: nuestra propia condición humana.
Como si al estar dentro de la ballena aprendiésemos también a estar dentro de nosotros mismos, a explorar y utilizar las distintas cosas que dentro de cada uno se encuentran, y a formarnos nuestro mundo, con nuestra propia “esencia”, nuestra propia condición.
Por último, pienso en el grupo de mineros que hoy en día se encuentran atrapados –quien sabe si aún con vida- al interior de una mina al norte de nuestro país. Pienso en los viajes del ministro y las poco significativas palabras del presidente –y de todos, en verdad-. Pienso en las búsquedas de culpables, en los familiares que acampan estos días al lado de las máquinas que siguen intentando el rescate. Pienso en el tardío aviso de la empresa, en la misa que hoy mismo se hacía en honor a San Lorenzo, patrono de los mineros, y hasta en la oración que los alumnos del colegio debieron hacer esta mañana… pero más allá de todo esto, -más allá de una crítica vacía al papel de los que no tienen rol alguno en todo esto-, pienso en aquello que existe hoy a 700 metros bajo tierra, aquel mundo cuyo significado sólo existe ahí… y –quiéralo o no y con lo pesimista que esto pueda sonar- pienso en el mundo que tenemos acá arriba para ofrecerles, si es que logran regresar.
Y no me refiero a días de reposo, indemnizaciones ni a entrevistas en tv, o abrazos con sus familiares… porque sacarlos de allá abajo no es solamente devolverlos al mundo, sino que conlleva la responsabilidad de tener un mundo qué ofrecerles. De permitirles ser quienes descubrieron que eran allá abajo…
Y sí, hay que salir de la ballena, pero hay que tener cuidado de no quedar luego, sin saberlo, al interior de otra ballena más grande, más llena de espejismos… pero tan sin Dios y sin espíritu, como aquella de la que escapamos.
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