miércoles, 31 de agosto de 2011

¿Y quién le preguntó a Lázaro?

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Lázaro volvió mudo
y un poco ofendido
pues con eso de la resurrección
se sintió en gran medida
pasado a llevar.

Dejé de ser un hombre
para convertirme en símbolo
,
alegaba sin decir
palabra alguna.

Y claro,
si bien pasó a ser algo así
como parte de la farándula
de aquella época,
no es menos cierto que esa misma situación
le trajo un número importante
de complicaciones.

Y es que para no andar con rodeos
la verdad es que Lázaro
tenía olor a muerto,
e incluso podía encontrarse
bajo sus uñas,
uno que otro gusano
que no comprendía aún
su nuevo estado.

Además,
había dejado de sentir
el sabor de las comidas,
y el alcohol y las mujeres
le traían absolutamente
sin cuidado.

Fue así que Lázaro se convirtió,
sin quererlo,
en el primer anuncio de cartón
a escala humana
hecho con fines publicitarios.

Y es que los fieles,
lo llevaban de un lado a otro
como prueba del poder
de alguien
que ya no podía explicarse,
por sí mismo,
en vivo y en directo.

Con razón no intentó salvarse él,
pensaba Lázaro,
mientras los otros evangelizaban
y él sentía que su carne se pudría
y hasta se desprendía
año tras año.

Fueron así muriendo
los que rodeaban a Lázaro:
su hermana,
su mujer
y hasta el mundo fue cambiando
mientras él,
cada vez se daba menos cuenta
de lo que ahí ocurría.

Lázaro se convirtió así,
en una especie de calcetín dado vuelta
o en un Ulises sin Ítaca,
y como la gente olvidó también
quién era,
lo cierto es que terminaron apedreándolo por las calles
exigiéndole que llevase su putrefacción
hasta otro sitio.

Lázaro vagó entonces de ciudad en ciudad
siendo considerado casi como una plaga
pues iba siempre rodeado de moscas
y dejaba un hedor nauseabundo
tras sus pasos.

Así, y por si fuera poco,
comenzaron a seguirlo las bestias,
quienes se situaban a una distancia prudente
como fieles discípulos
que nunca dormían.

Es un mesías putrefacto,
decía la gente, al verlo venir,
y se encerraban en sus casas
haciendo marcas en las puertas, inclusive,
para que Lázaro no entrara.

Pero ocurrió entonces que un día
el hedor de Lázaro llegó
hasta las infinitas narices de Dios,
y comenzó Él así a cuestionarse
que quizá había sido injusto
con el pobre Lázaro.

¡Pobre cabro!
dijo Dios,
y alejó a las bestias,
y luego espantó las moscas
hasta que por último se dio cuenta que prácticamente Lázaro
no era ya ni una hueá concreta,
por lo que ya no era útil
ni siquiera sentir lástima.

Contrariado,
y reducido a unos cuantos jirones
los restos de Lázaro lanzaron entonces una gran maldición
sobre el buen Dios:

Así como un día tú me hiciste revivir
para que la gente creyese en Ti
y te alabara,
yo te haré revivir un día
cuando ya estés muerto para todos
y así los hombres creerán en mí
y alabarán la carne pútrida de Lázaro…

De esta historia doy fe,
y testifico ante vosotros,
yo Vian,
siervo de la carne pútrida de Lázaro,
resucitado también por una gracia
cuyo objetivo final
todavía no comprendo.

martes, 30 de agosto de 2011

M, o las ventajas del café instantáneo.

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M siente que es un tanto negligente:
prácticamente no sabe cocinar,
se duerme a mitad de las películas
y hasta es incapaz de seguir
una conversación demasiado larga.

Pese a ello,
M siempre le pareció a los otros,
una mujer ejemplar,
aunque ella desconfía hasta hoy
de la sinceridad de dichas conclusiones.

Cuando F le regaló una planta
por ejemplo,
M no pudo contener el llanto,
pues mantenerla viva era una tarea
que sentía más allá
de sus posibilidades.

Además F es arquitecto
piensa M,
sin comprender aún la razón
por la que ambos terminaron casados
antes de cumplir los 24 años.

No hubo hijos,
ni obligaciones
ni tampoco un deseo sublime
del uno por el otro,
anota M en una libreta
donde toma apuntes
de todas aquellas cosas
que todavía no comprende.

A veces,
cuando F debe realizar
pequeños viajes de trabajo
por el fin de semana,
M se atreve a abrir el cuarto
donde F guarda sus maquetas
que considera más valiosas,
y M es capaz de sufrir viendo en ellas
la presencia de un mundo que le es esquivo
e inhabitable.

Un sicólogo al que fue a ver
llevado por una de sus amigas,
le dio como tarea a M
llevar para la otra sesión
la descripción de una acción
que ella sintiera hiciese
de forma irreprochable.

Así, M buscó desesperada
en su rutina,
sin encontrar nada,
y no hubiese vuelto a ver a aquel sicólogo
si no hubiese sido su misma amiga
la que dio con aquella acción.

“Preparas un café magnífico”
le dijo su amiga,
y M sonrió.

Escribió luego, en un papel,
más de 10 veces la descripción
de aquella tarea
y descubrió que se sentía realmente orgullosa
de cómo la realizaba.

Seleccionar los granos,
anotó como primer paso…

Tostar con cuidado el café,
escribió a continuación,
y así fue siguiendo con la descripción,
que le parecía perfecta.

La vida no era tan mala,
pensaba,
mientras recordaba incluso que ella misma
había descubierto aquella forma de prepararlo
sin mirar nunca una receta
ni asistir a cursos especiales,
como sus amigas.

Y claro,
fueron esas buenas semanas para M,
y el sicólogo se lo dijo…
si hasta F le había hecho el amor dos veces
en cuatro días,
había anotado ella,
estimando así que muchas cosas
podían comenzar a arreglarse.

Entonces llegó un viernes que M
había marcado con rojo en el calendario,
pues venía a casa un amigo de su esposo
y ella debía atenderlo
de buena forma.

M los miraba conversar
y hasta intentó participar en algún momento
aunque sin mucho éxito,
por lo que decidió ir a prepararles
un par de tazas de café.

Eligió los granos,
los tostó,
e hizo todos aquellos pasos
que había descrito antes
minuciosamente…

Sin embargo,
cuando todo estaba listo,
M se armó de valor
y decidió poner todo lo que tenía
en juego.

Y es que M,
sin haberlo planificado,
decidió preparar dos tazas
simplemente con café instantáneo.

Así, puso las tazas sobre una bandeja
con diseños,
y los dejó frente a F y su amigo.

Y claro, ellos tomaron el café
-¡si es que podía llamarse café a eso!-,
pensaba M,
sin decir una palabra.

M comenzó entonces a pasearse en torno a ellos
hasta que F comenzó a alabar a aquel café
diciendo de paso que le había quedado bastante mejor
de los que había hecho ella
en todo el último tiempo.

“¿No has cambiado el tipo de grano?”
le preguntó F.

Pero M no pudo contestar,
pues no quería que la viesen llorar
por algo aparentemente tan estúpido,
y corrió a encerrase en el cuarto
donde estaban las maquetas.

M miró entonces aquellas pequeñas construcciones,
sintiendo incluso, por momentos,
que había logrado introducirse
en ellas,
como una pequeña figurita inmóvil
de las que poblaban aquel lugar.

“¿Estás ahí, M…?”
preguntaba F, tras la puerta.

Pero nadie contestaba.

Por último,
el amigo de F se fue,
y él se decidió entonces a abrir la puerta
para hablar con M,
pues ya no podían
seguir postergando una conversación,
que se debían hace mucho.

Fue así que F abrió la puerta
para hablar cara a cara con M…

pero era tarde

y ella ya no estaba.

lunes, 29 de agosto de 2011

Desayunando en el supermercado, o un templo devorador de almas.

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“Y la adorarán todos los habitantes de la tierra
cuyo nombre no esté inscrito,
desde la creación del mundo,
en el libro de la vida...”
Apocalipsis 13, 8.
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Fue hace unos años. Yo arrendaba un departamento que quedaba justo al lado de un gran supermercado, y hacía un tiempo que había comenzado a descuidarlo, por distintas razones que no viene al caso nombrar.

Fue así que un día, en parte por razones económicas y en parte por simple flojera, decidí comenzar a desayunar en el supermercado.

Sucedía los fines de semana, generalmente después de una pequeña borrachera o sencillamente tras una noche de insomnio… Me levantaba temprano, me duchaba e iba a primera hora a pasearme por los pasillos y a consumir los productos de muestra con los que inauguraban el día.

Nunca faltaba la promotora con café, otra con galletas, quesos cortados en cubitos, o hasta algunos trozos de chorizo, si tenías suerte.

Y claro, mientras, la música típica de un supermercado en la mañana ayudaba a la digestión, iba yo acostumbrándome a ese mundo que existía de una forma tan precaria como el supuesto orden que intentaba disimular en mi departamento: basuras bajo la alfombra, cama deshecha bajo el cobertor estirado, y las botellas vacías acumulándose en un pequeño cuarto destinado a la lavadora que por ese entonces no tenía.

-¿Y vives al lado? –me preguntaban en el supermercado.

-Sí, pero todo está a mal traer y me iré pronto del lugar –contestaba yo, como excusándome.

Y es que de tanto desayunar en aquel lugar, terminé conociendo al personal y hasta algunos clientes habituales.

Lucy, por ejemplo, era una promotora de quesos a la que le faltaba al menos la mitad de un dedo meñique; don Tomás era un viejito que venía todas las mañanas a compra pan y que se quedaba unos minutos oliendo los duraznos; Mónica era una mujer que le gustaba mirar las flores y los arreglos que vendían, y que luego se ponía a sollozar frente al lugar donde se encontraban las piñas…

La vida era cómoda así… y económica. O al menos así me lo parecía entonces, evitando pensar en otras cosas.

Pero ocurrió entonces que un día, tras sacar dos trocitos de queso desde la bandeja de Lucy, sucedió algo extraño: me percaté que los trozos que había sacado eran en realidad el mismo trozo.

-¿Qué quieres decir? –me preguntó Lucy, esa vez.

-Que acabo de sacar dos veces el mismo trozo… -intentaba explicar yo.

-¿Quieres decir que los trozos son iguales?

-No… quiero decir que los trozos son el mismo… -le dije.

Así, comencé a fijarme que todo aquello que ocurría en el supermercado: don Tomás oliendo duraznos, la señora Mónica llorando junto a las piñas y hasta los niños que jugaban por los pasillos corriendo con una pelota que al final nunca compraban… eran algo así como secuencias repetidas de un artificio, que me hicieron sentir de pronto atrapado y repetido, como en una composición de Bach.

Fingí, sin embargo, que no había descubierto nada, y comencé a recorrer los pasillos, buscando nuevas evidencias.

Descubrí así que en la pescadería, por ejemplo, estaba viva, sobre el hielo, la misma langosta desde hacía semanas… o que los reponedores de productos sacaban y ponían mercadería sin el menor sentido lógico, solo por mantenerse ocupados.

-Alguien quiere engañarme –concluí.

Sentí entonces cómo las cámaras del lugar me seguían, y escuché una serie de códigos dichos por alta voz que seguramente, estaban advirtiendo sobre mi descubrimiento.

Con todo, logré despistarlos y salir ileso del lugar, escondiéndome en mi departamento, desde el cual miraba hacia el supermercado.

-No han podido conmigo –pensaba, orgulloso-. He descubierto el plan y he podido escapar cuando todavía estaba a tiempo.

Luego, saqué el trocito repetido de queso que tenía aún en un bolsillo y comencé a mirarlo.

-¡Son el mismo…! –decía a solas, en voz alta- ¡Son el mismo! ¡Y quizá hasta yo mismo tenga otro que soy yo aún en el supermercado!

Y claro… ¡estaba en lo correcto! Pues no pasaron ni diez minutos cuando vi salir del supermercado a alguien que no debía estar ahí.

-Soy yo –pensé, apenas lo vi-. Ese soy yo, como el otro trozo de queso.

Lo peor, sin embargo, era que aquel yo estaba dirigiéndome directamente hacia el departamento, y podía suceder entonces que nos encontráramos frente a frente y ya fuese tarde para buscar otro tipo de solución, o entendimiento.

Rápidamente saqué entonces la basura desde debajo de la alfombra, tiré hacia atrás el cobertor de mi cama y hasta esparcí por el departamento la mayor cantidad de botellas vacías, para esperar de la forma más honesta posible a ese yo que venía en mi misma dirección.

Fue entonces que sentí una llave en la cerradura y mientras escuchaba que se abría la puerta, cerré los ojos con desesperación, llegando incluso a ver manchas de colores y a perder el equilibrio, debiendo apoyarme en una muralla.

-¿Sabes qué sucede? –le preguntaba al que había acabado de entrar-. ¿Sabes cómo podemos resolver esto?

Pero nadie respondía.

Para cuando abrí los ojos estaba yo con las llaves del departamento en la mano, entrando en él, justo bajo el marco de la puerta.

Y sí… el departamento estaba vacío, todavía en ese orden simulado, pero ya no podía engañarme.



Dos días después ya estaba yo fuera del lugar, y todo lo que aún valía la pena de ese sitio, me lo había llevado conmigo.

En cuanto al supermercado, supongo que sigue ahí, engañando a unos cuántos… casi como un ser maligno...

O como una cárcel llena de pasillos.

O incluso un templo, devorador de almas.

domingo, 28 de agosto de 2011

Todas las estrellas muertas.

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O las estrellas están muertas,
o están en agonía.

Eso dice una revista especializada
donde un físico alemán
expone sus teorías
aparentemente comprobadas.

Y claro,
yo leo la revista,
y por única vez pienso
que sería útil
recurrir a la censura.

¡Nada de estrellas muertas!
Me digo.

Y es que eso es lo único que faltaba:

¡Venir a rodearnos ahora
de millones de cadáveres…!

Molesto,
salgo entonces a caminar
en medio de la lluvia,
y hasta la borrachera se me pasa
en medio del agua,
el viento
y hasta el frío,
que se instalan en mí
de un momento a otro
y sin aviso.

Me refugio así
bajo el alero
de un restaurant chino,
donde descubro de pronto
hay también una gallina
blanca y mojada
apoyada en una esquina.

Ahora bien,
no sé si se entiende,
pero no debiese haber habido ahí
una gallina blanca.

¡Es más…!

¡No debiese haber habido
ningún tipo de gallina
en aquel lugar!

Entonces
me fijo en la gallina
y hasta intento hablar con ella
por si fuese parte de una fábula,
¿pero saben?
al parecer la gallina
era solo una gallina
y no tenía ni la menor esperanza
de encontrar moraleja.

¿Te puedo contar algo?
le dije de todas formas.

Hay un hueón, en Alemania,
que dice que las estrellas están muertas,
es decir,
que ya no hay estrellas naciendo
sino solo
algunas pocas en agonía
y otras simplemente extinguidas
y acabadas.

Pero la gallina,
como mis alumnos,
no me tomaba en cuenta.

Seguí hablándole así un rato,
esperando que la lluvia
amainara un poco,
cuando me di cuenta que la gallina
en realidad,
estaba empollando algo.

Esto es hermoso,
me dije,
aquí, en medio de la lluvia
y el viento,
una gallina blanca
está empollando…
¡y luego nos vienen a decir
que las estrellas están muertas!

Sin embargo,
mientras buscaba yo a alguien
para comunicarle el descubrimiento,
la gallina se puso de pie,
y pude percatarme entonces
que la gallina estaba dándole calor
simplemente a una piedra.

Y claro, decepcionado,
yo miré entonces a la gallina
cara a cara
y hasta me pareció encontrarle un parecido
con el físico alemán.

Así que tú también, Bruta,
le dije,
pero la gallina no daba muestras
de ofenderse.

En cambio,
volvió a situarse sobre la piedra
y a protegerla
como si se tratase de un huevo.

Por último,
ofendido,
seguí caminando bajo la lluvia
un buen rato.

Fue entonces cuando comencé a cuestionar
mis conclusiones,
y hasta consideré
que la gallina y la piedra
escondían claramente una moraleja,
y me avergoncé.

Así,
me devolví lo más rápido que pude
hasta donde había dejado
a la gallina,
aunque desde lejos pude ver
que ella
ya no se encontraba ahí.

¿Ha visto una gallina blanca?
le preguntaba a la gente
que pasaba por el lugar,
pero nadie supo
decirme nada.

Incluso,
una chica que atendía el restaurant
me entendió mal
y quiso venderme
un chapsui de ave.

Cómo sea,
lo cierto es que al fijarme bien
me di cuenta que la gallina
había olvidado su piedra.

Me acerqué entonces hasta ella
y la tomé suavemente,
actuando como si acaso
hubiese podido quebrarse.

La piedra estaba tibia aún,
y tenía ciertamente
la forma de un huevo,
aunque estaba sin duda
tan muerta
como las estrellas.

Y sí…
volví hasta mi pieza, con ella,
y ya podrán adivinar
qué estoy haciendo
mientras escribo.

Por último,
-y esto se los pido como un favor-,
si ven una gallina blanca
por ahí,
díganle que en medio de una biblioteca,
si hay suficiente fe,
la estará esperando un hijo.

sábado, 27 de agosto de 2011

Mientras seas hermosa estás viva.

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“¿Tienes algo que sea todo?”
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Ella es una desconocida. Está frente a mí por azar, por una serie de accidentes y coincidencias que podrían haber desembocado de mil formas distintas. Habla conmigo por inercia, un poco porque está dolida y en gran parte porque está drogada. Yo, en tanto, no recuerdo del todo como fui a parar frente a ella. Así, mientras habla, caigo en cuenta que -físicamente al menos-, nunca había visto a una mujer tan hermosa.

-Mientras seas hermosa estás viva –me dice-, me lo contó una chica después que me asaltaron el año pasado y al tipo se le trabara la pistola cuando quiso dispararme… salió en los periódicos, no sé si te acuerdes…

-No… no me acuerdo… -dije yo, y era cierto.

-El caso es que me contaron que se debía a mi belleza –sigue ella-. Yo no creía, claro, pero también he resultado intoxicada por emanaciones de gas, y han estado a punto de atropellarme varias veces y nunca me termina pasando nada… como si no pudiese morir…

-Mmm…

-Hoy mismo por ejemplo, un auto estuvo a pocos metros de atropellarme, pero se desvió a último momento y terminó golpeando a una mujer algo mayor y que caminaba encorvada… ¿entiendes?

-Eh… no, no mucho…

-Es que nadie la hubiese esquivado a ella, pienso yo… no si tuviesen que elegir, al menos…

-¿Entonces tú crees que no puedes morir solo porque eres bella?

-Claro, si ni siquiera recuerdo haberme enfermado alguna vez…

-Pero quizás… -pensé en voz alta-, quizás se trate simplemente de una enfermedad distinta…

-¿Qué quieres decir?

-No sé bien, pero eso de no morir me suena también un poco a maldición, a otra forma de enfermedad, quizá…

-Sí, entiendo lo que dices… a veces lo pienso, es cierto… y hasta me imagino que si por error llegase a morir, los demás solo se asombrarían…

-¿A qué te refieres?

-A que no se entristecerían… eso pasa con lo hermoso, como con las flores de un jardín… ¿has visto acaso llorar a alguien porque se muera una rosa…? Pues yo te aseguro que no… y de llorar, lo harían por el jardín, no por la rosa en sí… nadie llora la belleza de la rosa.

-Quizá no, pero al menos se llora el vacío que deja…

-Sí… es mejor que nada… es una pequeña marca, como la enfermedad.

-¿Como la enfermedad?

-Sí, la enfermedad es a veces una marca del tiempo…

-¿Una marca física?

-Sí… si la enfermedad es física, pero yo prefiero una enfermedad de las otras… esas que hacen crear anticuerpos que fortalecen el espíritu…

-¿Te das cuenta lo que estamos hablando?

-No… jaja… yo hablo no más… a todo esto ¿qué sabes tú de mujeres hermosas?

-¿Yo…? Eh…

-No te preocupes por hablar, yo olvido todo en las mañanas…

-No es eso… es que no sé bien que decir…

-¿Sabes algo de ellas…?

-Mmm… sé que abren ventanas y puertas y que gustan de las corrientes de aire…

-¿Ves? También puedes hablar sin pensar…

-Sí…

-¿Y qué más?

-Que ocurre en ocasiones que las corrientes de aire se vuelven tan fuertes que se transforman en torbellinos, y ocurre entonces que la casa está vacía…

-¿Cómo el jardín sin la rosa?

-Sí, pero no es un vacío tan claro… es un poco más tenebroso…

-¿Tanto como para dar miedo?

-Sí… la verdad es que sí… me dan miedo las mujeres hermosas, pero no es su hermosura lo que me asusta, sino su oculto deseo de enfermedad, o de evidenciar lo frágil… como si les gustara extender un pie hacia el abismo…

-¿Entonces no me ocurre solo a mí?

-Supongo que no… debe ser común en las mujeres bellas…

-…

-¿Sabes que hice hoy?

-No.

-Pues hoy estuve mirando a través de una imagen satelital, cómo el mar cubría una isla, hasta hacerla desaparecer…

-¿Y estaba desierta?

-¿Qué cosa?

-La isla.

-Ah… no sé… pero supongo que nunca nada está totalmente desierto… es como con las corrientes de aire: aunque no haya nadie, siempre hay algo que sigue habitando por aquellas casas.

-¿Sabes? Hablas con tristeza… como si tú te quedaras a escondidas habitando aquellas casas.

-Quizá sea así, por momentos… puede que me quede más de la cuenta en esas casas…

-…

-…

-Disculpa, quizá te hice sentir mal… ¿en qué te quedaste pensando?

-Pensaba si una biblioteca puede considerarse un lugar desierto…

-Por supuesto que no… una biblioteca es muy distinta a una casa vacía o una isla que desaparece, según lo que contaste…

-Sí, debe ser así.

-¿Te cuento mejor qué fue lo que hice hoy?

-De acuerdo.

-Hoy en la mañana me puse el traje más hermoso que tengo y me maquillé hasta quedar más bella que nunca…

-Creí que te incomodaba serlo…

-Bueno, sí, a veces… pero esto era con otro objetivo… luego de arreglarme, decidí encerrarme en la casa; exactamente lo contrario de las corrientes de aire.

-¿Y?

-Y pasó que lloré toda la tarde, porque esa belleza se estaba desperdiciando… era como una enfermedad autoinducida… así, por último, al no poder seguir llorando y verme arruinada, decidí salir.

-¿O sea que ahora estás arruinada?

-Sí, técnicamente sí… es decir, es como negarse a sacar la basura de la casa por varios días… no es que todo sea un desastre, pero es mi única forma de hacer entrar la enfermedad.

-Pero el llanto no es enfermedad… no necesariamente, al menos.

-Pero es la única enfermedad a la que puedo acceder, al menos de momento.

-¿Y sales a qué, luego del llanto?

-No sé bien… Mi salir es como una espera… como esos cuentos de niños donde la princesa espera dormida a que el príncipe la despierte o la vuelva a la vida…

-Pero al revés.

-Claro… yo espero el beso de la enfermedad, y el de la muerte… eso busco.

-Suena extraño.

-Sí, pero no terrible… así que ya sabes, si quieres besarme tendrá que ser con uno de esos besos.

-Pues lo dices como si fuese un capricho…

-Es que ese es mi destino: todo el mundo me consiente, pero nadie me ama…

-¿Y qué quieres?

-Que no me consientas.

-¿Y crees que morir te salvará de todo?

-Quizá…

-Yo creo que estás buscando la salida fácil… imagina si mueres y el cielo es… no sé, ¡como un montón de chicas como tú!

-¿Cómo un montón de barbies?

-Exacto… y Dios viene entonces y te pregunta sobre tu futura reencarnación… pero solo puedes cambiar tus accesorios.

-¿No se me permitiría cambiarme la cabeza, o el corazón?

-No.

-Pues es cierto… mi verdadero sueño es que se me permita ser otra… ir desgastando la belleza, simplemente… creo que no ocurrirá nunca…

-¿Y si eso ya está ocurriendo?

-¿Cómo?

-¿Qué tal si no lo sabes, pero eres como esas frutas que siguen con una apariencia perfecta, pero ya se han podrido por dentro?

-Lo dices para darme ánimo…

-No, lo digo porque sucede a veces.

-Pero para descubrir si la fruta está dañada… ¿habría que partirla de todas formas, no es cierto?

-Sí, creo que sí.

-Entonces es lo mismo…

-No es lo mismo, tú hablas de vegetales, de flores… pero no te das cuenta que no perteneces a ese reino…

-¿Qué quieres decir?

-Eso, que tú no eres flor, ni fruta… y posees una voluntad que quizá te permita desertar, simplemente.

-¿Desertar de mi belleza?

-Sí, justamente.

-¿Y si lo hacemos juntos?

-¿Qué cosa?

-Desertar.

-Pero no tengo belleza de la cual desertar.

-Es cierto… veamos… ¿de qué podrías desertar tú?

-No lo sé… ¿de mi trabajo?

-No… tu trabajo solo es parte tuya, en cambio mi belleza es todo para mí… ¿no tienes algo que sea todo?

-¿Algo que sea todo?

-Sí… algo que sea todo, pero no seas completamente tu mismo…

-Pues no sé… creo que ya deserté de todo eso.

-¿Con otra mujer hermosa?

-Sí… pero ella hizo trampa y no desertó al final.

-Mmm… lo lamento.

-No te preocupes, no hay nada qué lamentar.



viernes, 26 de agosto de 2011

Una mosca en un ojo, o lo experimentado como externo.

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“Lo experimentado como externo
no pertenece a lo interno intencional,
aunque nuestra experiencia de aquello resida allí,
como experiencia de lo externo”
Husserl.
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I.

Un amigo me cuenta que descubrió que tiene una mosca en un ojo. Es decir, adentro del ojo, volando de un lado a otro.

-¿Y te duele? –le pregunto.

-¿Qué cosa? –contesta él.

-La mosca po, hueón.

-La mosca no puede dolerme po hueón, no soy yo…

-¿Cómo?

-Que me tenís que preguntar si me duele el ojo y no la mosca.

-Ah… verdad… ¿y?

-¿Y qué?

-Que si te duele el ojo… el que tiene la mosca, me refiero…

-No. No me causa molestias, en verdad.

-¿Te agrada entonces?

-Tampoco… No siento nada…

-Mmm… ¿Puedo ver el ojo?

-¿Ver el ojo?

-Sí… aunque suene raro… ¿puedo ver el ojo donde está la mosca?

-Ok –me contesta y se saca los lentes de sol y yo lo miro.

-¿Está ahí todavía? –me pregunta entonces.

-Sí. Todavía.

-¿Y está viva?

-¿Querís que le tome el pulso, hueón?

-No po hueón… me refiero a si la ves moverse…

-Mmm… espera… ahora sí, ¡voló hasta una esquina del ojo…!

-Puta…

-¿Qué pasó?

-No sé… me sentí mal supongo… es que siempre tengo la esperanza que la mosca se haya ido, o se haya muerto, por último…

-Sí… eso pasa cuando se tiene eso.

-¿Una mosca en el ojo?

-No po, hueón… eso pasa cuando se tiene esperanza.


II.

-¿Y es cierto que no sentís nada especial al tener la mosca? –le pregunto.

-¿Algo en el ojo, decís tú?

-Sí… cuando la mosca se mueve, por ejemplo.

-No, nada… de hecho tengo que verme en un espejo para darme cuenta.

-¿No deja huellas, entonces?

-¿Huellas?

-Sí po, hueón… impresiones… rastros de movimiento…

-No creo… Es decir, a veces me pongo a pensar en la mosca y siento como si ella buscase algo que no tengo, y por eso se quedara en el ojo…

-No entiendo.

-Como que la mosca se quedase en el ojo porque no encuentra el lugar que está buscando, adentro mío.

-¿Como cuando Noé supuestamente mandaba un pájaro y este volvía porque no pillaba donde posarse?

-Quizá…es que no conozco la historia, para ser sincero… pero el caso es que la mosca vuelve al ojo como si este fuese un accesorio, o algo desconectado de mí mismo.

-¿Y por eso no sentirías nada?

-Claro, porque el ojo termina siendo una especie de lente, o de máquina decodificadora… pero incompleta…

-¿Pero quién codificaría lo que ve el ojo?

-Mmm… es que mira, yo creo que es un proceso incompleto, es decir, el ojo ve algo café con verde que parece estar encadenado al suelo, y de pronto comprendemos que es un árbol, es decir, decodificamos que es un árbol… sin embargo, al mismo tiempo, desconocemos quién codificó el árbol, y no somos capaces de llegar a esa naturaleza… a la verdadera impresión de todo aquello…

-¿Te refieres a la voluntad de codificar… como los universalia ante rem, de Schopenhauer?

-No, los ante rem están fuera, son voluntad de mundo… en cambio yo hablo de significados internos, una especie de impresión espiritual en el receptor…

-¿Y podría percibirse eso?

-Sí, pero solo como impresiones instantáneas, creo yo… inconstantes… no hechas para permanecer…

-¿No permanecerían como huellas…?

-No, y por eso es que la mosca como experiencia termina siendo parte de un hecho que no deja huellas concretas…

-Pero entonces eso no sucedería solo con la mosca…

-¿A qué te refieres?

-A que la realidad entera pasaría sin dejar huellas establecidas… es decir, igual es el ojo quien las decodifica…

-Claro, pero ahí no es solo cuestión de nuestros significados internos, sino de algo que puede sonar absurdo, pero que simplifica bastante esta problemática…

-¿Y qué sería eso?

-Que la realidad es infeliz… y que lo sabe… y que por eso no nos da la cara…

-No entiendo el nexo… ¿por qué no nos da la cara si es infeliz?

-Porque la cara de la realidad son las huellas, y acá no hay pasos que dejen huellas… la infelicidad dejó a la realidad inmóvil, avergonzada…

-¿Eso crees, realmente? –le pregunto, interrumpiéndolo.

-Sí, eso creo –me respondió.


III.

-Yo tengo un alumno que no puede decir “presente” –le conté-. O sea, quiere decir “presente” y termina diciendo “presidente”…

-¿Y a que viene eso? –me interrumpió.

-Viene a que lo realmente grave de aquello es que no puede ni siquiera explicar lo que no puede decir.

-O sea que no podemos nombrar nuestras carencias…

-Claro… pero no me refiero a nombrarlas y punto… esa es una especie de muerte académica que tampoco me gusta… yo me refiero a algo así como la imposibilidad de darle vida a algo, si nosotros mismos no tenemos…

-¿Y ayudaría el poder darle vida a algo como para quitarme la mosca del ojo?

-No lo sé, realmente… de hecho no creo que ese sea el problema central, es decir, yo creo que habría que desconstruir la mosca…

-¡Pero la mosca existe en mi ojo…!

-Sí, pero su existencia es como la palabra presidente para mi alumno…

-Pero tu alumno percibía al menos qué quería decir, aunque no lo nombrara.

-No sé… intuía el hecho concreto y fonético… es cierto, pero el problema real no… No su mosca, digamos.

-¿El significado de su mosca?

-No… De hecho no es un problema de significados, sino gramático…

-¿La mosca?

-¡Claro! ¿Podrías decirme acaso qué función gramátical cumple en ti la existencia de la mosca?

-¿Qué?

-Que si sabes qué función gramatical tiene la mosca…

-Mmm… ¿sustantivo?

-No me refiero a eso,… eso es morfología, además… yo te pido centrarte en la sintaxis…

-¿Sujeto…?

-No… -le digo-. La verdad no creo…

-¿Y qué sería según tú?

-Morfológicamente adverbio, y sintácticamente un complemento de modo… uno que viene a afectar a aquello que observa… a lo que tú mismo vives…

-¿Y entonces cuando digo mosca estoy diciendo realmente…?

-¡No lo digas! –lo interrumpo-. Además tienes que comprender qué estás diciendo cuando dices ojo.

-¿Pero y los demás?

-Los demás son distintos a ti –concluí-, y si les interesa, deben ellos mismos, resolver sus propios acertijos.

jueves, 25 de agosto de 2011

Qué sucedió con mi novela.

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“Todo hecho y ningún contento”
M. F.
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Santiago de Chile / Santiago de Cuba / 1998


-Disculpe. Llamaba para preguntar qué sucedió con mi novela.

-¿Qué novela?

-La novela que ustedes me pidieron revisar, para una posible edición.

-Ya… pero ¿con quién hablo?

-Con Vian. El autor de la novela.

-De acuerdo señor Vian, pues verá, acá recibimos muchas novelas así que le pediría que pudiese usted explicarse de mejor forma.

-De acuerdo, lo intentaré.

-¿Recuerda qué editor estaba a cargo de la lectura?

-Creo que su apellido era algo así como Magoo…

-¿Magout…? ¿Se refiere usted a Magout?

-Eh… sí, ese…

-Le comunicaré con él, no corte…

-Gracias.

Tuuu… rututu… tururuuuuuu….

-¿Diga?

-¿Señor Magout…?

-No… creo que pasaron mal la llamada, traspasaré la comunicación, disculpe…

Tuuu… rututu… tururuuuuuu….

-Hola, aquí el señor Magout ¿con quién hablo?

-Eh… con Vian… usted me pidió una novela hace un tiempo, luego del concurso…

-¿Usted es el chileno?

-Eh… sí, bueno… un chileno… somos hartos.

-Sí, me refería al del concurso, al que le pedí la novela…

-Sí, ese soy yo.

-Pues me alegro de hablar con usted, Vian… ¿Supongo que llama para saber si leí su novela?

-Sí.

-Pues la leí. Al revés y al derecho.

-Al revés debe resultar extraña.

-Es un decir, Vian, es una frase que hace referencia a que…

-Si sé a qué hace referencia, era una broma.

-Ah… es que lo dice usted con un tono serio… ¿quiere saber qué me pareció?

-¿La novela?

-Claro.

-De acuerdo.

-Mmm… pues la verdad es que me descolocó un tanto… es decir, me gusta, no es que me desagrade, pero… no sé cómo decírselo…

-¿Me faltó una tilde?

-No. No es eso. Es más que eso…

-¿Dos tildes?

-No.

-¿Tres?

-No son tildes, Vian, es cuestión de plagio.

-¿Cómo de plagio?

-Plagio, copia, usurpación de texto.

-¿Usted está diciendo que mi novela le parece copiada?

-Sí… es una impresión, claro, y por más que la leo y recurro a otros editores, todos me plantean la misma observación, aunque nadie sabe decir verdaderamente cuál es el original.

-Es que yo tengo el original.

-¿A qué se refiere?

-A la novela original. También es mía. Les envié una adaptación.

-¿Me está diciendo que existe otra novela anterior a esta y que usted la adaptó y nos envió dicha adaptación?

-Más o menos… es decir, no existe un original concreto… es solamente que no da cuenta de algo original… no se puede…

-¿Cómo no se puede?

-No se puede ser original. No hablo de la historia, claro, sino que todo nace gastado.

-¿Se refiere a que todo se ha escrito, que todo se ha dicho?

-No. Al contrario. Nada se ha dicho… pero se trata acá de que las cosas no comienzan realmente cuando se las crea…

-¿Como lo de las guaguas que nacían viejas en el pueblo donde transcurre su novela?

-Casi, pero eso es distinto… me refiero más bien a que el mundo fue inventado antiguo… y nosotros, claro, adentro del mundo.

-¿Nosotros fuimos creados antiguos?

-Fuimos creados con piezas ya usadas, de ahí el eco y el desgaste…

-Pues para serle sincero, Vian, eso también me suena a plagio.

-Usted puede tomarlo como quiera señor Magout.

-Pero si pienso que es un plagio no publicaré su novela, ¿no lo entiende?

-Lo entiendo, pero es que justamente lo llamaba para que no la publicase.

-¿Llamó para que no la publicase?

-Exacto.

-¿Y por qué?

-Porque mi novela me suena a plagio.

-¿Lo admite usted entonces?

-¿Qué cosa?

-Que copió su novela.

-No lo admito, solo digo que me suena a eso, igual que su vida, o que esta conversación, o el proceso que se sigue para publicar algún escrito.

-¿Todo es plagio entonces?

-No. Pero todo es viejo. De hecho, creo que no debiesen emplearse los verbos en presente.

-No lo entiendo…

-No debiese decirse "yo amo", por ejemplo, sino "yo amé"…

-¿Porque no hay presente?

-No, al contrario: porque todo es presente, pero está gastado… todo es actuación de algo que ya hicimos… como jugar a las compras con dinero verdadero, pero que ya perdió su valor…

-¿Y qué se podría hacer entonces?

-Se podría hacer nada, pero con estilo.

-¿Eso es una broma, de nuevo?

-No.

-¿Y no va a presentarme tampoco otra novela?

-No. Al menos en 14 años.

-¿Va a estar 14 años escribiendo una novela?

-No. Voy a terminar de gastar las piezas que tengo para creer y emprender luego el proceso de la fe.

-¿Está hablando de Dios?

-No. Estoy hablando del creer sin certezas ni razones válidas. Una obra después de 14 años.

-¿Y qué va a hacer entonces durante ese tiempo?

-No sé… jugar con mis propios verbos, quizá… hasta que todo sea pasado… hasta que todo sea "amé" y no "amo", por ejemplo.

-Bueno… al menos el pasado nos da certezas.

-Es bonita frase esa…

-¿Cuál?

-Esa, de que el pasado nos da certezas… aunque me suene a plagio…

-Sí, puede que tenga usted razón, Vian…

-Por supuesto, siempre la tengo en mis escritos.

-¿Entonces esto también…?

-Sí, también será escrito, y será pasado, y se convertirá en certeza…

-Pues debiese haberme avisado, para decir cosas más importantes…

-Es que nada avisa, señor Magout, y uno se acuerda de golpe, simplemente, de sus promesas.

-…

-…

-¿Por qué no aprovechó de terminar con esa frase, Vian?

-Es que quería pedirle que me dejara con el sonido de llamada en espera… ¿puede ser?

-¿El “tuuu… rututu… tururuuuuuu…”?

-Ese mismo.

-Pues no lo haré, Vian. Me parece un mal final.

-Pero es que aquí mando yo, mejor no discuta… y además así dejamos la música esa en espera unos 14 años.

-¿Y después?

-Y después veremos. Tal vez para entonces, ya signifique algo.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Macedonio fiscal, o un niño quiere un globo.

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“Todo lo que buscáis y creéis a veces que no hay,
a veces peor aún, que es imposible,
lo hay,
pero el nombre que dais a vuestra busca y deseo
es equivocado…”
Macedonio Fernández.
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I.

Veo a un niño que llora porque quiere un globo.

Luego observo que al niño le compran un globo.

Tras recibirlo, el niño deja de llorar, es cierto, pero no es felicidad lo que tiene.

Y es que el niño en cuestión, no se ha saciado en lo absoluto.


II.

Pueden ustedes cambiar elementos en lo expresado anteriormente. O incluso transformarlo a una fórmula matemática y reemplazarlos de una manera organizada, pero lo cierto es que el resultado será siempre similar.

No importa si es un globo, o un viaje, o tener sexo con una persona en particular… verán ustedes que ocurrirá algo parecido en ese intento frustrado de poseer, y que siempre termina dejándonos a solas con nosotros mismos: tras el globo desinflado, en el baño del hotel, o a un costado de la cama. Y en el fondo de nosotros una sensación que podríamos nombrar como “carencia”, por no tener, justamente, una expresión más específica, que la determine.

Y es que a final de cuentas el “ser con” aquello que ansiamos, se yergue como un imposible que frustra a cualquiera que no sepa nombrar aquello que busca con la palabra adecuada.

Sí, justamente como lo dice Macedonio en el epígrafe, y sin que exista un culpable concreto, pues a veces la frustración puede incluso ser entendida como la semilla de una nueva ansia y todo aquel proceso se revela entonces como el artificio creado por alguien para mantenernos vivos.

Pero no me pregunten para qué.


III.

A propósito de culpables y de Macedonio, ¿sabían ustedes que el escritor argentino trabajó varios años como fiscal en la provincia de Misiones, sin llegar nunca a condenar a ningún acusado?

Yo lo supe hace poco y me impresionó bastante. Tanto como para llegar a conseguir una dañada fotocopia de la tesis con que se recibió como abogado (1897) y que justamente habla –indirectamente, es cierto-, sobe la imposibilidad de las personas para ser consideradas culpables de sus actos.

Al respecto, Macedonio señalaba –en la tesis-, que la vida era el único acto realizado por todo hombre, y que ésta, como acción, al ser indivisible, por ser una, no puede analizarse fragmentariamente. De esta forma, habría que esperar el término de la vida de un hombre, para lograr saber si este hombre es culpable o inocente, de su propia vida.

Por último, si rastreamos y seguimos esta idea en los escritos posteriores, veremos que esta única acción además, pasa a ser entendida como realizada por la totalidad de los hombres. Es decir, no podemos considerar a ningún hombre culpable, hasta el final de la vida de todos los hombres.


IV.

¡Me cae bien don Mace…!

A veces se enreda y sus textos parecen escribirse sobre una duda más que sobre certezas, pero su inacción es simpática, inteligente y pura. Y además no condenó a nadie.

Por si fuera poco era tan humilde que hasta se avergonzaba de su inteligencia y decía que no era suya, sino de todos los hombres.

Así, aunque pasaba horas sentado ejercitando el pensar y renunciando a todo movimiento, a mí me gusta creer que aquello era justamente ejercitar el “ser con” aquello que lo rodeaba, y que, en secreto, quería a los otros, y que en eso consistía su absurdo, y su deseo de silencio.

Y es que el absurdo hermoso de don Mace, de ese viejito convencido, según sus propias palabras, que “el problema inmenso lo derrotará”, es de cierta forma haberse mantenido fiel a sí mismo, alumbrándonos con una luz leve para que veamos más allá del globo, del viaje o de lo que sea, la apariencia correcta de aquello que buscamos…

Es entonces cuando me imagino a don Mace, sujetando todavía un fósforo que me invita a buscar, en lo que me rodea, otras cosas que necesito… y diciéndome con afecto que no soy culpable de nada… igual que usted… igual que él… igual que todos.

martes, 23 de agosto de 2011

Un pueblo con una casa.

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I.

Parece un chiste, pero hay un pueblo con una casa. Con una sola casa me refiero. Una edificación pequeña, sencilla y que es lo único habitado en aquel lugar.

Digo que parece un chiste porque la gente ríe cuando cuento sobre él y muestro fotos. Y a veces hasta quieren discutir diciendo que eso no puede ser un pueblo.

-Un pueblo es otra cosa –me dicen.

Los más modernos buscan entonces en sus multifuncionales aparatos telefónicos la ubicación del lugar y verifican que sí, que aparece indicado como pueblo, aunque no se hace mención al número de habitantes, ni a la extensión territorial.

-Si supieran que tiene una sola casa no saldría con ese nombre –alegan, pero su tono ya es distinto, como si aceptasen la nomenclatura.

Yo entonces les cuento sobre mi visita al pueblo... mi llegada a la única casa, y sobre aquello que encontré, sorpresivamente, en su interior.

-¿Qué es eso? –me peguntan cuando les muestro la foto.

-Es el hombre de la casa –contesto yo.

-¿Cuál hombre?

-El hombre del pueblo –les insisto, acercándoles la imagen.

Ellos entones, con la foto en sus manos, la colocan en distintas posiciones para ver al hombre del que les hablo.

-¡Pero eso no es un hombre…! –dicen, tras un análisis que creen correcto-. Es como una esfera pequeña, poco más grande que una bolita…

Yo me doy cuenta así que ellos se refieren al ojo del hombre, uno que está solo, sobre la mesa, igual que la casa habitada al interior del pueblo.

-Solo se han fijado en el ojo del hombre –les aclaro.

-¿Y el hombre? –se defienden ellos- ¿Acaso un hombre no es justamente lo que rodea a ese ojo… más el ojo…?

-¿Creen ustedes que eso es un hombre? –pregunto.

-¿Y qué es sino? –insisten ellos

-No sé definirlo bien, quizá… pero ahí hay uno –digo volviendo a la foto.

Los demás me miran y guardan silencio. Luego se van.


II.

Lo del pueblo no es metáfora. Ni lo del hombre. Me gustaría dejarlo claro.

Sé que suena extraño y que la lógica que manejan les lleva a decir que no, pero yo les planteo un juego.

-Piensen –les digo- en un hombre. Uno tradicional y entero, en principio… Ahora bien, en su imaginación, para que no sufra, córtenle ustedes un brazo… ¿sigue siendo un hombre?

-Sí –aceptan ellos.

-Ahora córtenle el otro brazo, y de pasada las piernas… ¿sigue todavía siendo un hombre?

Ellos dudan un poco, pero al final aceptan el criterio.

-Pues bien… sigan ahora hasta llegar a un ojo. Despojen de todo al hombre menos de un ojo… ¿sigue siendo un hombre?

-No –dicen ellos, rotundos-. Por supuesto que no es un hombre… ¡es un ojo!

-¿Y en qué momento el hombre dejó de ser un hombre para pasar un ojo? –les pregunto.

Pero ellos no contestan, pues creen que estoy borracho. Y no comprenden de despojos.


III.

Está bien… es cierto, estoy borracho. Pero el punto aquí es otro.

Yo se los diría, con gusto, pero me duele sentir que no me creen, y que me miran como a alguien poco serio.

Es decir, sé que ellos verán las fotos, y opinarán sobre el lugar… aunque sin nunca atreverse a visitarlo.

Respecto al hombre, por otro lado, creo que nunca aceptarán que lo llame de esa forma, y todo lo que él ha visto se perderá… y puede que hasta llore el hombre en esa casa que es la única de un pueblo, sin que nadie logre nunca darle importancia a su tristeza.

Y es que quieran aceptarlo o no, esto es cierto: hay un pueblo que tiene una sola casa. Y en la casa hay un hombre que a veces parece ser un ojo, o una boca, o hasta un corazón, pero nadie acepta que es un hombre.

Si fuera una cáscara de hombre, pienso finalmente, por más que estuviese vacío, nadie dudaría de su existencia.

Profundamente nadie.

lunes, 22 de agosto de 2011

La imaginé entrando en una habitación vacía.

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"Dicen que la gente no comprende lo que lee,
pero yo creo en realidad que solo comprenden lo que leen
y no comprenden lo que viven"
Otto Wingarden.


La imaginé entrando en una habitación vacía. Sin tristezas ni dramatismos innecesarios. Solo entrando en la habitación vacía. Encendiendo la luz. Observando el vacío. Dándose cuenta que ahí no hay nadie, salvo ella.

Quizá se le ocurra pensar que hay alguien que la observa. Que la imagina justo en esa situación. Bajo la luz. Casi como un experimento.

La imaginé caminando por la habitación. Acercándose a las paredes y al lugar donde debiese estar la única ventana tapada por cortinas azules. Pero ahora no hay ventana. Todo está vacío. Y ella mira la habitación donde no hay registro alguno.

Quizá se le ocurra pensar que vivió borrando las huellas de sí misma. Y sienta que en el mundo de los hechos reales esta habitación es un absurdo.

La imaginé buscando la puerta de la habitación vacía. La imaginé no encontrándola. Desesperándose poco a poco puesto que ella no sabe estar consigo misma. Y se incomoda. Porque al principio piensa que es un juego, pero de a poco comprende que todo es tan absurdo y vacío como la vez aquella en que se enfrentó con una existencia aún más absurda y más vacía que la de ella en la habitación en que ahora imagino que se encuentra.

Quizá se le ocurra pensar que debe también ponerse en duda. Y tema porque no siempre estamos dispuestos a apostar todo por nuestra propia existencia, y dudamos de nuestra propia realidad. Y desaparecemos un poco.

La imaginé entonces recordando aquella vez en que de niña, se quedó en silencio observando de frente a una almeja. Ella era pequeña y se había llevado aquel molusco hasta su habitación, porque no logró comprender que aquella almeja estaba viva, y quería comprobar su existencia.

Quizá se le ocurra pensar, años después, que fue esa almeja la que devoró todo lo que hubo alguna vez en su habitación. Pero claro, sería muy difícil que ella pudiese llegar a expresar esto, con certeza.

La imagino tranquila. Mirándola. Esperando hasta que el molusco se abriera y ella metiese el dedo y la almeja lo apretara, sin sutilezas. La imagino moviéndose por la habitación con la almeja cerrada sobre su dedo. La imagino sin gritos, sin embargo. Dudando simplemente de su propio experimento.

Quizá se le ocurra pensar que no llega a comprender porque carece de alguna habilidad. Y se sienta culpable, incluso, por no tenerla.

La imagino así, por último, preguntándose qué es aquello que está en la habitación impidiendo que ésta se encuentre totalmente vacía. Es decir, la imagino preguntándose sobre qué es ella misma, en una habitación vacía, sin nexo alguno con lo que la rodea.

Quizá se le ocurra concluir, entonces, que ese es el único camino para comprobar realmente quienes somos. Algo así como meter los dedos en nuestras propias llagas, para tener certeza que existimos. Y que el dolor de existir, existe con nosotros, para transformarse luego en otra cosa.

domingo, 21 de agosto de 2011

Nuestro planeta emite un ruido mientras gira.

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I.

Nuestro planeta emite un ruido mientras gira. Un ruido al que nos acostumbramos incluso antes de nacer y que somos incapaces de distinguir.

Existen pruebas científicas para comprobarlo y puede usted recurrir a ellas si no me cree, pero yo le pido confianza y un poco de atención, durante un par de minutos.

Ahora bien, podría yo inventarle que escucho ese ruido, o que me doy cuenta del movimiento de la tierra en mi propio equilibrio, pero no quiero ganar su atención a base de mentiras. Además ya le confesé que quiero su confianza y no su atención… y créame que se trata de un deseo sincero.

Aceptemos entonces que nuestro planeta hace un ruido mientras gira, y que nos acostumbramos tanto a él, que no lo percibimos.

De esta forma, si está de acuerdo, pase usted al siguiente punto.

Si no, de todas formas, le deseo a usted un buen día.


II.

Ya que estamos en confianza me gustaría confesarle que no siempre he sido sincero.

Puede sonar como excusa, pero me lo explico porque solo con el paso de los años pude yo darme cuenta de quién era, y comenzar a actuar de forma honesta.

Y es que solo podemos ser sinceros, pienso, cuando sabemos quiénes somos y desde donde nace nuestro discurso.

Digo esto porque justamente de esta insinceridad, nacieron hace muchos años mis burlas a una mujer que caminaba inclinada hacia un costado, y que pasaba todos los días por fuera de mi colegio.

Al pasar, recuerdo que era yo el encargado de inventar alguna historia supuestamente chistosa referida a esa mujer, mientras mis compañeros celebraban las ocurrencias y hasta hacían dibujos, de vez en cuando, ilustrando las aventuras.

No obstante, mi insinceridad existía, dado que yo conocía a esa mujer, y hasta hablaba con ella en ocasiones, pues vivía prácticamente al lado de la casa de mis padres y nos visitaba de vez en cuando.

Me enteré de esta forma que lo que tenía esa mujer, era una falla en la percepción del mundo. Es decir, ella percibía que caminaba perfectamente alineada, y que era el mundo –y nosotros en él-, los que íbamos manteniendo un equilibrio falso y aparentemente precario, en nuestro andar.

Así, intrigado con lo que le sucedía, decidí un día entrevistarla para un reportaje escolar.


III.

Recuerdo que tuvimos una larga conversación.

Yo intentaba hacerle una serie de preguntas a aquella mujer, pero ella evitaba contestarlas directamente y hasta me trataba como si yo fuese el entrevistado.

-¿Tú crees que todo está en equilibrio? –me preguntó aquella vez.

Y yo contestaba que sí, según recuerdo, aunque hubiese querido decir que todo estaba en equilibrio, menos ella.

-Hay cosas que deben ponerse en duda –me decía ella entonces, con una voz suave-. Llegar y aceptar el equilibrio del mundo a veces es peligroso, y puede hacernos caer, cuando menos lo esperamos…

Luego ella siguió hablándome y me contó aquello del ruido que hacía el mundo, e intentó explicármelo con algunos ejemplos:

-¿Sabes a qué hueles? –me preguntó-.

Yo no supe que responder.

-No sabes porque siempre has sentido tu olor natural, y hoy ya es imperceptible…

Yo la miraba sin entender.

-Pasa lo mismo con todo –decía ella-. Nos acostumbramos tanto a las cosas que ellas desaparecen… como el latido de tu corazón…

-Pero yo puedo escuchar el latido de mi corazón, cuando me lo propongo –recuerdo que alegué, esa vez.

-Pero no puedes sentirlo siempre… es como tratar de saber quiénes somos… Nunca podemos estar totalmente seguros porque la mayor parte del tiempo actuamos sin saberlo. Es igual que con el olor propio.

Yo intentaba tomar apuntes para mi reportaje, pero no sabía que escribir.

-Además –seguía ella-, aunque lograras escuchar siempre tus latidos eso no terminaría arrojando nada claro… pues nadie conoce el idioma en que hablan los latidos, es como un lenguaje desconocido, ¿no crees?

Por último, ella me contó otras cosas acerca de su historia, algo referente a su ex marido y otras cosas de las cuales no supe extraer el significado… y hasta me regaló al final otro secreto:

-Hueles a trigo, por si no lo sabes –fue lo último que me dijo, aquella vez.


IV.

Han pasado muchos años desde la conversación que les contaba antes, pero debo reconocer que aún no sé cómo huele el trigo.

Respecto a la historia, recuerdo que esa vez me negué a presentar el reportaje y poco a poco comencé a dejar de molestar a la mujer frente a mis compañeros, cuando pasaba frente al colegio, cada día.

Quizá entonces pensé que dejar de molestar era un acto de sinceridad, o de respeto hacia ella, pero lo cierto es que fue simplemente otra manera de evitar mostrar realmente quién es uno.

Tampoco comprendí que aquello que me había dicho la mujer era en realidad un conjunto de enseñanzas valiosas, y que la gente actúa a veces desinteresadamente y por puro afecto, revelándoles secretos a los otros.

Así, resulta que hasta el día de hoy me alegra recordar su regalo: saber que huelo a trigo.

Quizá, si cierra usted los ojos y se concentra, querido lector, pueda descubrir también su propio aroma, o hasta oír, con suerte, el movimiento del mundo.

De hecho, puede que el ruido de ese movimiento sea también una voz, que contenga significados realmente importantes, para todos nosotros.

Si lo descubre, recuerde que ser sincero consiste en compartir las verdades que nos son reveladas, y no olvide que muchos de nosotros, urgentemente, necesitamos de ellas.

sábado, 20 de agosto de 2011

Taxonomías de Vian.

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He cambiado.

Mirando el mundo me doy cuenta
que he cambiado.

Las categorías para agrupar
los elementos de ese mundo,
por ejemplo,
son claramente distintas
a las que tenía tiempo atrás.

Antes, según recuerdo,
mis categorías funcionaban
en base a fundamentos negativos:

lo que no es mineral,

lo que no llora cuando nace, o

lo que no tiene músculo cardiaco,

por nombrar algunas.

Hoy, en cambio,
me sorprendo a veces
utilizando categorías
un poco más limitadas
y específicas:

lo que llora cuando escucha un trueno,

lo que es capaz de definirse a sí mismo, o

lo que cree ser un ente trascendente…

Es decir,
-y en definitiva-,
cosas mucho más concretas
que las que usamos
en nuestras clasificaciones habituales,
aunque no nos demos cuenta
plenamente,
de todo aquello.

Hoy, por ejemplo,
recordaba con un amigo
sobre una vieja manía que teníamos
respecto a querer disolver el mundo.

Así,
mientras él me contaba
de su obsesión por sacar
los tapones de las piscinas,
yo confesaba que en varias ocasiones
desinflé secretamente
algunos de esos gigantes y coloridos
juegos inflables para niños,
como si se tratase de un prerrequisito
para entender un significado
que se escapaba.

Y es que yo pretendía aprender,
pienso ahora,
cuáles eran las verdaderas categorías
que se escondían tras el término “niño”,
considerando las reacciones que tendrían
dichos pequeños
tras la pérdida de un mundo.

Es decir,
supongo que yo jugaba
en aquel entonces
a ser una especie de Dios,
cuya especial taxonomía
ponía a la vida misma de los individuos
como criterio de clasificación
incuestionable…

Pero claro,
les decía en un inicio
que he cambiado,
y lo cierto es que hoy en día
reconozco tantas categorías
como elementos a clasificar,
lo que repercute,
por ejemplo,
en el orden postergado
de mi biblioteca,
no permitiéndome así
hacer agrupaciones
de ningún tipo.

Y es que en cierto sentido,
cada libro es ya
en sí mismo,
una biblioteca…
y cada vida
y cada piedra incluso,
posee en definitiva una frágil
y única categoría,
irrepetible…

Es por eso que creo
que cualquier taxonomía
que pretenda ser verdadera,
es revelada solo
cuando los individuos clasificados
llegan por cualquier razón
a diferenciarse del mundo
en el que se veían insertos,
y se sienten despojados…

Y es que todo despojo tiene que ver,
en definitiva,
con la concepción de un yo
distinto a aquel que solo existe
en base a relaciones,
abriendo la posibilidad,
por tanto,
de descubrir cuál es realmente
nuestra categoría,
y ocupar, desde ahí,
el lugar que por esencia
nos había sido asignado.

viernes, 19 de agosto de 2011

Los niños que ven a Wan Hu.

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Existe una pequeña localidad en China donde los niños dicen ver, brillando en el firmamento, la figura de Wan Hu.

Así, admirando la historia de este oficial que intentó lanzarse al espacio impulsado por una gran cantidad de fuegos artificiales, los niños afirman ser testigos, en medio de la noche, de la figura de un hombre que hasta el día de hoy, viajaría en el espacio como un pequeño satélite.

Poco importa que les digan que el hombre intentó ascender hace cinco siglos, o que no hay rastros ni pruebas que permitan creer ni en la más mínima opción de éxito, en relación a su vuelo… Poco importa pues lo cierto, es que los niños salen a verlo en los días despejados y dibujan hasta el más mínimo detalle de la figura que supuestamente ven a la distancia, elaborando incluso un concurso para elegir el retrato más fidedigno, de entre todos los participantes.

Quizá es debido a este revuelo que el gobierno central de China, atento al impacto que sus prácticas y creencias pueden producir en occidente, ha decidido intervenir en el asunto y demostrarles a aquellos niños que lo que dicen observar, no es Wan Hu, y que todo aquello no pasa de ser una vieja leyenda, que si bien se basa en un hecho histórico, admiten, no explica lo sucedido realmente tras la explosión de los fuegos artificiales.

Y es que todo se trata, en definitiva –según el gobierno chino-, de una especie de psicosis colectiva.

Los niños, sin embargo, desconfían más de las explicaciones de estos expertos, que de aquello que han visto por años… Tanto así que incluso se han negado a aceptar los argumentos entregados por el gobierno, por más que eso derive en una mala calificación escolar o hasta en la imposibilidad de subir de grado, como amenazó el gobierno en su último comunicado al respecto:

“No podemos permitir que leyendas absurdas e infundadas eclipsen al verdadero conocimiento (…) Y no aceptaremos tampoco seguir siendo cómplices de la ignorancia (…) Es indispensable, entonces, y requisito fundamental para el crecimiento personal y la promoción en la escolaridad, que los alumnos sepan distinguir entre un espejismo surgido desde la insensatez, y un suceso de la realidad, que solo a través de la verdad científica, es capaz de develarse…”



Ahora bien… podemos quizá entender las razones del gobierno chino, pero… ¡Qué bella insensatez la de los niños que ven a Wan Hu! ¡Y qué ganas de verlo cuando miramos al cielo!

Además, ¿no defenderíamos todos de esa forma aquello que está en el fondo de nuestras creencias, cuando intentan arrebatárnoslas? ¿No quedará de alguna forma el cielo más vacío si esos niños terminan aceptando que Wan Hu no está girando y saludándonos desde el espacio?

Esas cosas pienso cuando miro al cielo y siento que no defendí con todas mis fuerzas aquello en que creía.

Ojalá entonces que los niños que ven a Wan Hu sigan defendiéndolo a cualquier costo. Y ojalá que ustedes, cuando miren, puedan también verlo, o al menos sientan, que aquello en que creían, lo defendieron de mejor forma que yo.

jueves, 18 de agosto de 2011

Nada me bendice, o las conversaciones inconclusas.

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¿Hay alguien que sepa exactamente
lo que ama?
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I.

-¿Te acuerdas en qué película salía Anna Karina llorando en un cine?

-¿Anna Karina?

-Sí.

-¿Llorando en un cine?

-Sí.

-¿Y por qué lloraba?

-No lo recuerdo bien… creo que veía Juana de Arco.

-¿Y lloraba también Juana de Arco?

-Mmm… creo que sí.

-¿Y llorabas tú?

-¿Yo?

-Sí…, viendo a Anna Karina, me refiero.

-Quizá sí… no lo recuerdo bien.

-Pues yo tampoco lo recuerdo…

-¿Qué cosa?

-El nombre de la película.

-¿Cuál película?

-…


II.

-¿Te has fijado en los rostros amargos de las mujeres fieles?

-¿A qué te refieres por amargos?

-A que parecen reprocharse algo, o dudar…

-¿Hablas en serio?

-Sí…, o sea, son mis impresiones…

-Pero, ¿crees en tus impresiones?

-…

-¿Tienes fuego?


III.

-Lo que pasa es que nada me bendice.

-¿Nada te bendice?

-No. Nada.

-¿Y por qué algo debería bendecirte?

-No lo sé…, pero lo siento necesario…

-¿Sirve si yo te bendigo?

-¿Tú?

-Sí. Yo.

-Mmm… no creo… sería como si para creer metiésemos los dedos en nuestras propias llagas.

-Pero tú no tienes llagas.

-No. No tengo…

-Quizá eso sirva como una bendición… ¿no crees?

-…


IV.

-Uno se agarra a la experiencia, pero es absurdo… Es como la historia que contaba el barón Munchaussen…

-¿Cuál historia?

-Una que le sucedió cuando intentó saltar con su caballo un abismo demasiado ancho.

-¿Y qué paso entonces?

-Viendo que iban a caer, el barón apretó al caballo con las piernas y se levantó a sí mismo de los cabellos, en pleno salto, para levantarse e impulsarse al otro lado…

-Pero eso es absurdo…

-¡Claro que es absurdo…! Pero solo como agarrarse a la existencia, nada más.


V.

-Lo que pasa es que a ti no te gusta decir las cosas claras.

-Pero es que las cosas no son claras… no de la forma que tú esperas, al menos.

-¿Y entonces para qué decir las cosas si no son claras?

-¿Prefieres entonces que no las diga?

-A veces sí…

-Lo malo es que te equivocas. Un día te voy a demostrar que ser poco claro es otra cosa.


VI.

-¿Y cómo ocurrió? –le pregunto.

-¿Qué cosa? –me dice.

Y ambos olvidamos de qué hablamos.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Fue en Dresde.

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Fue en Dresde
aunque nunca he estado ahí,
pero fue en Dresde.

Lo sé porque a veces
me detienen extrañas personas en la calle
para hablarme en un idioma
que solo puede venir
de esa ciudad,
y me entregan cartas
o mensajes,
cuyo contenido
se hace imperioso transmitir
a las nuevas generaciones.

Es entonces cuando yo aplazo la tarea,
pues sé que es un tema serio
y que puede sonar absurdo
si hablase yo directamente
-como me nace hacerlo-,
pero lo cierto es que a veces
no sé explicarme yo
de otra forma.

Y es que algo pasa en Dresde,
algo que quizá tiene que ver con un códice,
o con los bombardeos e incendios
que han asolado a ese lugar
prácticamente desde siempre.

Recuerdo por ejemplo,
una persona hablándome
hace casi diez años
sobre las inundaciones de Dresde,
y explicándome con un ejemplo extraño
algo supuestamente referido
a esa ciudad.

“Dresde ser como un canguro”
me decía esa persona
que yo pensé fallaba en su español.

“Dresde es el canguro pequeño
que está en la bolsa
del gran canguro
y alguien no quiere que salga”
fueron las palabras que me dijo.

Yo, por mi parte,
sabía de Dresde por Vonnegut,
y había leído las cifras aliadas oficiales
que admitían bombardeos que en 3 días
superaban largamente las 4.000 toneladas de explosivos
arrojados inexplicablemente sobre el centro de esta ciudad
en febrero de 1945.

Fue en Dresde,
me digo entonces,
fue en Dresde…

Pero no me refiero ni a las bombas,
ni a los incendios,
ni a las inundaciones.

Pero algo hay en Dresde
que permanece puro
bajo las cenizas…

Y el fuego busca hacerlo aparecer
y el agua intenta hacerlo brotar…

(y ese algo es como un hombre pequeñito
verdaderamente humano
del que no puedo decir más)

Eso me pidieron comunicarles.

Lo demás aún no sé cómo explicarlo.

Dresde es el corazón del mundo.

Y el que tiene oídos,
que oiga.

martes, 16 de agosto de 2011

Cómo se construye el puente perfecto.

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I. Algo detrás de mis palabras.

En las cajas de cereales debiesen venir secretos de importancia. Nada de juguetes, ni imágenes en 3D, ni figuritas de colección.

Puede sonar como algo abstracto e irreal, pero yo hablo aquí de secretos tangibles y concretos, informaciones que están al alcance de todos, aunque a veces preferimos dejarlas de lado por razones que -al menos por el momento-, no pretendo cuestionar.

“Nadie ha visto nunca un átomo”

“Para explicar el universo nos inventamos la materia oscura”

“Existen casos de suicidio en niños menores de 10 años”

“Vas a morir, algún día”

Cosas de ese tipo, me refiero… aunque también podríamos abarcar una serie de informes y estadísticas que arrojen cifras sobre el índice de felicidad en el mundo, o el tiempo que dedica una persona a actividades que no disfruta y que siente le son impuestas... entre tantas otras cosas.

Puede parecer un proyecto simple y burdo, pero yo prefiero decir que esos conceptos definen mi estilo… Así que no se sorprendan si un día se encuentran con alguno de estos suvenires en alguna de las cajas… hoy mismo, por ejemplo, metí la primera frase:

“Al menos una parte de tu vida, es innecesaria…”, decía.

Pero no me quedé a ver, quién se llevaba aquel producto.


II. Una anécdota.

Desconozco si es verdad, pero una vez me contaron que Rilke, tras un gran espectáculo y un discurso que lanzó desesperadamente a los asistentes de una fiesta, se despidió de todos -y hasta de la vida-, lanzándose luego desde un balcón.

Para su sorpresa, sin embargo, el balcón que creyó a gran altura estaba solo a un metro y medio de una terraza, por lo que no le sucedió nada especial al caer, salvo una torcedura de tobillo.

Tiempo después, un Rilke ansioso de vivir, hablaba de la belleza de la vida mientras acariciaba las rosas de un jardín, cuando se enterró accidentalmente una de sus espinas.

Eso, según la visión del autor –respaldada por los médicos de la época-, fue lo que habría apresurado su muerte, tras complicársele un severo caso de infección en la sangre.


III. El origen del puente perfecto.

Hay una leyenda de un emperador chino que quería construir el puente perfecto.

Es decir, soñaba constantemente con uno así que encargó a los sabios más respetados que le presentaran sus diseños.

De esta forma, recibió cientos de dibujos, según cuenta la historia… Sin embargo, el emperador no consideraba que ninguno de esos diseños fuese siquiera parecido al puente que creía haber visualizado, mientras dormía.

Fueron pasando así los años hasta que un día, llegó de una tierra lejana un anciano con el dibujo del puente perfecto y se lo dio al emperador, alejándose prontamente de lugar, y sin querer recibir recompensa alguna, por su obsequio.

El emperador entonces buscó a los mejores constructores y albañiles, y les presentó el dibujo, quedando todos maravillados.

A pesar de esto, y tras numerosos otros sucesos que aquí no relato, el puente nunca comenzó a construirse, pues el emperador no consiguió encontrar dos extremos merecedores de ese puente.

Por último, antes de morir, según cuenta la leyenda, el emperador quemó el diseño y mandó matar a todos los hombres que lo habían visto.

Y así fue hecho.


IV. La posibilidad de un puente.

Debe existir un puente perfecto.

No sé dónde, pero debe existir.

No tengo idea de su forma ni apariencia, y la verdad es que estas cosas me tienen sin cuidado, pues el puente perfecto no es perfecto a partir de su diseño, sino de los lugares que permite conectar.

En este sentido, creo que el puente perfecto es aquel que nos permite llegar al lugar que necesitamos ir, y cuyo acceso resulta imposible, por cualquier otro medio.

A veces, por ejemplo, ese puente puede ser un libro, o un gesto, o hasta un pequeño brote que ves nacer en el lugar menos esperado.

¿Cómo se construye el puente perfecto, entonces?

R1: Descúbranlo siguiendo las pistas, al interior de las cajas de cereal.

R2: Cuídense de las rosas, que contaminan la sangre.

lunes, 15 de agosto de 2011

Una mujer en un acuario.

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Fue en otro tiempo.

Yo arrendaba una pieza que quedaba
en la parte trasera de una casa.

La pieza tenía baño y cocina
así que estaba bien,
además la dueña
me prestaba a veces su nevera
para guardar las cervezas
y todo fluía casi
perfectamente.

Pero sucedió entonces
que ella cambió su actitud
de un momento a otro,
y además de subirme el arriendo
comenzó a fruncir marcadamente el ceño
cada vez que yo entraba a la casa
a buscar una cerveza.

Por si fuera poco
me pidió que bajase el volumen
cuando escuchara a Janacek,
pues alegaba que era como escuchar
dos cosas al mismo tiempo.

Fue así que tras acumularse algunos reclamos
decidí preguntarle directamente
qué era aquello que le molestaba.

¿Quieres que sea sincera?
me dijo.

Yo asentí.

Entonces ella comenzó a explicar
algo que demoré bastante en comprender
y que decía relación
con una extraña molestia que sentía
hacia mis libros.

Es que son muchos,
me decía,
e innecesarios…
y no sé realmente qué puedan aportar
a la felicidad de alguien.

Así,
mientras la escuchaba hablar
recordaba yo algunas frases de Fahrenheit 451,
esas que respaldaban la decisión gubernamental
de quemar
y prohibir los libros...

Y claro,
como se lo comenté,
ocurrió que esa misma noche
terminamos viendo juntos
y borrachos,
la versión de Fahrenheit
dirigida por Truffaut,
aunque la película se dañó justo antes
que el protagonista huyese hasta el pueblo
de los hombres libros.

¿Los hombres libres?
preguntó ella,
cuando intenté contarle.

No, los hombres libro,
le aclaré.

Y comencé luego a explicarle
que para lograr salvar los libros
un grupo de personas se había reunido
memorizando cada una
un texto:
palabra por palabra,
para que no se perdiese.

¡Pero eso es desperdiciar la propia vida!
recuerdo que alegaba la mujer
realmente afectada.

Mientras,
yo intentaba defender mi tesis
-algo adolescente, debo reconocer-,
de que eso realmente se trataba
de un acto de amor verdadero,
ese que llegamos a veces a sentir
únicamente por algo que creemos perfecto
y puro.

La mujer, no obstante, seguía exaltada,
como si en realidad estuviésemos discutiendo
sobre otra cosa más íntima,
tanto así que terminó gritándome y casi empujándome
para que volviese a mi cuarto,
de un momento a otro.

Desde ese día,
hasta que me fui del lugar
unas dos semanas después,
fue que comencé a fijarme
por primera vez
en aquella mujer.

Observé, por ejemplo,
que siempre se quedaba dormida
con la televisión encendida;
y como la programación se acababa
y la imagen se iba a azul
recuerdo que el cuarto de ella
parecía desde lejos
una especie de acuario,
y esa imagen me resultaba tan extraña
-íntimamente extraña, me refiero-,
que no lograba yo, prácticamente,
leer libro alguno
o pensar en otra cosa.

Asimismo,
comencé a darle importancia
a la absurda manía que tenía la mujer
de excusarse por la ausencia de su marido,
cuando resultaba claro
-y tristemente obvio-,
que yo era la única persona,
además de ella,
que vivía en esa casa.

Fue así que un día,
en que llegué más temprano que otras veces,
encontré a la mujer al interior de mi cuarto,
borracha,
y con mis cuadernos de escritos
de ese entonces
rotos y esparcidos
sobre la cama.

Mi esposo dicee que a no ser que pague usted
el doble de lo acordado,
se vaya de aquí mañana mismo,
me lanzó,
sin darme tiempo a reaccionar.

Fue entonces que,
quizá por vengarme,
le dije a la mujer que ella sabía muy bien
que yo no tenía más dinero,
pero que yo también sabía muy bien
que ella estaba sola
y no tenía esposo.

Luego de eso se hizo silencio en mi cuarto,
recuerdo,
y todo quedó como muerto
hasta que la mujer salió del lugar
tambaleándose no sé si por el alcohol
o por la tristeza
o quizá simplemente
porque había salido
de su acuario.

Yo, en tanto,
me fui del lugar esa misma noche,
sin llevarme ninguno de mis libros
ni mis escritos,
y sintiendo que la vergüenza
me había hecho envejecer unos años
merecidamente.

Hoy,
mirando a la distancia aquel momento,
creo que no sería erróneo,
como conclusión,
decir que amé secretamente y por años
a una mujer que vivía en un acuario,
a la que dañé por buscar en mis libros
y no en mi interior
mis propios sentimientos.

domingo, 14 de agosto de 2011

Cuando la maravilla es triste.

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“Parecer y asemejarse sin ser;
hablar sin decir nada verdadero,
son cosas contradictorias,
no importa el contexto en que se digan”.
Platón, El sofista o del ser.
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I.

Incluso antes de saludarnos la mujer me advierte que pase lo que pase no debo enamorarme de ella.

-Puede que suene extraño –me explica-, pero es algo que suele ocurrir cuando no se dejan claras las cosas desde un principio.

Yo le digo que sí, que acepto sus condiciones, y ella comienza entonces a contarme su problema.

-Me ocurre por periodos, desde pequeña –me dice-, he intentado relacionarlo con acciones concretas o sucesos importantes que me hayan ocurrido, pero lo cierto es que no encuentro una conexión clara…

-¿Te refieres a los de los peces? –le pregunto.

-Sí, a eso…

Y claro, yo le pido que vuelva a contarme aquello que le ocurre y que la llevó a contactarme porque supuestamente yo podría comprender un poco más de aquel asunto.

-Lo que sucede es que tal como te conté, a veces salen pequeños peces desde mis manos –me cuenta-. Ocurre generalmente cundo las lavo, o cuando las sumerjo en agua… aunque las cosas han cambiado ahora último.

-¿A qué te refieres?

-Es que es difícil de explicar… Antes los peces… no sé… como que se veían felices… pero ahora…

-Espera –la interrumpo- ¿Cómo podías saber tú si los peces estaban felices?

-Sí… es cierto… no es felices la palabra… Pero es que es más fácil decirlo así… ¿quieres mejor que te muestre lo que ocurre?

-Ok –le digo.

Y fuimos hasta un lugar apropiado.


II.

Dos semanas antes del encuentro, yo había recibido un extraño mail de una mujer que me contaba aquello de los peces que ya saben.

La mujer, por cierto, me había buscado a partir del interés por una publicación donde yo mezclaba varios temas, entre los cuales podrían considerarse centrales el concepto de naturaleza que se desprende del Timeo, de Platón, y una especie de análisis del cuento de Cortázar referido al personaje ese que vomitaba conejitos blancos.

Fue así que una carta a una señorita en París se transformó de pronto en un mail a un profesor en Santiago.

“Tengo que verle”, decía dicho mail, según recuerdo.

Y sucedió a partir de esto el encuentro que comencé a narrar allá arriba, y que retomaré a continuación.


III.

Fuimos entonces al hotel en que esta mujer se hospedaba –pues había viajado para poder encontrarnos-, y nos dirigimos directamente al baño.

-¿Puedes poner el tapón en la tina? –me preguntó.

Yo lo hice. Luego ella puso las manos bajo el agua y comenzó a suceder.

-¿Los ves? –me decía.

Y claro… ¡cómo no iba a verlos…! Si apenas con un poco de agua ya podían verse unos seis o siete pececitos de no más de tres centímetros nadando en aquel lugar.

Luego ella cerró la llave del agua, y nos quedamos mirándolos.

-Van a morir –me dijo entonces, con una voz seria, como si mirásemos a nuestros hijos.

-¿Qué…?

-Que van a morir… -repitió ella-. Van a morir prontamente.

Y así, apenas lo dijo, comenzaron a perder el movimiento aquellos peces y se quedaron flotando ahí, como pequeños pétalos de carne.

-Antes no pasaba así –continuó-, antes si querías podías criarlos incluso, y tenían una vida normal… ¡si hasta se reproducían!

-Pero ¿pasó algo…? ¿Hubo algo que te ocurriera como para explicar el cambio…? –le pregunté.

-Nada. Todo está igual que siempre… salvo por los peces, claro… Si ya no están hechos para vivir los pececitos esos…

Luego, mientras hablaba, ella tomó uno de los cuerpos, desde el agua, y sin mediar explicación ni transición alguna, lo partió bruscamente, como si aquello fuese un hecho desligado de la delicadeza de sus palabras, y de la situación que estábamos viviendo.

-Mira –me dijo luego, acercándome el cuerpo, partido en dos-. Es como si nunca hubiesen estado vivos… son como nuggets de pescado…

-¿Cómo…?

-Que son como esos productos procesados en base a pescado, ¿no ves que no tienen nada adentro, salvo carne?

Yo me acerqué entonces y observé que sí, que los pececitos esos parecían falsos, como si hubiesen estado hechos de una especie de pasta… pero no se me ocurrió qué decir al respecto.

Ella, por último, despedazó los que quedaban sobre el agua para que pudieran irse sin problemas por la cañería. Y sacó el tapón.


IV.

Lo que cuento sucedió hace dos días, pero lo cierto es que aún no sé qué pensar de aquel asunto.

Lo peor, sin embargo, es que tampoco sé qué sentir.

Y es que por momentos pareciera que mis sensaciones, partidas en dos, revelasen también ese interior de embutido, o de alimento procesado… negándoles con esto, incluso la certeza de haber estado vivas.

Respecto a la mujer, me gustaría señalar simplemente, que no pude ayudarla a comprender nada, y que tras pasar unas horas más juntos, nos fuimos en distintas direcciones.

Así, al final de la historia, podríamos concluir diciendo que no hubo comprensión, ni enamoramiento, ni pececitos vivos.

La vida a veces es así, por supuesto…

Y hasta la maravilla es triste.

sábado, 13 de agosto de 2011

Kant y el enlace de la existencia.

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“Hume afirma con razón, que la posibilidad de la casualidad,
es decir, de la relación de la existencia de una cosa
con la existencia de cualquier otra que es dada necesariamente por aquélla,
no podemos en modo alguno comprenderla por medio de la razón”.
Kant, Prolegómenos a toda metafísica del porvenir.
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I. Kant miente. Pero miente con talento. Y con intención, que es lo importante.

Así traduzco lo que siento cuando vuelvo a leer algunos fragmentos subrayados hace ya muchos años en los Prolegómenos a toda metafísica del porvenir, y que traen consigo nuevamente la pregunta que resuena en mí cada vez que intento leer seriamente a Kant, y que dice relación con el objetivo hacia el cual se encamina su discurso.

Y es que más allá de todas las otras dificultades –comunes-, que supone el entendimiento del contenido de algunas de sus obras, hay algo en la forma discursiva –y principalmente en el sentido que siguen sus palabras-, que me lleva a ver la figura del “Kant enunciante” como un ser difuso, que apunta no solo a la exposición y demostración de una doctrina general que permita organizar la estructura y alcances de la razón y blablablá, sino que tiene un objetivo otro, no del todo manifiesto, pero que es rastreable desde las Meditaciones sobre la verdadera estimación de las fuerzas vivas, hasta el último de sus escritos.

Sin embargo, intentar demostrar esto –que hay un objetivo en Kant que trasciende sus distintos escritos filosóficos más allá de los alcances de su doctrina-, resulta una tarea tan abstracta y de difícil comprobación, que es preferible renunciar a ella y elegir la simple exposición de una serie de impresiones al respecto.

Advierto, asimismo, que dichas impresiones pueden ser fácilmente refutadas, sobre todo considerando que la enunciación de éstas, desde mí, está dirigida a aquellos que están dispuestos a creer sin meter los dedos en las llagas de mi argumentación, y que confían en que un texto escrito directamente en la plantilla de un blog, está también apuntando en una dirección desinteresada ajena a quien la enuncia, como un regalo destartalado que se entrega mirando afectuosamente a los ojos de quien quiera recibirlo.


II. Kant es un pontífice. Pero los puentes que construye no están ahí para unir los dos extremos, sino para mirar y comprender, desde el puente creado, la profundidad total del abismo que los separa.

Esta es una de las imágenes que tengo de Kant. Un constructor de puentes entre distintos ámbitos del conocimiento –por ejemplo entre los conceptos del entendimiento y los objetos de la experiencia-, cuyo interés difiere del valor que se asigna comúnmente a sus construcciones, puesto que más que unir de forma necesaria estos “espacios”, los puentes “diseñados” por Kant se sustentan sobre un enlace cuyo significado esencial es inseparable de la existencia necesaria del abismo que distancia las aparentes zonas de acción del conocimiento.

Es decir, mi impresión es que Kant no parece distinguir mayores diferencias entre el enlace que permite unir los ámbitos del conocimiento y el abismo que los separa.


III. Kant miente para llevarnos sobre el puente. Para que entendamos que la existencia personal y el significado esencial no han de sustentarse en doctrinas ni en conocimientos aparentemente sólidos, sino en aquello que consideramos como un vacío. Por eso he nombrado aquello como el enlace de la existencia, puesto que solo sobre él se existe verdaderamente.


IV. Kant también sabe que solo los cuerpos en caída llegan a ser conscientes de su propio peso. Incluso lo tiene presente cuando diseña una doctrina que imposibilita -o dificulta al menos-, la caída que sabe necesaria.


V. Kant hace explícita su idea sobre la imposibilidad de comprender las cosas en sí mismas desde los principios de experiencia posible, para decir con esto que solo tenemos acceso a la comprensión de la cosa en sí que somos nosotros mismos, separados de los hechos concretos de nuestra experiencia.

En este sentido, mi impresión es que Kant no considera la caída desde el puente –considérese incluso el permanecer sobre el puente como caída-, como un hecho al que pueda atribuirse un principio de experiencia.


VI. Kant cree en la existencia de una comprensión pura, distinta al entendimiento puro que es necesario plantearse antes de toda indagación metafísica. Dicha comprensión, sin embargo, -esta es mi impresión-, resulta tan propia e íntima que cualquier intento de exteriorizarla terminaría por transformarla en entendimiento, y cambiando una existencia pura por un concepto de pureza, que ya no es tal.


VII. Kant no es consciente de su propia comprensión, pero la intuye. Esto sucede ya que el objetivo último de la comprensión no está dado en dirección a nosotros mismos sino hacia los otros.

Es decir, mi impresión es que la comprensión pura –cuya existencia se puede evidenciar sobre el abismo y por tanto en el enlace entre las zonas sólidas sobre las que actúa el conocimiento-, solo viene a existir para crear otro tipo de enlace, que permite vincular nuestra existencia con la de los otros y hasta con el mismo abismo.

De no ser así, y esta es mi última impresión, la comprensión se hace estéril y se transforma en entendimiento, el cual hace reconocible, para nosotros mismos, aquello que es dado comprender en primera instancia para los otros.

Quizá a eso hace mención Kant cuando erróneamente señala que en el fondo de la existencia de las cosas es necesario que exista un sujeto que –él mismo-, no pueda ser predicado de cualquier otra cosa y blablablá.

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