sábado, 31 de agosto de 2013

Mirándola dormir.


Mirándola dormir me percaté de aquello: ella tenía un rostro dentro de su rostro.

Les aseguro que yo no había bebido, no tenía fiebre ni tampoco es este uno de esos textos que juegan con las metáforas para parecer interesantes.

Simplemente se trata de un hecho que pude verificar: ella tenía un rostro dentro de su rostro.

Este segundo rostro, por cierto, se ubicaba sobre uno de sus pómulos, y se encontraba completo. Tenía ojos, nariz y boca, me refiero… Es decir, todo lo necesario para ser un rostro.

No sé por qué, pero en aquel momento  no me asusté con el descubrimiento.

Me asombré, es cierto… pero solo fue por lo extraño del hallazgo.

De hecho, recuerdo que entonces miré con atención.

Así, pude percatarme que el segundo rostro de ella era muy similar al primero, aunque a pequeña escala… misma forma, mismos ojos, mismos labios… mismos pómulos…

Y sobre uno de ellos se veía una pequeña mancha que supuse sería algo así como el tercer rostro.

Entonces, agitado por el descubrimiento, intente despertar a la mujer de los varios rostros.

Fue así que comprendí que, tras mi descubrimiento, todo sería más difícil.

Y es que tras ver sus rostros “extras”, me era cada vez más difícil centrarme en el primero… y claro, debía ir yo comunicándome de uno en uno, para asegurar que ella –toda-, se despertase e intentara comprender la situación.

Cuánta complejidad para una simple anomalía, pensé.

Menos mal que no miré su corazón, me dije.

-¿Ocurre algo…? –dijo ella, finalmente, cuando despertó.

-Nada –dije yo-. No ocurre nada.

Ella entonces volvió a acomodarse y se durmió.

Yo me dormí junto a ella, un par de horas después.

viernes, 30 de agosto de 2013

Como si el agua se enorgulleciera de caer.



Nos enorgullecemos porque pensamos y no sabemos por qué pensamos.

Creo que algo así lo escribía una vez Juan Emar.

Aunque claro, esto es como si diésemos vuelta un vaso con agua y el agua se enorgulleciera de caer.

De hecho, si lo pensamos, resulta que es más que eso,  pues luego llegan toda esa serie de sustituciones que vienen a intentar revelarnos otras apreciaciones. Por ejemplo, que nos enorgullecemos de nuestra vida o de nuestras decisiones, pero ni siquiera hemos tomado parte activa en el pensamiento y la elección de estas.

Con todo –y más allá de la certeza de las sentencias anteriores-, debo reconocer que, con el tiempo, he ido adquiriendo ese orgullo del agua que cae.

Es decir, orgullo de agua que no se aferra a nada.

Orgullo de agua que adopta la forma del recipiente que la contiene y que de pronto cae y se dispersa en el vacío.

Eso sí debiese llenarnos de satisfacción.

Me refiero a no necesitar aferrarnos a nada más que a nosotros mismos.

Permítanme que aplauda:

¡Qué valentía…!

¡Qué desprendimiento esencial…!

¡Cómo no enorgullecerse siendo agua que cae...!

Así, finalmente, me enorgullezco incluso porque mis ojos se me cierran, justo aquí, irremediablemente... en medio de esta frase.

jueves, 29 de agosto de 2013

Esos hombres y mujeres.


Esos hombres y mujeres
que se emborrachan en los cócteles
y hablan de sus viajes
y de los espectáculos
y de la casa de la tía Ema
y avanzan rápidamente hacia quienes sirven
y vacían las copas
y alaban el vino
y comentan que no han visto últimamente a Sebastián
y opinan sobre una nueva tienda de corbatas
y tienen sus autos estacionados unos contra otros
y que piensan que creen en Dios
y que poco a poco van mirándose distinto
y ríen cada vez más fuerte
y dejan salir de su corrección un poco de agresividad
y que derraman su asco como sus copas
y que se molestan porque han manchado sus trajes
y mencionan marcas extranjeras y números de varias cifras
y hablan sobre la poca recuperabilidad de ciertas telas
y hablan también de derechos y de abogados
y juegan a mantenerse erguidos
y que se sienten mareados de pronto
y hasta deciden hacer un par de llamadas
y miran sus celulares como buscando un nombre
y que al final olvidan o no encuentran
y que vomitan escondidos en el baño
y que se miran sin verse, frente al espejo
y que no se percatan que los miras, en silencio,
y que volverán a sus autos, a sus casas y a sus familias
y que volverán a ir a cócteles
y volverán a ir veloces hacia las copas
y que nunca recordarán el nombre de un garzón
y que volverán, a fin de cuentas, siempre al mismo sitio…

Esos hombres y mujeres, decía,
ya deben estar durmiendo a estas horas
y hasta habrán tomado algo para curar la resaca…

Y es que esos hombres y mujeres no tienen blog
ni una promesa absurda de escribir cada noche
ni pruebas que revisar
ni una cama vacía
ni tampoco un corazón que les reclame
y al que haya que inventarle excusas…

Esos hombres pueden descansar, decía…
esos hombres tienen un sitio…

Yo, en cambio, me invento ser un genio
para reír de mí mismo y no de otros...
y descansar entonces, como ellos.

miércoles, 28 de agosto de 2013

Luz por una ventana.

“¿Me sucedió algo que quizá,
por el hecho de no saber cómo vivir,
viví como si fuese otra cosa?”
C. L.


Entra luz por una ventana
en la que no debiese haber luz.

No describiré los rayos.

No describiré mis impresiones,
junto a la ventana.

Y es que yo,
simplemente,
observo la ropa,
sobre un sofá,
mientras esa luz
interrumpe la escena.

Es decir,
las cosas debieran ser simples:
yo debiese levantarme
y tomar mi ropa,
pero esa luz que no debiese estar,
viene un poco a hacerme desconfiar
de esas pequeñas cosas que sé.

No voy a hablar,
por cierto,
de esas pequeñas cosas que sé.

El hecho que denuncio,
simplemente,
dice relación con esa luz
que entra desde un sitio
donde no debiese haberla.

¿Sabe usted algo al respecto?

¿Sabe usted si se trata de luces pasajeras
o se trata más bien de un cambio serio…?

...

Cierro los ojos buscando una respuesta.

La luz, en tanto, no se mueve de su sitio.

martes, 27 de agosto de 2013

Luis... ¿estás despierto?


-Luis… Luis…

-…

-¿Estás despierto?

-…

-¿Estás despierto?

-Eh… no… un poco…

-Disculpa… es que tenía un sueño…

-¿Tenías sueño…?

-No, tenía un sueño, Luis… y me asusté…

-¿Qué sueño?

-Soñé que todo era una broma, Luis… que nada tenía sentido,

-¿Cómo…?

-Que todo era así como inventos, Luis…

-Eh…

-Nosotros mismos… nosotros mismos nos engañábamos…

-¿Hablas de infidelidad?

-No… de engañarnos con todo… la ropa, el trabajo, las casas… ¡eran tan absurdas las casas!

-No te entiendo.

-Es que no sé cómo explicarlo… todo era como inventos… animalitos con ropa, como en los circos, cuando hacen bailar animales… ¿te acuerdas de esa serie vieja donde un montón de chimpancés hacían roes de humanos?

-Sí.

-Pues esa sensación tenía de nosotros… o de todos más bien…

-Era un sueño, Laura.

-Lo sé… pero… ¿te imaginas? Si nos creyéramos el papel y no fuera así… si somos parte de un programa, como los chimpancés…

-¿Eres un chimpancé, Laura?

-No, pero…

-Entonces no ocurre nada; solo fue un sueño extraño, nada más…

-Pero escucha: ¿No crees que es tonto que vivamos sin poder entender el tiempo y el espacio?

-Yo sí lo entiendo: el espacio en nuestra cama y el tiempo es el de dormir.

-No… me refiero a dónde comienzan las cosas… a dónde terminan… es raro vivir así, no crees… o sea, deben haber seres que comprendan eso, pero…

-¿Y crees que nosotros salimos en la televisión de esos seres, como los chimpancés?

-Tal vez… pero lo importante es que nos creamos tan en serio nuestra propia vida, que no la pongamos en duda…

-Laura. Debemos trabajar mañana… en una hora va a sonar el reloj y…

-Y vamos a levantarnos no porque queramos… y vamos ir a un trabajo queriendo estar de vacaciones y…

-Laura. De verdad estoy cansado… ¿te molesta si me voy a acostar a la otra pieza?

-Sería tonto que me moleste… puedes hacer o que quiera, Luis…

-¿No quieres una pastilla?

-No, anda a acostarte…  estoy bien…

-Es que me preocupas, pero estoy cansado… debo dormir…

-Te entiendo, Luis… anda tranquilo, yo voy a tratar de descansar…

-Disculpa si fui muy egoísta, pero…

-Estás cansado… está bien.

-¿Segura…?

-Sí… tranquilo. Que descanses, Luis.

-Tú también, Laura.

-Buenas noches.

-Buenas noches.

lunes, 26 de agosto de 2013

¡Pobre gallina...!


I.

De pequeño tenía una vecina que era muy buena. O al menos eso decían todos. Y es que ella hablaba con los mayores siempre con las manos atrás y utilizando un tono afable. Les preguntaba cómo estaban y esas cosas. Además usaba pinches con formas de mariposas de colores y tenía vestidos llamativos.

Pues bien, ocurrió que una vez a esa niña le regalaron un pollito. Un pollito pequeño y amarillo como todos los pollitos que he visto. Bonito, pequeño y bien ruidoso.

Yo lo vi porque ella lo sacaba cuando iba al almacén y se lo enseñaba a quien pasara junto a ella. De hecho, sé que le había puesto un nombre gracioso, aunque con el tiempo lo he olvidado.

Así, sucedió que el pollito fue creciendo y oscureció sus plumas. Entonces, su apariencia cambió y dejó de ser un pollito tierno y pasó a ser una gallina pequeña. Una gallina que no se podía sacar en brazos, por cierto.

Con todo, mi madre comentó un día que la niña era tan buena, que se había negado a que mataran a esa gallina, y que la madre le había tenido que jurar que nunca se la comerían y que la tendrían con ellas hasta que ella –la gallina-, muriera de vieja.

-¿Y eso es bueno? –recuerdo que le pregunté a mi madre, aquella vez.

Y ella, sin dudarlo, dijo que sí.


II.

Me obsesioné con esa gallina cuando supe que iba a morir de vieja.

Es decir, me gustaba mirarla, por el patio, mientras picoteaba el suelo.

Incluso, recuerdo haber llegado a la conclusión que esa gallina picoteaba la tierra sin hambre… ya que siempre había maíz arrojado sobre el suelo.

Y claro, a partir de esas observaciones, comencé a cuestionarme sobre la vida de esa gallina… y en si era bueno o no mantenerla con vida, hasta que muriese de vieja.


III.

¡Pobre gallina…!

Estaba condenada a crecer sola en el patio de una casa donde, a pesar de no comerla, ya nadie la tomaba mucho en cuenta.

Esa era la verdad de esa gallina.

Le di vueltas a esa idea, hasta que me decidí.

Así, aprovechándome que yo no era bueno, decidí entonces liberar yo mismo a esa gallina. Hacerla libre.

Ahorraré detalles para decir que aquí fue, de cierta forma, mi primer asesinato.

Yo tenía 11 años.

Después vinieron otros, pero eso es otra historia.

La niña, por ciertoo, se fue del lugar a los pocos años.

Yo, que no soy bueno, olvidé hasta su nombre.

domingo, 25 de agosto de 2013

¿Lo has pensado...?


-¿Lo has pensado?

-¿Qué cosa?

-Esto. Lo de conocernos.

-No.

-Pues yo sí lo he pensado.

-¿Y?

-No sé.

-¿Qué?

-No sé bien cómo se piensan esas cosas.

-Ya.

-No… si es en serio. Suena tonto, pero es en serio.

-¿En qué sentido?

-En que le doy vueltas, porque me importa, pero luego no sé qué hacer y me digo que simplemente es cosa de suerte, o de azar…

-Las cosas dan vueltas independientes de nosotros… el universo, por ejemplo, si te fijas…

-El universo no da vueltas, si somos exactos.

-Pues si somos exactos el azar y la suerte tampoco son lo mismo.

-…

-…

-¿Por qué no?

-Porque el azar puede ser algo malo, pero la suerte no.

-¿Y la mala suerte?

-Esa no es suerte.

-¿Y entonces nosotros…?

-Azar. Cien por ciento azar.

-¿De verdad lo crees así?

-Sí.

-Júramelo.

-¿Por qué?

-Porque quiero estar segura que…

-Espera. Te preguntaba por qué te lo juraba.

-Ah… pues no sé… Júramelo por todo lo sagrado.

-¿Por todo lo sagrado?

-Sí. Por todo lo sagrado.

-Pues yo soy todo lo sagrado.

-Entonces júralo por ti…

-Mmm…

-¿Tampoco te gusta así?

-No es eso… quizá pensé que ibas a objetar.

-Aún puedo.

-…


-…

sábado, 24 de agosto de 2013

Películas románticas polacas.


-Mi madre contaba que se fue a la cama con muchos tipos por no saber cocinar –dijo ella.

-Pobre –dije yo.

-No… si lo digo en serio –continuó-, lo que pasa es que solía invitar hombres a comer, pero ella solo sabía cocinar un plato…

-¿Y?

-Que por eso no pudo tener relaciones largas…

-No entiendo.

-Que ya no tenía qué cocinarles la segunda vez –explicó-, así que por lo general cenaban, tenían sexo y luego ella no se atrevía a invitarlos de nuevo.

-¿No los invitaba otra vez para no repetir la cena?

-Exacto.

-Mmm…

-¿No crees que sea cierto?

-No sé… suena extraño, al menos.

-Sí, puede ser –admitió-. De todas formas ella lo contaba con gracia, sobre todo cuando se refería al encuentro con mi papá…

-¿Él también fue a una de esas cenas?

-Claro –dijo ella-. Mamá contaba que él fue el único que descubrió el truco.

-¿Qué truco?

-Bueno, no truco… pero la verdad sobre la falta de talento en la cocina.

-…

-Mamá contaba que mi padre se había parado frente a ella cuando se negó a invitarlo por segunda vez. Tú no sabes cocinar, dijo él, y yo sí. Además podría comer todos los días lo mismo, si tú quieres.

-¿Eso habría dicho tu padre?

-Sí. Eso. ¿No es bonito?

-Mmm… no sé... ¿Hablaba realmente así, tu papá…?

-Sí… Es que veía mucho cine nórdico.

-Así como Kaurismaki.

-No. Eran tiempos más antiguos. Creo que eran películas románticas polacas…

-Mmm…

-¿Aún no te convences?

-No –confieso-. Pero no importa.

-…

-…

-Y tú, a todo esto, ¿cocinas más de un plato? –preguntó.

-Sí –contesté.

Nos quedamos en silencio un rato.

-Creo que voy a ordenar la biblioteca –dije entonces.

Y me fui.

viernes, 23 de agosto de 2013

Llaves en la cerradura.


Intento introducir las llaves en la cerradura.

Una. Dos. Tres veces.

A la sexta lo consigo y abro la puerta.

Entonces estoy entre mis cosas.

No sé por qué me desespero por llegar hasta mis cosas.

Mis libros, ante todo.

Casi todo son libros.

Llevo algunos hasta la cama.

Esa es más o menos la rutina.

Cocino algo.

Me ducho.

Las sensaciones no son distintas a mis acciones.

Hace tiempo que no escucho a Janacek.

Los discos, incluso, tienen un poco de polvo.

Antes, además, acertaba con las llaves al primer intento.

Estas cosas están dejando de ser mías, pienso entonces.

Riego las plantas.

Observo la biblioteca.

Todo parece existir de una forma ajena.

Los libros se desgajan de mi corazón.

jueves, 22 de agosto de 2013

En la fábrica de plástico.


Trabajé poco más de tres semanas en una fábrica de plástico.

Yo debía vaciar unos sacos en unas máquinas que básicamente revolvían un montón de componentes.

El olor mareaba y varias salas tenían lavamanos de emergencia, para aquellos que vomitaban.

Yo no vomité nunca en esas tres semanas.

Y claro… eso bastaba para ser considerado un tipo duro ahí dentro.

Quizá por eso, el jefe máximo me ofreció hacerme cargo de aquellos chicos que llegaban.

Tienes que hacerles ver que el trabajo no es tan duro, me dijo.

Yo acepté.

No era un trabajo tan duro, pensaba.

Así, resulto que en mi tercera semana me vi a cargo de unos doce chicos.

Estaban recién salidos del colegio, como yo, salvo que ellos venían del sur y no seguirían estudiando.

Lo supe porque tuve acceso a sus fichas y peticiones de ingreso.

Con todo, apenas alcancé a estar cuatro días con ellos hasta que me di cuenta que no podía hacerles ver que el trabajo no era tan duro.

Así, tras pensarlo un poco, fui donde el jefe a comunicárselo.

Quiero volver a vaciar los sacos, le dije.

El jefe me miró y me dijo que lo quería realmente era ser como esos chicos.

Incluso vomitar como esos chicos, me dijo.

No sé qué quiso decir, pero lo sentí como una ofensa, así que hice algunas cosas.

Luego renuncié, antes que me echaran.

Entonces, uno de los doce chicos llegados del sur, tomó mi lugar.

Quizá tampoco vomitaba y eso le hacía parecer un tipo duro.

¡Pobre tipo duro!

miércoles, 21 de agosto de 2013

Situaciones Comunicativas Fiasco (I)


I.

“-De seguro no te acuerdas de X… era simpático, pero tenía la personalidad de una silla.

-¿Y físicamente?

-No sé... grande. Como un ropero.”

El hueón mueble (fragmento)


II.

“-En ese tiempo teníamos dos mascotas y vivíamos en X… Un perro y un conejo. El punto es que un día el perro mató al conejo.

-¿Y qué hicieron ustedes?

-Nos costó decidirlo, pero sacrificamos al perro.”

El hueón justo (fragmento)


III.

“-Solo me hacen llorar las sonatas de Chopin, un par de películas francesas y las peleas de sumo.

-¿Las peleas de sumo?

-Sí… no sé bien por qué, quizá me imagino que son como mundos, chocando.

-…

-Y no lo digo externamente, sino como esencias de mundo… casi como si el Dios representante de cada mundo se parase de pronto ante nosotros, sin coraza…

-¿Dioses que se revelan?

-Claro, pero igual no sirve mucho… porque solo vemos gordura.

-¿Y eso te hace llorar?

-Sí, o sea, más bien me enternece. Es decir, la conclusión me enternece: Dios es gordo y sus ojos se conectan con algo íntimo e inaccesible… Es como si solo quedara rendirse ante esa condición.

-¿Y eso es, entonces, lo que te hace llorar?

-Sí. Eso mismo.”

El hueón metafísico (fragmento)

martes, 20 de agosto de 2013

Torta.


-¿Para qué compraste torta?

-¿Cómo?

-Te pregunté que para qué compraste torta.

-Ah… para la once, no sé. Es que estaba de oferta.

-Pues yo no voy a comer torta.

-¿Por qué?

-Porque estoy a dieta, ya te lo he dicho.

-Pero si siempre lo dices.

-Y tú siempre lo pasas por alto. Por eso te lo repito.

-Es la primera vez que compro torta…

-No tiene por qué ser torta, es como si te esforzaras por acabar con mi dieta.

-Yo no te obligo a comer.

-Nunca obligas a nada, pero es peor… es como si llenaras el camino, para que me tropiece…

-¿De verdad crees eso o estás jugando a la víctima?

-¿Crees que estoy jugando?

-Quizá no jugando, pero exagerando sí, al menos… solo compré una torta.

-No es eso, solamente… no me hagas repetirlo.

-¿Repetir…? Lo único que dices es que estás dieta y que intento que no la sigas…

-Y piensas que para mí es un juego.

-Pues te comportas como si lo fuera…

-¿Acaso tengo cara de estar jugando?

-¡Vamos…! No es cuestión de cara… ¿Quieres que bote la torta? ¿Es eso lo que quieres…?

-¡Me da lo mismo lo que hagas con la torta…! Simplemente no debiste haberla comprado.

-¿Retrocedo el tiempo…? Vuelvo el tiempo atrás y no compro la torta… ¡¿Esa hueá querís que haga?!

-¡Si pudieras hacer eso sería mejor que retrocedieras hasta antes que nos conociéramos….!

-¡¿Te das cuenta que siempre llegas a lo mismo…?!

-¡No seas estúpido…! ¡No llego porque quiera…!

-¡Claro que sí…! es lo de siempre…. Ahora va a comenzar el llanto y luego voy a tener que pedir disculpas y…

-Tú eres el que hace que sea igual…

-¿Lo ves?

-¿Qué?

-Ya tienes lágrimas en los ojos.

-¡Y dónde chucha quieres que las tenga…!

-…

-…

-¿Qué fue eso?

-Creo que es Marcos, viene con un amigo… no quiero que nos vea peleando.

-Anda a lavarte la cara…. Yo los entretengo, mientras…

-Ofréceles torta, si quieren…

-De acuerdo.

-…

-¿Qué pasa?

-Igual te quiero.

-Sí sé… Yo también...

-Ahí vienen.

lunes, 19 de agosto de 2013

Cosas que están demasiado lejos.

“La bandera flameaba tan alto
que no alcanzamos a ver
sus colores”


I.

Las cosas que están demasiado lejos
me agradan.

Urano, por ejemplo,
o los muertos que ya nadie recuerda.

Una pastelaria en Portugal
o el gol catorce de Pelé.

Me agradan porque aunque lo intente
esas cosas no se alcanzan.

Además, me agradan porque el dolor, incluso,
es tierno cuando no te toca.


II.

Olvidamos, sin embargo,
las cosas que están demasiado lejos.

Un juguete de lata,
o el deseo que teníamos de ser payaso.

Cintas con la voz de papá,
o la primera vez que leíste el evangelio según San Mateo.

Olvidamos porque el corazón
es un niño que sostiene lo que ama, con bracitos cortos.

Además, insistimos en caer en el amor,
en la vida, en los sueños, y nuevamente en el olvido.


III.

Las cosas que están demasiado lejos
me agradan.

Urano, por ejemplo,
o los muertos que ya nadie recuerda.

Una pastelaria en Portugal
o el gol catorce de Pelé.

Me agradan porque aunque lo intente
esas cosas no se alcanzan.

Además, me agradan porque el dolor, incluso,
es tierno cuando no te toca.

domingo, 18 de agosto de 2013

Y las llaves en el río.


La historia, según él, comienza cuando ella lanza las llaves al río diciendo que no volverá jamás a casa.

Están en la montaña, con Marie y con Philippe, dos amigos australianos que se hospedaron con ellos durante cuatro días.

Él dice que ella estaba borracha y ella lo admite, pero difieren en las razones de la discusión que terminó con las llaves en el río.

Marie y Philippe señalan que no creyeron que la discusión iba en serio y que solo después que las cosas se calmaron comprendieron que ella había arrojado las llaves del auto y de la casa al río, junto al que se encontraban.

Ella dice que solo pretendía arrojar las llaves de la casa, pero como él tenía copias no lo hubiese visto como algo grave y debido a eso fue que ella lanzó también las llaves del auto.

Él admite que se ofuscó y que empleó malas palabras, pero señala que no ejerció violencia física contra ella.

Ella aprueba esa última afirmación.

Marie y Philippe señalan que ambos se interpusieron en la discusión y que cada uno de ellos se fue con una parte de la pareja, para apaciguar los ánimos.

Fue entonces que ellos (él y ella, por separado), informaron a Marie y a Philippe que no tendrían cómo volver, pues no podrían hacer partir el auto.

La recepcionista del servicio de grúas señala que fue una voz con acento extranjero –Philippe-, quien pidió el servicio y dio su número de tarjeta de crédito.

El recibo del cobro valida, por cierto, esta información.

Ella admite haber vomitado mientras esperaban la grúa, y señala que luego de eso se quedó dormida unos minutos, hasta que él la despertó.

Él dice que la despertó porque quería que ella se despejara, y pudieran hacer las paces.

El chofer de la grúa cuenta que recogió a dos parejas que habían extraviado las llaves de un auto, en la montaña.

Marie y Philippe se bajaron antes, pues se quedaban en el hotel, esa noche, antes de volver a su país.

La historia, según él, concluye cuando ambos hacen el amor, durante la madrugada.

Ella, sin embargo, no recuerda ese incidente.

sábado, 17 de agosto de 2013

Cómplice del lobo.

“-A la abuela me la comí porque ya se había gastado la vida-, dijo el lobo.
-¿Y a Caperucita? -preguntó el juez.
-No sé… digamos que su vida era más valiosa para mí que para ella.”
O. W.



Nunca me dio miedo el lobo, en los cuentos para niños.

Y es que su comportamiento era esperable, después de todo.

Agazaparse, acechar… atacar a su presa, me refiero.

Todo aquello me parecía razonable.

En cambio, recuerdo aún con miedo el dibujo final del leñador, en un cuento de Caperucita.

Salía con tijeras e hilo, junto a la casa de la Abuela, pues acababa de coserle la panza al lobo tras haberlo llenado de piedras.

Ese dibujo sí que daba miedo.

No el lobo.

Nunca el lobo.

Y claro… yo no era muy consciente de aquello, pero lo cierto es que poco a poco ya me ubicaba en uno de los bandos.

Quizá por eso, uno de mis sueños recurrentes era que ocultaba a un lobo.

Generalmente él estaba escondido bajo mi cama, intranquilo… atento al leñador que también aparecía y lo buscaba, rondando por el lugar, sin decir palabra.

Así, ocurrió que, sin haberlo decidido –no habiéndolo pensado, al menos-, acabé siendo cómplice del lobo.

No éramos aliados, sin embargo, pues su naturaleza podía llevarlo a atacarme sin más, y uno debía estar preparado.

Fue una sensación que me acompañó por años, y que yo creía cierta.

De hecho, en una foto de mi infancia, puede verse parte del lobo bajo la cama, mientras yo estoy sentado, sobre ella.

Para tranquilizarse, finalmente, mi madre convino en que debió meterse un perro, a escondidas, sin que nos percatáramos del asunto.

Y claro… yo no quise discutir, y guardé silencio.

viernes, 16 de agosto de 2013

Fin de mundo.


Es extraño, pero ya van tres veces esta semana que sueño con el fin del mundo.

Son instancias raras, es cierto, pero se transmiten de una forma que me llena de tranquilidad, después de todo.

Y es que en cierto modo, parecen sueños no soñados por mí, y eso me lleva a ellos casi como un invitado…

Es decir:

Nada de protagonismo.

Nada de desesperación.

Y nada de angustia, por cierto.

Hoy pensaba, sin embargo, en esos sueños, y trataba de determinar cómo se acababa el mundo, dentro de ellos.

Así, si bien recordé en detalle cada uno, me di cuenta que el fin del mundo no era algo concreto, y que más bien, yo sabía, simplemente, que en esos instantes el mundo se estaba acabando.

Era linda la sensación, por cierto, en esos sueños.

Era como estar con alguien que te tranquiliza.

Y sí… era también como descubrir justo en el fin del mundo, el nacimiento de una flor.

Así, no sé quién lo envía, pero lo agradezco.

Es decir, sé que hay alguien a quien tomo de la mano, y poco más.

Sé que hay una mirada.

Pero nada más sé al respecto.

Y claro: eso basta, por hoy.

No exijo, además, un mundo nuevo.

Una nueva sensación, me basta.

jueves, 15 de agosto de 2013

Jugos en polvo.


Me gusta el sector de los supermercados donde se encuentran los jugos en polvo.

Me gusta observarlo, aclaro.

Y es que a veces los niños, desde los carros, extienden sus manos hacia los sobres y alargan su cuerpo hasta, sin caer, perder el equilibrio.

Debe parecerles un juego, pienso, el asunto de los jugos en sobre.

Yo mismo, de pequeño, por ejemplo, recuerdo haber intuido algo mágico en ellos.

Prepararlos, incluso, una vez en casa.

Verter el agua, me refiero, y observar cómo esta iba tomando color a medida que revolvías.

Pero claro… acá hablaba del sector de los supermercados y no de los jugos en sí.

Y ese sector me agrada, decía.

Y es que quizá sienta, pienso ahora, que esa magia de los jugos en sobre, puede trasladarse también a otros ámbitos.

Objetos, sensaciones… y hasta recuerdos en polvo.

Mientras, sin embargo, me conformo con mirar hacia el pasillo donde esos jugos se encuentran.

De vez en cuando llega un niño solo.

De vez en cuando una mujer mira los sobres un segundo más de lo necesario.

Y sí… ellos parecen buscar algo, ahí, en ese pasillo.

Así, de esta forma, debo reconocer que hasta creo un poquito más, en los otros, mientras los observo frente a los jugos.

Un poquito de fe en polvo, tal vez.

Usted dirá.

miércoles, 14 de agosto de 2013

Ni perfecto ni clásico.


La verdadera antipoesía
surge cuando un amigo
te cuenta en medio de una borrachera
que abusaron de su hijo.

No importa el tono de voz,
o la palabra exacta
o la buena dicción...

Y es que importa, finalmente,
porque también tienes hijos,
y porque algo en el pecho se enreda
y asfixia
si pasamos sin más a otro tema
y dejamos el asunto tal cual.

¿Esperar la justicia?

¿Comprender el error…?

¿La enfermedad, incluso…?

Claro que se puede.

Pero hoy elijo no hacerlo.

Hoy me nace romper algo,
aplastar una cabeza en el pavimento
y guardar la poesía para otro momento.

Nada más nace, en este instante.

Y sí… puede ser un error.

Puede que traiga consecuencias.

Pero eso es algo en lo que no se piensa.

Así, la poesía hoy se la dejo a los delicados,
o a los que creen en la justicia.

Y es que quizá me equivoque,
o me arrepienta,
pero en definitiva,
romper una nariz,
o poner en sitio algunas cosas
es lo que necesito.

Y claro,
no es algo que haga por mí, finalmente,
-o no directamente, al menos-,
pero es sin duda
algo que viene a congraciarme
con algo propio
y ajeno al mundito de las letras.

¿Es eso la antipoesía?

Sinceramente no los sé

Es decir,
los golpes riman y hasta existe
en ellos
una métrica cuidada.

Nos soy perfecto
ni clásico…
ya ven.

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