sábado, 30 de noviembre de 2013

Un diálogo que cae en el espacio.


-¿Sabes qué pasa si cae un hombre en el espacio?

-¿Desde dónde?

-No sé… da lo mismo desde dónde… me refiero a las leyes físicas…

-¿Te refieres a si cae en alguna dirección? ¿Si cae hacia abajo?

-No… no hablo de dirección, sino de movimiento, de velocidad.

-¿Si acelera y esas cosas…?

-Claro, o sea, si cae siempre a la misma velocidad, o si acelera o si disminuye la velocidad con que se desplaza…

-Pues la verdad no sé… y no me interesa mucho, si soy sincero…

-¿Por qué?

-No sé bien, pero es que en el espacio, en el vacío, creo que el cálculo no debiese realizarse fuera del hombre…

-¿Cómo…?

-Eso… o sea, suena raro, pero me refiero a que el hombre, el que cae en el espacio, claro, deja de sentir con el tiempo que está cayendo…

-¿Lo imaginas cayendo vivo?

-Claro, dijiste un hombre, ¿o no? No hablaste de un objeto…

-No, pero…

-El punto es que lo imagino con consciencia, cayendo hasta dejar de sentir el movimiento como algo propio…

-¿Viendo que se mueve el entorno, solamente?

-Sí, quizá… igual que no somos conscientes del movimiento de la Tierra más que por referencias externas a uno mismo…

-¿Y entonces?

-Y entonces ya no tiene sentido hablar de velocidad, o de aceleración, o lo que sea…

-¿Y si se queda quieto de golpe?

-Mmm… no sé… supongo que le daría vértigo… o quizá hasta sentiría como un movimiento, una aceleración repentina…

-…

-¿Es muy tonto lo que digo?

-No… o sea, no sé, no es eso… me quedaba callado porque pensaba en lo que le pasa al hombre cuando muere…

-¿Respecto al movimiento?

-Claro… ¿te imaginas si recién entonces se da cuenta que estuvo siempre en movimiento… en aceleración constante...?

-¿Hacia dónde?

-Pues no sé… ahí sí que el sentido se me escapa… O sea, cayendo, más bien, como en el espacio…

-Mmm… ¿y si fuera al revés?

-¿Cómo?

-Si el hombre pensó que se movía y luego se da cuenta que no… que no hubo movimiento…

-¿Y por qué no habría de haber habido movimiento si incluso somos conscientes de que nos movemos?

-Porque tal vez no hay dirección, sentido…

-¿Y morir sería entonces el vértigo?

-Claro… aunque igual es algo exagerado… o sea, poco real me refiero… después de todo no sabemos y…

-Te entiendo... Dejémoslo así.

-¿Te molestaste?

-No… es que me desespera un poco perder tiempo hablando de estas cosas…

-Sí… es como lavarse las manos cuando están limpias…

-¿Y están limpias?

-No sigamos…

-De acuerdo, dejémoslo así.

-¿Así como?

-Así:

viernes, 29 de noviembre de 2013

Me llevan donde el hombre de jengibre.


Me llevan a ver al hombre de jengibre.

Está en un cuarto pequeño, en el departamento en desuso,del vecino de un amigo.

Apenas se mueve, no ve, y parte de su cuerpo ha sido arrancado para diversas acciones.

Mi amigo, por ejemplo, me cuenta que sacó un trozo para dar un sabor especial a su cerveza.

No le duele, me dice, no te preocupes… apenas se mueve si le arrancas un trocito.

Entonces yo me acerco al hombre de jengibre y lo observo.

Intuyo cuál es su rostro y el resto de su cuerpo, y trato de hacerme la idea de quién y cómo es que terminó en este estado.

Ninguna idea clara viene a mi mente.

No hay música ni luz en el departamento.

Desde una ventana, entra algo de sol que da en las piernas de aquel hombre.

Todo lo demás en aquel cuarto debe intuirse.

De hecho, el mismo hombre de jengibre debe, a ratos, ser intuido.

Sus palabras, su expresión… sus propios sentimientos.

Con todo, no faltan quienes dicen que aquello es algo similar, a lo que nos sucede a todos...

¡Mierdas cómodas, hablando de esa forma...!

Y es que no dejan de repetir esas razones, mientras observo lo que sucede en esa habitación.

Así, me alejo un tanto de esas voces, en dirección .al hombre de jengibre.

Si te acercas lo suficiente, de hecho, puedes llegar a oír un latido.

¡Qué mierda más cómoda...!

jueves, 28 de noviembre de 2013

Un trago con sombrilla / No hay más historia.

"El secreto se esconde en los colores del mundo,
pero nadie sabe dónde se encuentran esos colores".
Otto Wingarden.


Escucho a una mujer pedir un trago. Un trago cualquiera, dice. Lo único que exige es que tenga una sombrilla. De esos paragüitas que les ponen en las películas, explica. El barman la mira, va a conversar con una chica que aparentemente trabaja en el lugar y tras unos minutos comienza a preparar la bebida, sin emitir mayores comentarios. Transcurren dos minutos más. Entonces, regresa la chica enviada por el barman con numerosos paragüitas pequeños. Todos son de mismo tamaño, pero hay de diversos colores: amarillo, verde, rojo, azul y rosa. También hay un paraguas a lunares. Finalmente, el barman prepara un trago de un tono verde limón, que tiene además dos hielos. Y claro, el barman también le agrega una de las sombrillas, para que esté completo. Creo que utilizó la sombrilla roja. Así, tras terminar su encargo, el barman acerca el cóctel hasta la mujer. Ella, en tanto, mira el trago, sobre la barra. Luego se va. Con paso  seguro, se va. De hecho, nunca mira hacia atrás, mientras se aleja. Yo la observo pasar. El trago con sombrilla queda sobre la barra.

No hay más historia.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Métodos de observación.

“Lo que observamos no es la naturaleza en sí misma
sino la naturaleza expuesta a nuestro método de observación”
Heisenberg.


Si ese hombre está muerto
quiere decir que no estamos a salvo.

Y es que ese hombre
era igual, en muchos aspectos,
a cada uno de nosotros.

Yo lo observé bien.

Lo seguí durante años.

Y puedo dar fe
de la gran mayoría
de sus acciones.

No es un acceso directo a su naturaleza,
es cierto,
pero es el único acercamiento posible
en nuestros días.

Por lo mismo,
no puedo aceptar sin más
que aquel hombre está muerto.

En este sentido,
obviamente pueden decírmelo,
en eso no hay problema,
pero habrá que observar aquel fenómeno
desde muchos otros ángulos
antes de compartir sus conclusiones.

Y es que si bien hubo funeral,
y flores,
y hasta hubo un coro de niños,
también es cierto que hoy en día
los niños
cantan por cualquier cosa…

Dicho esto, reitero mi primera observación:

Si ese hombre está muerto
quiere decir que nosotros
no estamos a salvo.

No dejen de entenderlo
y de otorgarle cierta gravedad.

Cambien el modo de observarlo.

Así, busquen el ángulo
en que aquel hombre
se parece más
a ustedes mismos.

Siempre existe ese ángulo.

Después de todo
el mundo está lleno de cosas
que se pierden fácilmente,
por juzgar y juzgarnos
demasiado aprisa.

martes, 26 de noviembre de 2013

El simulacro.


Practicamos simulacros.

Cada cierto tiempo practicamos simulacros.

Incendios, terremotos, tsunamis.

Cronometramos el tiempo.

Coordinamos rutas de escape.

Regresamos.

Nunca comentamos nada.

Nada trascendente, me refiero.

A veces aspectos técnicos.

Cambios en la zona de seguridad, nuevas señales, estrategias…

Cosas de ese estilo.

Un simulacro dentro de otro, diría.

Cajas chinas.

Con todo, yo me pregunto a veces sobre aquello a lo que regresamos.

Es decir, ¿podría decirme alguien a qué regresamos…?

Pero nunca nadie responde.

Y es que nos paramos al borde del volcán, es cierto.

Justo al borde, pero ni siquiera sabemos que se trata de un volcán.

Y poco importa entonces dónde nos paramos.

Así, a veces fingimos que esperamos.

Miramos a lo lejos, tratamos de recordar experiencias verdaderas…

Esperamos.

Seguimos esperando

Todo esto se convierte así
en una especie de penúltima cena.

Sin ritos profundos,
sin grandes mensajes.

Preparativos, simplemente.

Poco más.

El corazón que late y dentro de él…

Dentro de él otro corazón cuyo latido está intacto.

De esta forma, todo, finalmente, resulta un simulacro:

La piel, un simulacro.

El amor, un simulacro.

Las grandes elecciones, también.

Un árbol de navidad con las luces por dentro.

Un árbol de navidad, no talado, lleno de luces, por dentro.

Lleno de luces suaves.

Eso somos, bajo el simulacro.

Al final, volvemos a cronometrar el tiempo.

Guardamos todo en una caja y la enterramos bajo tierra.

Nunca -o casi nunca-, comentamos nada.

Nada trascendente, me refiero.


lunes, 25 de noviembre de 2013

Tienes todas las pistas.

“-¿Se puede reparar?
-Sí, eso es lo bueno de las cosas.”



Tienes todas las pistas que necesitas.

Huellas, objetos olvidados, pequeños signos por toda la casa.

Con todo, siempre hay algo que frena, antes de la resolución.

Es como la pareja que pasó la vida mintiéndose, y que deciden no arruinarse con la verdad.

Así, la primera conclusión a la que llegas es que falta un caso.

Un caso concreto, me refiero.

Algo que resolver: un crimen, un motivo, un culpable.

Y es que de tanto buscar en los cajones de los otros, comprendiste de pronto que casi todas las vidas están formadas por los mismos elementos.

Y claro… lo comprobaste también hurgando en tus propios cajones.

Fotos viejas, cartas dobladas, apuntes de cosas por hacer.

Pueden cambiarse por discos o pendrives, pero en el fondo es un cambio menor.

Nada que altere el descubrimiento mayor, me refiero.

Así, entre los papeles, eliges uno en blanco y buscas un lápiz que aún escriba.

Y es que si bien no hay un caso  concreto, sí hay ciertas conclusiones que es bueno no olvidar.

Hicimos todo esto, para así no tener otra vida, anotas.

No es una conclusión muy alentadora, pero al menos eres un buen detective.

No desaprovechaste las pistas.

Ahora puedes dormir tranquilo.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Máquinas desechables.


Ellos discuten por las máquinas de afeitar. Es decir, ella me cuenta que él las va juntando y no las bota. Son máquinas desechables, claro. Las usa una vez y no las bota, dice ella. Quedan ahí, sobre el lavamanos, o en vasos o dentro del botiquín, explica. Yo la escucho y luego le pido la opinión a él. Y es que es así como he visto que lo hacen los consejeros matrimoniales. Él entonces le resta importancia a aquel hecho. Ese no es el problema, dice él. Luego, volviendo al tema, comenta que hacen trampa, con las máquinas desechables. Es decir, él cuenta que vio un documental donde se planteaba que las hojas de las máquinas se oxidan porque les echan un compuesto para acelerar aquel proceso y obligar así a la compra de otras. Tras escucharlo, le pregunto a él si aquello que pasa con las hojas tiene algo que ver con la costumbre de negarse a botarlas. Entonces él lo piensa un poco y señala que no. Que no, pero que no es un hecho que haya que tomar tan a la ligera. Ella interrumpe en ese instante y señala que es lógico, que está bien aquello que hacen con las hojas pues se trata de un negocio, como el de las ampolletas. Es simplemente acelerar el proceso, dice ella. Además no se miente. Son máquinas desechables, enfatiza. Él parece molesto. Tanto que tras una pausa levanta la voz. Es como matar algo que está vivo, dice él. Algo que va a morir pronto, pero que está vivo. Es como botar las flores apenas puestas en el florero, dice él. Ella guarda silencio. ¿Como flores?, pregunto yo. , explica él, solo que las flores sí están muertas desde antes, aunque por fuera mantienen una apariencia sana y… Ella interrumpe entonces negando la validez de la comparación. Las máquinas son máquinas, alega ella. Nunca estuvieron vivas. Y además son desechables, concluye. Todo es desechable, agrega él, ofuscado. Todo es desechable. La gente, la comida… ¿Las relaciones?, pregunta ella. ¿Los afectos…? Él se calla. Ella tiene los ojos llorosos y se ve nerviosa. Yo intervengo entonces diciendo alguna tontería. Podrían durar si no les pusieran esos compuestos, digo. Ellos me miran. Hablo de las máquinas, aclaro. Por último ella sale de la habitación y él se queda un rato solo, en silencio. Luego sale tras ella. Afuera todavía hace calor. No creo que vuelvan a pedirme que sirva de intermediario.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Todos piensan en el último piso.


-Imagínatelo –me dijo-, estás frente a un edificio altísimo… un edificio de departamentos… quizá el más alto de los que has visto… Pues bien, tú estás abajo, mirando el edificio… ¿qué es lo primero que piensas?

-¿Cómo…? –pregunté-. ¿Qué pienso respecto a qué…?

-Respecto al edificio, por supuesto… ¿Qué es lo primero que piensas cuando lo miras?

-Eh… no sé, tal vez en el último piso… o me pregunto hasta dónde llega…

-¡Exacto! –exclamó-. Todos piensan en el último piso.

-¿Y…?

-¿No te parece raro…? –dijo él-. Todos miran el edificio desde abajo y lo único que piensan es en el último piso, o en la azotea…

-Eh… pues no sé… -dije yo-, ¿pero es malo, según tú?

-Pues no sé si llamarlo así… pero al menos es llamativo cómo nadie se preocupa de los primeros pisos, o hasta del subterráneo… ¿te imaginas alguien viendo por primera vez ese edificio y fijando su atención en el cuarto piso…? Preguntándose quién vive ahí, o cosas así…

-Pues no… no realmente –acepté.

-¿Lo ves…? Ese es el verdadero problema… Hay que aprender a partir de abajo… apreciar más lo que es más cercano a tu experiencia… Eso es lo que impide los logros…

-¿Qué logros? –pregunté.

-Cualquier logro… -contestó-. Todos los logros… Pensar que miramos a los otros cuando en realidad miramos sobre ellos… preocuparnos de creer en dios antes de nosotros mismos… ¿no te das cuenta? Todas nuestras acciones resultan erradas por una misma actitud…

-Mmm… puede ser –admití-. Pero en concreto… ¿propones algo en particular?

-¿A ti o en general? –me preguntó.

-A mí –aclaré.

-Pues no sé bien… quizá debas tener más cuidado cuando miras la hoja en blanco –me dijo-.

-¿Cuándo quiera escribir?

-Claro… olvídate del gran texto, de la gran idea, del gran mensaje…

-¿Y me fijo en qué?

-En lo que está más cerca… ya sabes… en los miedos pequeños, en los ruidos… en los gestos de los otros…

-¿Y la azotea…? ¿Va a llegar alguien a ese último piso?

-No lo sé… pero quizá el edificio es tan alto que hasta falte aire en la azotea… o hasta sea muy artificial, o no nos guste… ¿te imaginas? Toda tu vida subiendo a un lugar que finalmente no era lo que esperabas…

-¿Y los otros? ¿Acaso lo que está cerca es más fácil…?

-Nunca dije eso. Pero es más necesario.

-De acuerdo… supongamos que te creo… ¿qué hago ahora?

-Borras el texto que habías escrito y partes copiando esta misma conversación.

-¿Y mañana?

-Mañana te cuidas de no mirar más allá de los otros… riegas las plantas, te mojas el rostro, caminas un poco… Tú sabes… no arranques, simplemente, cuando tengas miedo.

viernes, 22 de noviembre de 2013

La inconclusa.


I.

Érase una vez una niña a la que le gustaban los cuentos y las conversaciones inconclusas.

Todos los que la conocían sabían sus características, pero lo cierto es que nadie se hacía mayor problema con aquello.

Era un mal apodo, sin duda, pero algunos le llamaban la inconclusa.

Y es que ella comenzaba a hablar sin previo aviso, de temas que nunca quedaban explicados del todo… y luego ya no había cómo hacerla volver.

-Es como con el cigarro –me dijo un día-, siempre se quema por un solo lado.

-¿Por un solo lado? –pregunté yo.

-Sí, por uno solo –aclaró ella, antes de callar.

No entendí de qué me hablaba.

Esa fue mi primera conversación con la inconclusa.


II.

Otro día ella llegó en bicicleta.

Yo venía de comprar pan, y pasaba junto a una plaza.

-¿Ves ese hombre que está allá? –me preguntó esa vez, indicando a un tipo que paseaba a un perro.

Yo asentí.

-Adentro de ese hombre hay una galleta de la fortuna… -agregó.

-¿Cómo esas de los chinos? –pregunté.

-Sí… como esas.

-¿Y qué tiene adentro?

-Una galleta de la fortuna.

-No me refiero al hombre, sino a la galleta de la fortuna… ¿qué tiene adentro?

-Una galleta de la fortuna –repitió, molesta.

Luego, sin despedirse, se fue en la dirección que venía.


III.

Creo que no lo dije antes, pero yo fui profesor de esa niña.

Había repetido alguna vez y sus redacciones eran extrañas, pero lo cierto es que sobrevivía en el curso sin tantos problemas.

Le gustaba leer cuentos, como ya dije, y una vez me di cuenta que nunca leía los finales.

No le exigí razones, por cierto.

Cuando dejé de trabajar en el colegio donde ella estudiaba me entregó una carta, igual que otros compañeros.

A diferencia de los otros, sin embargo, la carta de ella tenía dos finales.

Me negué a leerlos, esa vez, por cariño.


IV.

Pasaron años y cada cierto tiempo cruzamos palabras, en la calle.

De todas formas, son extrañas las informaciones que podrían resumir lo que hablamos en estos encuentros.

Por ejemplo, sé que estudia, pero no sé qué.

Asimismo, sé que le gusta el té de frutas, pero no sé cuáles.

Por último, sé que es inconcusa, pero no sé para qué.

Con todo, me gustaría pensar que la vida es más hermosa, de esa forma.

Probablemente me equivoco.

jueves, 21 de noviembre de 2013

¿Por qué debería salvarte?

“Somos la liga de la justicia. Hemos abatido
de forma definitiva a dioses de verdad,
los hemos hecho llorar.
Ustedes no representan nada para nosotros”.
Warren Ellis


-¿Viste las Súperman antiguas? –me preguntó.

-¿Las películas?

-Sí po, las de Reeves… ¿te acorday de esa escena en que Súperman se tira a unas cascadas para salvar a alguien?

-Sí, parece que es en la primera…

-Pues tuve un sueño igualito a ese momento.

-¿Eras Súperman?

-No…

-¿Eras la cascada?

-N po, hueón… era la persona que se caía… claro que yo ya sabía que estaba Súperman, y que podía salvarme…

-¡Qué gay…!

-No… además no es el punto... Lo que pasa es que mientras caía yo miraba a Súperman… bueno, a Clark en realidad, y claro él comenzaba a sacarse los lentes… para ponerse el traje…

-¿Y?

-Que de pronto se detenía… Clark, me refiero… me estaba viendo y no sé… yo sentí como que calculaba si valía la pena…

-¿Si valía la pena ponerse el traje y salvarte?

-Sí… pero más bien calculaba si yo mismo valía la pena… yo sentía que me veía entero, que me sabía

-¿Como con la visión de rayos x…?

-No… o sea, era una especie de poder, pero lo que él veía era algo mío… o sea, que era yo, completo, más bien… y hasta mis posibilidades de ser…

-¿Pero te salvaba al final?

-No… no me salvaba… o al menos yo que me quedaba con esa sensación, de caer y de que había decidido no salvarme…

-¿Y te daba rabia o algo…? ¿No intentabas reclamar, en el sueño?

-No… eso es lo peor… como que una vez cayendo, si bien quería ser rescatado, sentía también que Súperman tenía razón… no había un para qué… no habría podido darle una razón válida, para que me rescatara.

-¿Y entonces?

-Entonces eso po, hueón… que me caía y supongo que en ese instante me despierto, o justo antes…

-Pero ¿caías al agua? ¿Te morías…?

-No sé, creo que fue justo antes de tocar el agua, mientras caía, que desperté.

-Típico…

-Si po, típico, pero la sensación no se va…

-Oye, a todo esto… ¿por qué me contai a mí el sueño?

-No sé bien… pero ya que te lo cuento, ¿me podríai responder algo?

-Eh… sí, supongo…

-¿Me salvarías tú si me estoy cayendo?

-Sí po, hueón… si somos amigos…

-No po, hueón… si tú fueras algo así superior, como Súperman… poderoso y bueno pero como en nivel diez mil… y de pronto veís que me caigo…

-¿Pero sé o no sé quién eres, cuando caes…?

-No… o no de inmediato, al menos, pero miras y sabes… o sea, ves algo así como mi corazón o algo así… pero tú eres mil veces mejor… y ves lo que soy…

-Pues no sé… suena maricón igual, pero si lo preguntai en serio supongo que depende de quién eres… y no sé bien si sé eso…

-Pero sí o no po, hueón…

-Yo creo que vería si pedís ayuda y creís merecer ser salvado… o sea, ese es el punto… Es decir, si me veís superior y bueno y poderoso, como decís… ¿eres capaz de pedir ayuda aún cuando yo sepa quién eres tú, totalmente…?

-Mmm… no sé, realmente…

-¿Y…?

-No sé, hueón… además me agoté un poco, mejor cambiemos de tema.

-Pues con eso ya me contestaste.

-¿Y qué se supone que dije…?

-Contestaste que no. Que no quieres salvarte –le dije. 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Casas que no se caen.


I.

Escuché al lobo amenazar a los cerditos. No hay casa que no se caiga, gritaba. Los cerditos no hicieron caso. Confiaron en la paja, en la madera y en el ladrillo. Todo se vino abajo. Por último, se refugiaron en una iglesia.

Era el hogar del lobo.


II.

En lo alto de la cordillera persisten cuatro casas. Todos se han ido de lugar pues antes trabajaban en una pequeña mina. Así, solo quedaron las cuatro casas. Desde lejos parecen una pequeña villa, pero lo cierto es que están vacías. Mientras me acercaba, incluso, dudaba si llamarlas o no, bajo ese término. Finalmente, tras una breve votación, decidimos derribarlas. Botamos una, quemamos las otras tres. Nos dolía el pecho, mientras lo hacíamos. Meses después volvimos al lugar. Las casas estaban de pie. El pecho seguía extraño. Llovía.


III.

Dicen que el hombre es una casa. Pero no habita nadie en el hombre. Además el hombre es endeble y sus materiales son ligeros. Así, una lluvia persistente puede terminar por derribarlo.

Eso señalan los expertos.


IV.

No fue el lobo quien derribó las casas. Eso dijo el agente de seguros, a los cerditos. Él solo esperó a que se vinieran abajo. Y la espera tuvo éxito. El lobo caminó sobre los restos e intentó comprender los deseos de los hombres.


V.

La última vez que vi esas cuatro casas, en la cordillera, merodeaban unos cerdos. Uno los ve inofensivos, pero me advirtieron sobre ellos. Es preferible que te encuentres con el lobo, me dijeron. Yo los observé de lejos y vi que uno entraba por una puerta dañada, a una de las casas. Todo estaba en silencio. Fue entonces que comenzó a llover.


VI.

La gente se siente segura en sus casas, cuando llueve. La mayoría de la gente, al menos. Prefieren las casas sólidas y espaciosas y se quedan en ellas. Si no dejase de llover, pienso, quién sabe si saldrían. Con todo, igual resulta peligroso. En la cordillera, por ejemplo, específicamente en cuatro casas semi abandonadas, unos cerdos irrumpieron y se comieron a unos jóvenes que habían buscado refugio.

Solo uno se salvó por preferir caminar bajo la lluvia.

Años después, fue con familiares de sus amigos muertos, a derribar y quemar aquellas casas.

Mientras los hacían, se escuchó aullar un lobo.

Llovía.

martes, 19 de noviembre de 2013

Salir a a calle con la puta del brazo.


R. es valiente.

R. sale a la calle con la puta del brazo.

Entonces, ellos caminan hasta llegar al parque.

Y claro… el pasto crece indiferente en el parque.

Los perros están tendidos en los espacios con sombra.

Y el calor es tan desagradable que apenas hay gente.

Con todo, F. y T. están también en el parque bebiendo una cerveza.

Jugarán un partido esa misma noche y verán a los otros.

Entonces, en medio del partido, ellos comentarán que vieron a R. con la puta, del brazo.

Y no es que sea fea, la puta.

No es eso, dirá T.

Y así, pasados los minutos, todos comentarán algo.

Todos dirán que R. estaba un poco extraño.

Y habrá incluso quién no crea y piense que se trata de una broma de F. y T.

Con todo, R. pasará de ser considerado un estúpido a ser considerado un valiente.

De hecho, con el tiempo, el andar con la puta, del brazo, pasará entre ellos a ser metáfora de otra serie de conductas, que nadie realiza.

(Salir con la puta).

(Presentarle tus padres a la puta).

Esas son cosas que no se hacen.

Si hasta la puta sabe aquello.

Se lo advirtió a R.

Caminó cabizbaja por el parque.

Solo miró a los perros que estaban tendidos a la sombra.

No dijo nada.

Caminó hasta la sombra con R.

Ambos querían decirse cosas.

Finalmente, no se dijeron nada.

Icen que hubo un beso.

Nunca más volvieron a salir.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Ella era un zombie (reggaeton a dos voces)



Me viene mal hablar de ella
sin botella
de acordarme me marea
es castigo
y me viene cefalea
no maldigo
sin embargo me huevea

                                                              (¡Esa es ella…!)

¡Así es ella…!

Y se cree que tiene vida
                                                              (Te dará lo que tú pidas)
pero olvida que está muerta.

                                                              (¡Esa es ella…!)

¡Así es ella…!

                                                               (Se maquilla)
mas su carne está podrida
y en sus manos
hacen nido los gusanos…

                                                               (Qué belleza)
¡¿Qué belleza…?!
ni aunque tome cien cervezas
                                                             
                                                               (¡Cuánta ofensa…!)
no es su carne lo que asquea
usted lo sabe…
pero olvida que es cadáver…

                                                                (¡Esa es ella…!)

¡Así es ella…!

No me mueven de mi centro
yo no olvido
que es muy simple lo que pido
y ella está muerta de adentro

                                                                 (No hay fisuras)
ni menos temperatura
                                                             
                                                                 (No hay errores)
Pero faltan los colores
las bajadas, las subidas
eso que te da la vida…

                                                                  (¡Esa es ella…!)

¡Así es ella…!

                                                                  (Ten paciencia…)
Lo que pasa es que avergüenza
que confunda con latido
la falta de sentido
y se olvide que está muerta…

                                                                   (¿La disculpas…?)
Esto no es cuestión de culpas
ni castigo en el abismo
lo que pasa
es que te olvidas de ti mismo…

                                                                    (¡Esa es ella…!)
¡Así es ella…!

Una zombie tras tus pasos
se le caen los pedazos…
                                                                     (¡Transparencia…!)
en vacío no hay decencia
y al vivir con displicencia
todo cae de sus brazos.

                                                                      (¡Así es ella…!)

¡Esa es ella…!
                                                                   
                                                                      (¡Esa es ella…!)

¡Así es ella…!

¿Tú le cuentas que está muerta?

domingo, 17 de noviembre de 2013

Encontrar la caja negra.


Escarbo en los recuerdos, en los pequeños objetos, en los residuos… Escarbo en todo aquello hasta encontrar la caja negra. El objeto que revelará el fallo… la causa del error, del accidente, el porqué de la caída.

Y es que en esa caja ha de estar todo. Desde el útero, espero. La constancia del funcionamiento, las pequeñas alteraciones, el mapa de nuestros pasos, me refiero. Todo aquello que permite rastrear nuestro accidente… nuestro fallo.

Con todo, lo que busco no es una respuesta concreta. Es decir, no anhelo corrección, sino comprensión de lo ocurrido. Abrazar al fallo. Mirarme tropezar mientras sonrío... Aceptar con afecto mis errores.

Y es que debiésemos tener derecho a eso, al menos. Rastrearnos. Reconocer la parte que en uno primero se hizo trizas… Observarse... Tomar notas.

Así, finalmente, quiero pensar que es posible incluso llegar a la caja negra de nuestras sensaciones… No de manera específica, por supuesto, sino a través de una caja negra quién sabe si hecha también de sensaciones… o de sensaciones primarias, como los colores...

Piense usted en el corazón, si quiere, o hasta en la memoria… pero yo aspiro a algo un poco más seguro que todo aquello… cercano a una verdad más ajena a nosotros… Una caja negra que es parte de nosotros, pero a la vez nos sobrevive…

¿Ya adivina...?

sábado, 16 de noviembre de 2013

¿De qué se esconde Sarah Connor?


-No veo nada malo en servir cafés -me dijo.

Yo asentí.

-En el futuro no hay cafés… -agregó-. La cafeína se vende como energizante en pastillas, pero no hay café… no hay tiempo para hacer café…

-¿Qué futuro? –pregunté.

-El futuro, ya sabes… es lo que alguien te dice que ya pasó, pero aun no pasa… ¿no vendrás tú de ahí, cierto?

-Eh… no… ¿de dónde?

-Del futuro… ¿no eres tú el que viene a protegerme?

-No… no creo…

-Es que yo me avisé, desde el futuro… vendrán por mí, me enamoraré, tendré un hijo… también viene una máquina a matarme… yo me anticipé y me vine a ver, hace unos días… yo debo hacer café… vivir mi vida.

-Eh… sí… suena bien.

-¿Qué cosa?

-No sé… lo que dices… tu futuro incluso…

-No quiero ese futuro. Quiero servir cafés… siempre los huelo antes de entregarlos… me gusta el aroma… debo preservar eso, en el futuro…

-Pero te enamoras… tienes un hijo…

-Esa no soy yo –interrumpió, molesta-. Yo sirvo cafés. No me enamoro. Esa soy yo.

-Entiendo…

-No lo creo… quizás sí vienes del futuro… yo debo enamorarme de ti y…

-Te equivocas, yo…

-¡Vienes a matarme…! –gritó-. Quieres ganarte mi confianza y luego matarme… eres un T 800 y…

-Soy Vian –le dije-. Y el café está excelente…

-Gracias… -agregó, calmándose-. ¿Dijiste que te llamas…?

-Vian.

-¡¿Tú eres Vian…?!

-Eh… sí… pero no creo que me conozcas, yo…

-Mi yo del futuro me habló de ti –siguió-. Dijo que la escondiste en una biblioteca…. Que viajó desde ahí…

-¿Una biblioteca?

-Sí, una biblioteca gigante, yo viajé desde ahí… ¿habrás sido tú…? O, sea… ¿serás tú…?

-Pues no sé… ¿te dijo si estaba la biblioteca ordenada?

-Dijo que era un desastre… que daba la impresión de un ser gigante, uno vivo, y disperso…

-Mmm… pues parece que era yo…

-¡Qué fantástico… no crees…! Oye… a todo esto… ¿ya tienes la biblioteca?

-Pues sí… creo que sí, aunque intento ordenarla.

-¿Y puedo…?

-¿Ordenarla? No. Es una labor mía, yo…

-No, no me refiero a eso… yo quería preguntarte si puedo esconderme… si llega el T-800, claro… o el hombre ese del que me tengo que enamorar y…

-Eh… bueno… sí, cuando quieras…

-Pues excelente, entonces… ¿puedo hacer algo por ti, Vian… para compensar?

-No… no te preocupes, o sea… ¿no te dijo nada más sobre mí, en el futuro?

-¿No me dijo más quién?

-Tú, tú misma…

-Ah… es que lo dijiste raro… pero la verdad es que no puse mucha atención… me fijé más en la amenaza de perder mi vida… disculpa.

-No, no hay problema… quizá sea mejor así…

-¿Puedo preguntarte algo yo también Vian?

-Eh, sí… claro.

-¿Te gusta tu vida?

-¿Mi vida?

-Sí… ¿te gusta tu vida…?

Entonces, justo cuando ella acabó la frase, un hombre que había entrado a la cafetería le preguntó si era ella Sarah Connor.

Y claro… yo salí de la historia, en ese instante.

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