sábado, 31 de diciembre de 2016

Chicos con lanzallamas.


Chicos con lanzallamas.

Las calles se llenas de chicos con lanzallamas.

¡Por fin las calles se llenan de chicos con lanzallamas!

Avanzan por las calles con las armas encendidas.

Nada de celulares, nada de consolas, nada de cuadernos de ejercicios.

Estos son chicos con lanzallamas.

No es necesario nada más.

Nada de concesiones.

Nada de poder ni cadenas de mando.

Ni siquiera la palabra es ya cosa necesaria.

Simplemente chicos con lanzallamas.

Desde las ventanas los observan y comentan escondidos.

Los viejos los observan.

Los que serán ceniza los observan.

Ahí van esos chicos con lanzallamas, señalan.

Ningún uniforme los distingue.

Por momentos incluso parecen ser arrastrados por las llamas.

No se persignan frente a las iglesias.

No se perturban cuando se acercan hacia sus padres.

Actúan todos en bloque aunque las decisiones son esencialmente individuales.

No distinguen siquiera lo que fue alguna vez de su pertenencia.

¡Esto es lo que esperábamos!

Ya sin fe.

Prácticamente agotado.

Por fin aparecieron los chicos con lanzallamas.

Yo mismo quise ser uno, pero ya estoy viejo.

Avanzan por la ciudad.

Por un momento todo es humo.

La ciudad desaparece tras sus pasos.

Tal vez no sepan dónde van, pero la llama parece una buena guía.

Chicos con lanzallamas.

Las calles se llenas de chicos con lanzallamas.

Vienen hacia acá y yo los espero.

Sus pasos se escuchan.

La ciudad arde tras ellos.

Y el fuego es hermoso y rotundo, como debiese ser la voz de Dios.

viernes, 30 de diciembre de 2016

(No) Siga participando.


Desde pequeño guardé todo aquel elemento donde se me señalaba que no había sido el ganador de algún concurso o promoción, y que debía, por lo tanto, seguir participando.

No era una colección muy ordenada, pero lo cierto es que había logrado guardar cientos de ejemplos de aquella frase impresos en un número también amplio de formatos.

Tapitas de bebida, boletos antiguos de locomoción, palitos de helado, tapas de yogurt, etiquetas que debían mojarse en agua tibia, cajas de pastas de dientes y hasta una serie de cupones que debían ser raspados. Todos y cada uno con la frase emblemática: Siga participando.

Y claro, más allá que uno apele a otros motivos, el siga participando hoy se nos revela como algo imperativo, tanto así que hasta dejo abierta la opción de haber caído en esa red de volver una y otra vez obtener algún “premio”, sin siquiera fijarnos en el verdadero costo asociado.

Por lo anterior, no fue extraño hoy intervenir de cierta forma aquella colección, escribiéndole un no antes de la frase reiterada: No siga participando, y montando en el patio de la casa una mini exposición de escaso éxito, que no dejaba sin embargo de ser llamativa.

Tanto fue así que una de las espectadoras –una vecina que fue a devolver unos cables-, recordó un concurso que había visto en internet y participó a través de unas fotos donde mostraba la improvisada muestra.

Respecto a los resultados de ese concurso, (considerando la evidente contradicción que genera la participación), no queda sino esperar en silencio a que estos sean publicados.

Apenas esto suceda, por cierto, me acercaré a terminar de mejor forma este texto, que hoy al menos, queda detenido en la presente expresión, a la espera de próximas novedades.

Saludos cordiales.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Ella y el novio polaco.


Ella tiene un novio polaco.

Lo conoció por internet y él terminó viajando a Chile.

Lo presentó en su casa y llenó de fotos su Facebook.

En las fotos siempre salían juntos.

Y es que pensó que era gran cosa tener un novio de esos lados.


Con el tiempo sin embargo ella empezó a dudar un poco.

Consideró que no salía muy bien en las fotos.

Y también estimó que sus amigas no se mostraban demasiado entusiastas.

Por otro lado él tenía pecas y ella no sabía, si eso era algo bueno o algo malo.


Entonces ella miró en internet e intentó buscar un peinado que le viniera a su novio.

Y encontró nuevos estilos y analizó profundamente la situación.

Finalmente, ella misma le cortó el pelo y lo acompañó a comprarse nueva ropa.

Él no hablaba bien español, pero aceptaba de buena forma aquellas ideas.


Desde ese día han pasado varios meses.

El polaco, mientras tanto, ha estado como tres veces por la peluquería,

La última vez quedó rapado así que no volverá a ir por algún tiempo.

Ella, en tanto, se muestra un tanto cansada, y hasta ha comenzado a salir a solas, con sus amigas.


No es tan cool, el novio polaco, piensa ella entonces.

Le intentó explicar, para terminar de buena forma, pero a él no parecía importarle.

De hecho, poco antes que se separaran, recién supo que él tenía pasajes de retorno.

Se separaron así, días después, con un abrazo amistoso.

Fue la primera vez que ella no lloró, al terminar algún tipo de noviazgo.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

Piezas sueltas.

“El conocimiento seguirá teniendo un carácter
incompleto y casual, a menos que las disciplinas
científicas se relaciones claramente entre sí
y se dirijan a bienes que contribuyan  al bienestar humano”.
S.


Piezas sueltas.

Piezas de rompecabezas.

Compro piezas sueltas de rompecabezas.

Eso decía el anuncio.

Eso decía y yo llamé.

Hoy a las 19:00, llamé.

Mil piezas, negocié.

Tal vez de mil distintos rompecabezas.

Todo bien, en general.

Buen precio, incluso.

Todo salvo la insistencia.

La exigencia, incluso.

Piezas de distintos rompecabezas, exigían.

Y claro, como no lo aseguré totalmente bajó la oferta.

Acepté de igual forma, aunque sin razón alguna.

Y es que todo lo hago sin razón alguna.

Eso lo comenté en voz alta, recuerdo.

Nunca puedo evitarlo, si soy sincero.

Entonces ella rió.

Ella rió y yo intenté explicar, pero no podía.

Que no me preocupara, me dijo.

Que nada se hace en realidad, por razón alguna.

Y claro, yo pensé en ello tanto tiempo que olvidé que estaba hablando.

Me acordé cuando ella volvió a reír.

Yo le pregunté de qué reía.

Ella se disculpó, pero yo no quería que se disculpara.

Yo quería saber de qué reía.

Entonces ella me preguntó si quería ayudar.

Ayudar a armar algo con esas piezas.

La mayoría no se unen, me dijo, pero las podemos forzar.

A mí no me gusta forzar, dije entonces.

Ella quedó en silencio y luego dijo que no quiso decir eso.

Cuando comenzó a  decir otra cosa se me resbaló el teléfono.

La batería se salió y al parecer se quebró una pieza.

Lo intenté por horas, pero no lo supe armar.

Me aseguré de recoger todo y ponerlo sobre la mesa.

Yo quería ver un teléfono, pero solo había piezas.

Piezas de un teléfono.

Trozos de risa, en mis recuerdos.

Piezas sueltas.

martes, 27 de diciembre de 2016

La naturaleza y los aspectos (ver epígrafe)

“La naturaleza en gran parte ficticia de los significados humanos.
Los aspectos puramente lingüísticos de la experiencia humana”
E. B.

I.

-¿Sabías que Saint-Pierre criticó profundamente la evaluación excesiva de las ciencias físicas?

-¿Qué…?

-Te pregunto si sabías que Saint-Pierre criticó profundamente la evaluación excesiva de las ciencias físicas.

-Pues claro.

-¿Me estás hueveando o de verdad sabes algo?

-Sí sé. O sea, sé un poco.

-¿Puedo entonces preguntarte algo al respecto?

-Por supuesto, pregunta.

-¿Sabes qué fue lo que criticó?

-¿Saint-Pierre?

-Sí. Saint-Pierre… ¿qué fue lo que criticó?

-Pues el tipo ese criticó la evaluación excesiva de las ciencias físicas.

-Claro que sí… eso ya lo he dicho yo…

-Entonces concuerdo con esa síntesis.

-¿No sabes algo más sobre eso?

-Claro…

-¿Qué más sabes?

-Pues sé cómo criticó la evaluación excesiva de las ciencias físicas.

-¿Y cómo fue que la criticó?

-Profundamente. Las criticó profundamente.


II.

-¿No vas a intentar una segunda lección?

-No. Mejor me doy por vencido.

-Pues yo pensé que insistirías. Había pensado que me hablarías de Diderot.

-¿Sabes acaso quién fue Diderot?

-Sí, pero no me interesan las biografías.

-¿Y qué te interesa de Diderot?

-En realidad nada, pero pensé que insistirías con alguien y que Diderot podría resultar algo irónico…

-¿Diderot irónico…? ¿Por qué?

-Porque no te conviene saber qué criticó.

-¿Y qué criticó?

-Algo que no te conviene saber.

-¿En el fondo no sabes, cierto?

-Puedes creer eso, si quieres.

-¿Y qué más podría creer?

-Pues tal vez Diderot cuestionó la posible existencia excesiva de libros como referentes de conocimiento.

-¿Y ahora me dirás que tal vez apele a la propia naturaleza para volver a ellos?

-Exacto. Podría decir eso… pero no te asustes… no sé si lo diga, me refiero

-…

-¿Con eso basta, supongo?

lunes, 26 de diciembre de 2016

Otras labores.


Observo gráficos.

No interpreto.

Objetos por persona, debo analizar.

Y además, por cierto, clasificar los objetos.

Para hacerlo trabajamos con variados criterios.

Durante meses, trabajamos.

Cuantificar y luego significar.

De eso se trata, en principio.

Traducimos a Eberhard Wahl.

Escuchamos grabaciones de Van Lier.

Nos cansamos, incluso, de Baudrillard.

Anotamos luego sus palabras en objetos.

Signos en signos, digamos.

Y claro… otros nombres también dan vueltas.

Lefebvre, Simondon, Gabor, Schmölders, Veblen, Zipf, Wingarden, Simon, Boudon.

Morin, Adorno, Perec, Moles. Meier, Kant, Zahn, Currie y hasta Hegel.

Supongo que para algunos pueden ser interesantes.

Y supongo que los que creen ello están más cerca de lo que podríamos pensar.

Hace unas horas, por ejemplo, dos de nosotros llegaron a los golpes discutiendo sobre la moral de los objetos.

Ayer, otro ejemplo, se oían desde fuera los gritos que negaban la autonomía de la función simbólica del signo respecto a la mera función.

¡Que hueá más lejana de la vida todo esto…!

Años de trabajo, libros en estantes… más objetos.

Por otro lado, descubres que es imposible no interpretar.

Y es que uno quiere no ensuciarse, pero al final hasta observar te hace daño.

Así, no queda sino tranquilizarse pensando que este fue el último esfuerzo.

Escribir la renuncia, pedir disculpas, ofender lo menos posible, digamos.

Y claro, recordarte a ti mismo una y otra vez que esas son cosas en las que no debieses caer.

Pozos con otra luz.

Hermosas jaulas.

Última vez, te dices.

Borras los archivos y quemas los papeles.

Poco más podía hacerse, concluyes.

domingo, 25 de diciembre de 2016

Así no más fueron las cosas.


-Hoy lo miro hacia atrás y sinceramente no sé qué fue –me dijo-. Y es extraño porque ha pasado mucho tiempo desde entonces y nunca tuve la menor idea. Me refiero a que salimos, nos conocimos, nos gustamos… hicimos todo el proceso hasta llegar a vivir juntos unos meses, en los que la pasamos bastante bien, dentro de todo. De todas formas, no recuerdo que hayamos hablado de proyectos, pero supongo que eso no nos era necesario. Me refiero a que estábamos bien, o al menos tranquilos de esa forma. En cuanto a él, durante ese tiempo dijo una cantidad de palabras que sonaban a amor, pero no eran amor, concretamente. De todas formas, yo no me hacía problema y tal vez hasta pensaba que lo fueran, si soy sincera. De todas formas, viéndolo hoy, a la distancia, debo reconocer que esas palabras no significaban amor. O si lo hacían, yo al menos lo desconocía. Recuerdo incluso que cuando estábamos por separarnos comencé a  sentirme insegura e intenté averiguarlo. Por lo mismo, anoté dos o tres de esas palabras y las busqué en diccionarios. Suena ridículo y me hace sentir tonta, pero eso es lo que hice. Para sorpresa mía, más encima, ninguna de esas palabras aparecía. Entonces recuerdo que me asusté. Y es que podrían haber significado cualquier cosa y habría sido menos terrible. En cambio, ocurría que no tenían significado y me sentía estafada. Tal vez las recordaba mal, pienso ahora. O tal vez no supe escribirlas. El punto es que nos separamos y nos dejamos de ver y nunca aclaré el asunto. De hecho, ni siquiera sé a ciencia cierta qué sentía yo... Cómo sea, ya no importa, en todo caso... Así no más fueron las cosas.

sábado, 24 de diciembre de 2016

Nací para rehén.

Para C. F., con afecto.


Es de noche.

Suena el timbre y tras dudar un rato salgo a ver quién llama.

Afuera hay una chica de unos diez o doce años. Se ve muy ordenada, lleva un vestido de lunares y hasta usa pinches como los de antaño.

Apenas comienza a hablar me fijo que tiene una maleta pequeña en una de sus manos.

-Nací para rehén, -me dice, como recitando un texto que parece haber aprendido de memoria-. Ya sabes, para estar a la fuerza en un lugar, como moneda de cambio. Suena terrible, pero al menos sabes que si eres rehén eres importante para alguien. No sabemos cuánto, claro… pero es una forma, extraña si quieres, de averiguar tu valor.

-Por otro lado, -siguió-, ser rehén te alivia de la necesidad de realizar acciones libres. Es decir, te libera de decidir, digamos, qué hacer. Y te libera también, entonces, de construir tu propio significado.

-Ya –dije yo, pues no sabía qué decir.

-En este mismo sentido –continuó-, ser rehén transmite una sensación de seguridad. Una sensación que tiene que ver con el ser valioso para otros. No solo para aquel a quien coaccionan, exigiendo cierto pago, sino que también tienes un valor para el secuestrador.

-...

-Me refiero a que puede tratarte mal, pero él sabe que puedes transformarte en algo que él o ella necesita -concluyó.

-¿Por qué me dices esto? –pregunté entonces.

Ella me miró y esperó a que comprendiese, sin decir palabra.

Minutos después, entró en la casa, se sentó en una silla, puso los brazos a un costado y con un gesto me indicó que abriese su maleta.

Yo la abrí.

En ella encontré una soga, un número de teléfono y unas mudas de ropa.

-Gracias –dijo entonces, mientras yo revisaba la maleta-. No te preocupes. Yo nací para esto.

viernes, 23 de diciembre de 2016

Un clavo a medio enterrar.


-¿Y tú…?

-¿Y yo qué?

-¿Y tú qué harías?

-¿En qué…? No entiendo.

-¿Qué harías si donde vive ves un clavo a medio enterrar?

-¿Cómo “a medio enterrar”?

-Ya sabes… un clavo que ha sido clavado hasta la mitad.

-Pues no sé… ¿le molesta a alguien?

-No… O sea, está a medio enterrar.

-Claro, eso ya lo sé, pero… ¿puede causar alguna herida o algo así?

-No sé, supongo que todo puede causar una herida, pero la pregunta apunta a otra cosa.

-¿A qué cosa?

-A qué harías tú si ves ese clavo, en el lugar donde vives, a medio enterrar.

-¿Se vale no hacer nada?

-No.

-¿Por qué no?

-Porque hacer es hacer algo.

-…

-…

-¿Y entonces?

-¿Entonces qué?

-¿Cuáles son las opciones?

-¿Es una pregunta de ingenio?

-No, contesta no más... ¿Qué harías con el clavo?

-¿Usarlo de percha…?

-No… No digo que lo uses…

-Pero eso es hacer algo con él. Tú lo dijiste...

-No me refiero a eso… me refiero al clavo como un problema…

-¿Cómo “un problema”?

-Ya sabes… hay que solucionarlo…. Hacer algo con él.

-¿No puede quedar así, entonces?

-No.

-¿Y las opciones?

-De acuerdo, te las digo, pero contesta siendo honesto.

-Ya.

-Opción A: Buscas un martillo y terminas de clavar el clavo… u opción B: simplemente lo arrancas...

-Espera…

-¿Qué?

-Hay un error.

-¿Un error?

-Claro… para sacarlo también hay que usar el martillo.

-¿Cómo?

-Que en la opción B también necesitas martillo. Tú dijiste…

-Bueno, da lo mismo… ¿lo terminas de clavar o simplemente lo arrancas?

-¿Por qué “simplemente”?

-¿Me estás hueveando…?

-No… lo digo en serio… ¿por qué clavarlo no es simple y arrancarlo sí…? Puede que sea al revés incluso…

-Uff… ¿qué cosa es al revés?

-Lo simple… O sea, es más simple clavarlo que arrancarlo… además si lo arrancas queda el hoyo…

-…

-El hoyo y el clavo torcido, de hecho…

-¿Todo eso es por no contestar?

-No… es que se nota que quieres que conteste que lo arranque, pero…

-No quiero que contestes eso…

-Claro… lo dices de esa forma para que yo conteste aquello que considero más simple, y me equivoque…

-No es eso… era solo algo que podría decir algo sobre tu personalidad.

-¿Mi personalidad?

-Sí, ya sabes… tu forma de vivir y esas cosas.

-¿O sea que esto se trata de conocernos?

-Sí… Si quieres puedes verlo así.

-…

-…

-¿Y qué era lo que decía la pregunta?

jueves, 22 de diciembre de 2016

Realidad / Proporciones / Desplazamiento

O las ratas están creciendo a una velocidad vertiginosa
O yo estoy cada día más pequeño.
O esta noche me quiso morder un canguro
O me salvó un tigre que vino a cazarlo alertado por mis gritos.


No se ve bien, la realidad.

Las dimensiones, por ejemplo.

Y claro, con proporciones equívocas, es difícil localizar el problema.

Dimensionarlo, digamos.

Es decir, distinguir los bordes y separar los ámbitos:

Esta es la realidad; este soy yo; este es el problema.

A veces, por ejemplo, distingo una sola masa, en vez de tres.

Y claro, puede parecer una mera cuestión discursiva, pero es distinto cuando tus propios bordes están difusos.

Y es que cuando eso ocurre, desesperas.

Olvidas incluso la misión.

El objetivo que tenía encontrar el problema.

Eso ocurre cuando desesperas.

Eso y un fárrago de otras cosas que apenas logras entrever.

Y claro, entonces solo piensas en desplazar el problema.

Como si desplazarlo fuera la misión.

O como si distinguir la realidad y diferenciar el problema fuera el objetivo máximo posible.

Desplazar el problema enteramente fuera de la realidad de la vida, me refiero.

Esa es la sensación, sin duda.

Y todo parece entonces reducirse a eso.

Y es que así lo crees, al menos, en ese instante.

Así lo expresas, incluso.

Por suerte, en todo caso, te equivocas.

Te diría en qué, pero siento que ya lo sabes.

Por otro lado, se trata de algo que ya te he dicho, aunque de otra forma.

No sé siquiera por qué me alargo, de hecho, si ya te lo he dicho.

No se ve bien, la realidad….

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Cajas chinas.


Un inicio dentro de un comienzo.

La respiración que brota de la respiración.

Una  mirada en cada ojo.

Mundos dentro de un mundo.

La conciencia que nace en la conciencia.

Un hombre dentro del hombre.

El tiempo dentro del tiempo.

La esperanza escondida en la esperanza.

La luz dentro de la luz.

Un amor en el amor.

La alegría que ríe en la alegría.

La templanza que reside en la templanza.

Una noche dentro de la noche.

Una luna dentro de la luna.

Un temor dormido en otro temor.

Un desengaño dentro de otro desengaño.

Tristeza que aguarda en la tristeza.

El daño al interior del daño.

Un alma verdadera dentro del alma.

El grito que existe en el grito.

Un pozo dentro de otro pozo.

Y el silencio dentro del silencio.

La espera asentada en la espera.

La amenaza agazapada en la amenaza.

Un cáncer dentro del cáncer.

Una desesperación que vive en la desesperación.

La agonía que respira en la agonía.

La vejez que se mece en la vejez.

Y la muerte entonces, dentro de la muerte.

El llanto dentro del llanto.

El tiempo nuevamente, dentro del tiempo.

La tierra que se esparce en medio de la tierra.

Y una despedida, dentro del adiós definitivo.

martes, 20 de diciembre de 2016

La vida como una compra en el supermercado.


I.

Al ingreso te saludan.

Te dicen buenos días.

Sonríen incluso,
pero recalcan que te observan.

Tú no entras con listas.

No sabes a que vas.

Entonces observas, inquieto,
antes de avanzar.

El mundo está atiborrado de cosas, observas.

Y cada cosa tiene un precio.


II.

Mientras caminas encuentras muestras gratis.

En todos los pasillos
encuentras muestras gratis.

Muestras de café, de embutidos, de cereales,
de quesos, de bebidas, de pasteles,
incluso muestras de comida congelada
y quitamanchas.

Todo ofrecido, claro está,
por personas correctas y amables.

Cientos de productos en bandejas
que se extienden frente a ti
perfectamente presentadas.

Tú, en tanto,
avanzas y consumes.

Parece fácil vivir así.

Nadie vive, sin embargo, en base a muestras.


III.

Por lo general llevas un carro.

Descubres que lo llevas, me refiero.

A veces no recuerdas, incluso,
cuándo lo tomaste.

De vez en cuando se traba, es cierto,
pero no deja por eso de ser bueno.

Caben muchas cosas, además.

A veces hasta un niño cabe dentro,
que pide también otros productos.

Y claro,
tú los compras porque no sabes en el fondo
quién es él,
y te recuerda vagamente
a alguien olvidado.


IV.

Es extraño el tiempo,
en los supermercados.

Y es que nunca sabes cuánto pasa.

No es que los disfrutes, o los sufras.

Se trata simplemente que es extraño.

De pronto el niño del carro ya no está.

De pronto vas lento
y te detienes por cansancio.

Entonces intentas regresar
a pasillos anteriores,
pero descubres que no puedes.

Y es que no sufres, decía,
pero de vez en cuando
te descubres llorando.


V.

No es una metáfora.

Y es que la vida es, ciertamente,
una compra en el supermercado.

No te das cuenta hasta el final, eso sí,
o hasta poco antes.

Por lo mismo,
en el último pasillo no te sorprendas
si no hay ataúdes ni frases prefabricadas que hablen
sobre lo bueno que fuiste.

De eso se encargan los otros.

Los que vienen atrás.

Tú simplemente sabrás que llegaste,
cuando llegues.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Mucho sol y muchas mujeres.


Afuera hay sol y hay mujeres.

Mucho sol y muchas mujeres.

Y calor.

Sobre todo calor.

En las calles.

Eso hay en las calles.

Y los hombres se quejan del calor.

Y las mujeres se quejan del calor.

Y los hombres se voltean a mirar a las mujeres.

Y a veces hay hombres alegres que cantan.

Bien cantan, pero al final estiran una mano.

A veces incluso estiran las dos manos.

Todo se ensucia en las calles.

Las calles mismas, de hecho.

Sobre todo en aquellas donde no hay basureros.

Entonces todos andan por ahí.

Caminando con la basura en los bolsillos.

O en los bolsos.

O en las manos.

Porque dicen que es más sucio dejarlas en las calles.

Eso dicen ellos, por supuesto.

Eso dicen.

En cambio, si me preguntan a mí.

Si me preguntan yo diré que no creo en esas cosas.

O sea creo en el sol.

Y creo en las mujeres.

Y creo en las canciones.

Pero no me gusta que estiren sus manos.

Y no me gusta la basura en las manos.

De todas formas, aunque no me guste.

Aunque no me guste, esto pasa casi siempre.

Y es que apenas una vez, según recuerdo.

Una vez alguien cantó y no estiró sus manos.

Tocó la armónica y cantó.

Pero no tenía manos.

Con las mujeres en cambio ni una vez.

Ni una vez según recuerdo.

Es decir, siempre tenían manos.

Dos manos, casi siempre.

Sin basura en ellas, además.

Sin basura.

Y eso resultaba sospechoso.

El sol en cambio allá arriba.

El sol no provoca sospecha alguna.

Te afiebras, digamos, estos días.

Te enfermas, digamos, pero es transparente.

Te engaña el calor, es cierto.

Y hablas extraño.

Pero al menos sabes que te engaña.

Y entonces te refugias, pero de igual forma.

De igual forma el calor entra por las ventanas.

Entra y le importa una mierda si transpiras.

Nada le importa si te afiebras.

Y es que nada cambia, en el fondo, si te afiebras.

Y en el mundo, tampoco, nada cambia.

Afuera hay sol y hay mujeres, me refiero.

Mucho sol, incluso, y muchas mujeres.

Acá en cambio apenas hay cosas inconexas.

Calor y cosas inconexas.

De hecho, ni siquiera hay un final para este texto.

Hay fiebre, pero no hay final.

No hay final.

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