lunes, 31 de julio de 2017

Campanas que nada significan.


I.

Alguien hace sonar una campana cerca de la medianoche.

Apenas se escucha, sin embargo, desde el dormitorio,

En lo personal, nada me indica, por lo que su sonido es simplemente su sonido.

En otros tiempos me habría esmerado en buscar un significado, pero hoy son justamente otros tiempos.


II.

Los perros del sector apenas reacciones ante las campanas.

Unos ladridos tal vez, aunque también es c ierto que hay un perro que aúlla.

Es un perro blanco y pequeño, que nadie más sigue.

En otros tiempos me habría esmerado en buscar un significado, pero hoy son justamente otros tiempos.


III.

Siempre estoy despierto cuando suenan las campanas.

De una forma extraña, sin embargo, pues descubro que nunca estoy demasiado absorto en mis acciones.

De he ho, tras el sonido, nunca sé decir si lo que estaba haciendo tenía la importancia necesaria como para seguir haciéndolo.

En otros tiempos me habría esmerado en buscar un significado, pero hoy son justamente otros tiempos.


IV.

Hoy por ejemplo, cuando sonó, leía una historia de Diabolik donde un mago repetía siempre un conjuro.

Palabras que nada significaban y cuyo conjuro era simplemente un engaño para quienes las oían.

Diabolik lo descubre y decide no hacer nada por evitar aquel engaño.

En otros tiempos me habría esmerado en buscar un significado, pero hoy son justamente otros tiempos.

domingo, 30 de julio de 2017

Por no querer matar las moscas.


Él tuvo la culpa por no querer matar las moscas. Todos se lo dijeron. Se lo advertimos mil veces. Yo mismo fui hasta la cabaña y se lo plantee bien claro. Acá pasa algo raro, le dije. No es normal esa cantidad de moscas y que tú no hagas nada por librarte de ellas. Él escuchaba en todo caso, pero sonreía y no terminaba haciendo nada. No voy a matarlas, se limitó a decirme, como si me hablara de hijas enfermas. Yo tampoco insistí más. Pensé que era cosa de suciedad, pero no de muerte. Supongo que eso nos ocurrió siempre. Errar el diagnóstico, me refiero. Ya cuando se fue a la cabaña supimos que estaba mal, pero lo dejamos. También cuando abandonó la iglesia. Supongo que nosotros no queríamos un párroco y él se cansó de serlo. Era fácil serlo de esa forma. Aceptamos en silencio que aquello era innecesario. Que todo era un rito en el que ya nadie creía. Después de todo, ninguno volvió a la iglesia. Ni siquiera para robar algún objeto o para usar los bancos como leña. Nos turnábamos para llevarle alimentos, pero sabíamos que esto iba a pasar tarde o temprano. De hecho, creo que pasó más tarde de lo que esperábamos. Por eso las moscas, tal vez. Se fueron todas a la cabaña y él se negaba incluso a echarlas. Era extraño en todo caso pues yo mismo debo haberlo visitado varias y nunca entendí la razón de las moscas. Nada en descomposición. Ningún olor extraño. En el pueblo además no parecía haber ninguna. Todas estaban allá, al parecer. Lo siguieron cuando se fue mientras nosotros nos quedamos. Luego pasó lo que tenía que pasar, nada más. Lo que todos sabíamos que ocurriría. Siempre ocurre lo mismo, entre nosotros. Ahora mismo por ejemplo, debemos votar pero la decisión ya está tomada. Tapiaremos la cabaña y luego uno de nosotros irá a escondidas y le prenderá fuego. Tal vez iremos cada uno de nosotros, en la noche. Eso puede cambiar, pero la decisión está tomada. Si alguien oye un grito todos sabremos que son las moscas. Yo creo que, con suerte, en un año más enviarán recién un nuevo párroco.

sábado, 29 de julio de 2017

Ejercicio 2723: La no objetividad.


Es confuso de explicar pero hoy leía sobre el caso de un hombre que había nacido con dos ojos derechos.

Del ojo izquierdo, en cambio, no se tenía noticia alguna.

Se decía en el texto que dicha situación provocaba en el hombre una alteración que iba mucho más allá de anomalías en su visión.

Esto, ya que el proceso de “configuración” de la realidad estaba dañado.

Lo que se planteaba en el texto era que las dimensiones habituales en que se  configura nuestra realidad estaban cambiadas, cuestión que iba mucho más allá de alteraciones de perspectiva.

Y es que el hombre en cuestión, si bien podía desenvolverse bastante bien en el espacio real, no podía describirlo de forma correcta ni mucho menos ejecutar dibujos o representaciones comprensibles de aquello que veía.

De hecho, se incluían en el texto algunas imágenes dibujadas por el hombre donde apenas podía distinguirse el objeto inicial que había intentado reproducir, careciendo además de separaciones entre unas cosas y otras, como si lo que viese fuese una sola masa de objetos… o una especie de continuo espacial.

De hecho, en este último punto, se mencionaba que otra alteración extraña que se daba en el hombre era su mal cálculo del tiempo, siendo incapaz de contar siguiendo espacios regulares entre cifras, o de esperar en un lugar cierta cantidad de minutos antes de realizar otra acción.

Por último, hacia el final del escrito, se mostraban fotografías del hombre con su familia. Se explica así que tenía tres hijos, de los cuáles recordaba todo salvo cuál era mayor o menor que otro.

De la mujer –que aparecía en las fotos con una expresión algo triste-, no se entregaba, en cambio, información alguna.

Arena. A veces.


Arena.

Pasa el tiempo.

A veces, percibimos.

Horas.

Días.

Años.

Las estaciones pasan.

A veces observamos.

Todo lo que hicimos en arena, vuelve a la arena.

Las huellas se borran.

Los caminos se borran.

Las pirámides, incluso, vuelven a la arena como el hombre a la tierra.

Y entonces.

Ocurre que a veces sentimos.

De esto no hablo, pero cada silencio es cierto.

Sentimos.

Silencio.

Más silencio.

Finalmente, sin embargo, solo la arena, contra la piel.

A los que observaban, incluso, la arena a veces les corta los ojos.

Sorprende que entonces, creemos, no sentimos.

No nos duele, la arena.

No nos duelen los cortes.

No nos duele el silencio.

No nos duele, en definitiva, el no sentir.

Y es que a veces.

Ocurre que a veces el no sentir convence fácilmente.

Es un camino limpio, digamos.

Y la arena a veces se vuelve vidrio y los vidrios paredes.

Nos olvidamos, entonces.

Nos olvidaos del viento.

Olvidamos, incluso, que estamos ahí mientras la arena.

Cambia y siempre es una, la arena.

Dos hombres que estaban frente a frente, por ejemplo.

Dos hombres que estaban frente  se creían muertos.

La arena les llegaba a las rodillas.

El silencio hizo borroso el mundo.

El no sentir paralizó su sangre.

Hasta que uno estornudó.

jueves, 27 de julio de 2017

Un hombre con una sensación extraña.


Un hombre con una sensación extraña.

Constante y extraña.

Entonces el hombre va al médico.

Este lo revisa y no encuentra nada específico.

Tras ello, lo envía a hacerse una serie de exámenes.

En uno de ellos le dicen que tiene peces abisales en su estómago.

Un gran número de médicos se reúnen para decirle que tiene peces abisales en su estómago.

Él dice entonces que no ha comido nada extraño y ellos le explican que se trata de peces abisales vivos.

Parece ser un caso único.

Una enfermera habla de un caso en Cuba con un paciente al que le encontraron diminutos peces dorados en la sangre.

Pero alguien la corrige diciéndole que eso es un cuento de Cortázar.

De todas formas, le explican, este es un caso todavía más inesperado.

Y es que a pesar de encontrarse en el estómago los peces no parecen verse afectados por ácidos ni otras sustancias.

Parecen estar viviendo a sus anchas, le dice uno de los médicos.

Tras esto, le acercan al hombre unas imágenes que han podido captar de los peces.

El hombre los mira y los encuentra feos.

A pesar de eso, se encuentra absorto en la idea de tener algo vivo dentro suyo.

Algo que está viviendo a sus anchas, como dijo el médico.

Además, no se trata de peces comunes, sino de peces abisales, que solo existen en las grandes profundidades de los océanos.

Quizá por esto, a pesar de lo extraño de la situación –y de las incomodidades que lo llevaron a ir en primera instancia al médico-, el hombre se opone a la idea de que extirpen esos peces.

Después de todo, ellos viven en su profundidad, piensa el hombre.

Y viven a sus anchas.

Por último, al hombre le hacen firmar una carta para que asuma la responsabilidad de su tratamiento y le ofrecen una serie de condiciones y beneficios para que su caso pueda ser estudiado a fondo por la institución que lo atendió.

Si el hombre acepta o no, por cierto, no viene al caso.

Lo que importa es que el hombre sigue con su sensación extraña, aunque ahora está consciente de esa misma sensación.

De la profundidad de esa sensación, digamos.

miércoles, 26 de julio de 2017

Quitarse las zapatillas con los pies.

I. 

Quitarse las zapatillas.

Quitarse las zapatillas por las noches.

Quitarse las zapatillas con los pies.

No es lo correcto, digamos.

Eso podemos aceptarlo.

No es lo correcto, digamos, pero es de noche.

Y apenas hay luz.

Y además está el cansancio.

Y hasta las palabras se confunden.

Dios mismo, por ejemplo, cuando crea a estas horas.

Olvida qué está haciendo y a veces destruye.

Y entonces las sombras olvidan a veces aquello lo que son.

Y hasta los pies ya han olvidado incluso aquello que son.

Y el mundo guarda silencio, pero nada aprueba.

Y claro… es entonces que te sacas las zapatillas.

Las zapatillas con los pies, digamos.

Ya sabes el resto.


II.

Quitarse las zapatillas.

Quitarse las zapatillas por las noches.

Quitarse las zapatillas con los pies.

No es lo correcto, digamos.

No es lo correcto, pero es efectivo.

Así mismo ocurre entonces que se va acabando el día.

Y alguien se lo saca encima con los pies.

Y el día se apila junto a otros en una habitación llena de días.

Días como cuerpos apilados.

Como cadáveres a medias.

Como hombres exhaustos y sin sed.

Y separas entonces aquello que molesta.

El corazón por ejemplo separas.

Alejándolo de ti como si sacaras tus zapatillas.

Como si sacaras tus zapatillas con tus pies, me refiero.

A eso se reduce todo entonces, ya lo sabes.

No es lo correcto digamos, pero ni la vida a veces es correcta.

Y sin embargo sigue.

martes, 25 de julio de 2017

Es raro, dijo él.


-Es raro –dijo él-. No duermo hace días y no tengo sueño. Y no es que duerma poco o tenga el sueño liviano… se trata más bien de una experiencia total de falta de sueño… igual que el insomnio solo que sin rasgos de cansancio ni ningún tipo de efectos secundarios…

-¿Van muchos días? –pregunté.

-Ayer se cumplió una semana –siguió-. Acepté sin problemas los tres primeros días y luego fui al doctor… Me revisó, tomó pulsaciones, reflejos… según él estaba todo bien… y claro, yo me sentía bien… el problema era que no dormía, nada más…

-¿Y qué hacías mientras no dormías?

-Creo que la primera noche vi películas o cosas así… pero ya desde el segundo día opté por intentar dormir, pero pensaba todo el tiempo hasta que amanecía, sin haber dormido ni siquiera un minuto…

-Ya –dije yo.

-Es decir –continuó-, solo me quedaba despierto y pensaba… ahora ni siquiera pienso… O mejor aún: pienso que estoy despierto…

-¿Y qué dijo el doctor, al final?

-La verdad yo siento que no me creyó mucho… De hecho fui de nuevo a los dos días y él me decía que era imposible… y hasta sugirió que tal vez yo dormía realmente, pero soñaba que estaba despierto…

-¿Y no es posible que sea así?

-No creo –dijo él-. O sea, no hay un borde entre la vigilia y ese estado… es un continuo…

-¿Y si lo que sueñas realmente es que tienes insomnio y que fuiste al doctor, pero en realidad no ha sucedido realmente?

-Pues no sé… -dijo él-, pero si fuese así, esta misma conversación sería parte del sueño en el que estoy despierto…

-Pues ya ves -concluí-, puedes tomarlo de esa forma y te evitas más complicaciones en este tiempo.

-Pues sí –me dijo-. Es una opción.

Y despertó.

lunes, 24 de julio de 2017

Si es que vale la pena, dice ella.


Él y ella están en la cama pero él no puede dormir. En cambio, ella duerme. Entonces él, pasando de una idea a otra y con su cabeza algo confusa, por el cansancio, recuerda un suceso –una historia, digamos-, que siente necesario contarle a ella. Y claro, si bien él duda de la importancia real de aquella historia, tantea y comprueba que ella esté durmiendo e intenta, con movimientos algo torpes, despertarla. Ella sin embargo, si bien hace recibo de los movimientos y se queja y se acomoda nuevamente en la cama, no parece estar pronta a despertar cosa que a él, lo inquieta. Y es que si bien la historia no es trascendente ni va a cambiar sus vidas –aunque hay quien piensa que hasta la más mínima situación puede alterar cada vida-, él tiene la certeza que va a olvidar aquella historia, igual como esos sueños que a media mañana comienzan a desvanecerse aunque nosotros confiemos que estarán ahí para cuando queramos recordarlos. Por lo mismo, convencido de la necesidad de contar la historia antes de que esta comience a desaparecer, él vuelve a insistir e intenta despertarla para luego volver a dormirse, le promete. Solo cinco minutos, una historia breve, sim importancia salvo que será olvidada. Salvo que esa historia es una parte mía que a veces olvidamos, dice él, apresurado, y nos vamos achicando y despertamos cada vez más chicos. ¿Cómo más chicos?, dice ella. Con menos historias, dice él, mientras intenta desordenadamente seguir explicando. Ella entonces se voltea y le dice que se duerma, que no se ponga hueón, que lo hablen por la mañana, si es que vale la pena. Si es que vale la pena, dice ella. 

domingo, 23 de julio de 2017

Un árbol cae en la montaña,

“El que al viento mira no sembrará,
y el que mira a las nubes no segará.”


Un árbol cae en la montaña.

Bajo el peso de la nieve, cae el árbol.

Un ingenuo dirá que cae bajo el peso de la belleza.


Se quiebra el tronco como los huesos de un hombre.

Las ramas, en cambio, no alcanzan a quebrarse.

Un ingenuo dirá que lo primero que muere en el hombre es su corazón.


La nieve cae sobre las tierras sembradas.

La muerte es pura como el silencio de los astros.

Un ingenuo dirá que el mundo permanece y sabe lo que hace.


Es de noche y alguien prende fuego, sobre la nieve.

Y el árbol es ahora fuego y después calor y después ceniza.

Un ingenuo dirá que se está librando, sobre la nieve, un combate eterno.


El hombre no quebrado por la nieve vuelve entonces al trabajo.

Y la nieve se llena de pisadas y se convierte en agua sucia.

Un ingenuo dirá que a través de los caminos humanizamos el mundo.


Pase lo que pase nada es nuevo bajo el sol.

Y los hombres avanzan y retroceden casi siempre hasta un mismo punto.

Un ingenuo dirá que el amor, como la nieve, todo lo quiebra y lo embellece.


Otro árbol cae en la montaña.

sábado, 22 de julio de 2017

Malas costumbres.


Tiene la mala costumbre de apuntar con el dedo.

Tiene la mala costumbre de juzgar a los demás.

Tiene la mala costumbre de poner la otra mejilla.

Tiene la mala costumbre de tutear a sus mayores.

Tiene la mala costumbre de disparar las armas si están cargadas.

Tiene la mala costumbre de escuchar a Janacek a todo volumen.

Tiene la mala costumbre de disparar al corazón.

Tiene la mala costumbre de llamar a Dios por el nombre del Diablo.

Tiene la mala costumbre de dejar comida en el plato.

Tiene la mala costumbre de llevar cuchillos.

Tiene la mala costumbre de dormirse en las iglesias.

Tiene la mala costumbre de cargar cruces ajenas.

Tiene la mala costumbre de aparecer de improviso.

Tiene la mala costumbre gritar por las noches.

Tiene la mala costumbre de hacerse pasar por otro.

Tiene la mala costumbre de quedarse con los vueltos.

Tiene la mala costumbre de reír en los funerales.

Tiene la mala costumbre de amar a quien no le ama.

Tiene la mala costumbre de no contestar cuando le hablan.

Tiene la mala costumbre de hacerse pasar por sí mismo.

Tiene la mala costumbre de desperdiciar su vida.

Tiene la mala costumbre de morir de pie.

viernes, 21 de julio de 2017

Perdidos.


Hace muchos años trabajaba en los estadios.

Cortando entradas o cuidando el acceso a ciertas zonas preferenciales.

No pagaban muy bien, pero al menos veíamos el partido.

Luego debíamos esperar hasta el final, para que nos pagaran.

Era en ese momento cuando aprovechábamos de apostar.

Por lo general apostábamos en relación a los chicos perdidos.

Y es que ocurría que siempre, al final de un partido, quedaba algún niño cuyo papá olvidó.

Luego llegaba hasta nuestro grupo, que éramos los últimos en el estadio.

Entonces había que pedirle los datos y –aunque fuese por cumplir-, dar el aviso por altavoz.

Casi siempre, el papá volvía media hora después, a buscarlo.

No sé por qué, pero acostumbraba ganar en esas apuestas.

No se trataba solo de decir un número sino de rasgos específicos.

Por ejemplo, decir que el niño se llamará Miguel, o que habrá sido olvidado en la galería norte.

Así, poco a poco fui acertando más de lo debido.

Acerté por ejemplo en que un niño iba a tener una mancha de nacimiento en el rostro y que otro iba a estar escondido bajo los asientos de marquesina.

Recuerdo que esa vez el asunto llegó a oídos del administrador general, quien comenzó a apostar, desde entonces.

Con todo, era una situación que se fue tornando angustiante, pues adivinar esas cosas me traía siempre malas sensaciones.

De hecho, ninguno de los que apostaba lo hacía con un buen ánimo.

Además, el niño que aparecía solía estar llorando o pasando un mal rato.

Ocurrió así que dejamos de hacerlo, aunque en lo personal, solía pensar siempre qué sucedería.

Sentía casi como si yo mismo hubiese creado esas situaciones.

La última vez, sin embargo, ocurrió al revés.

Llegó un papá a preguntar por su hijo, pero el niño no se encontraba en ningún lado.

Yo supe que el niño estaba muerto desde que vi aparecer al padre.

No lo dije, pero todos los otros me miraron.

Encontraron el cuerpo esa misma noche, luego que nos hubiésemos ido.

Sé que el niño tenía un trozo de vidrio azul enterrado en su mano.

jueves, 20 de julio de 2017

Una bolsa para guardar otras bolsas.


Escoges una bolsa para guardar otras bolsas.

Por lo general eliges la más grande.

Un criterio básico y fácil de aplicar.

Esa es la generalidad, digamos.

El problema surge cuando encuentras una no tan grande, pero más llamativa.

Más colores, por ejemplo,  o con un diseño especial.

Y es que esa bolsa no necesariamente debe ir dentro de aquella más sencilla.

Sientes que no queda bien.

Te incomoda incluso, de cierta forma.

Y es que esa bolsa grande es sin duda más amplia, pero no tiene gracia alguna.

Consideras entonces qué hacer con aquella bolsa especial.

Por ejemplo, barajas la posibilidad de que esa bolsa especial, aunque no sea tan grande, pueda guardar a las otras bolsas.

Pero claro… eso tampoco queda bien.

O eso piensas tú, al menos.

Así, tras pensarlo varios minutos terminas por dejar la bolsa especial a un costado.

Lo malo es que no es la primera vez que lo haces.

Me refiero a que ya tienes varias de esas bolsas dando vueltas en tu casa.

Y ni siquiera te decides a meter todas las especiales juntas.

Por lo mismo, tu espacio comienza poco a poco a colapsar.

Y tú lo harás prontamente en medio de ese espacio.

No es que quiera advertirte, en todo caso.

De hecho, me gusta lo que haces.

Lo encuentro honesto, principalmente.

Únicamente, incluso.

Honesto.

miércoles, 19 de julio de 2017

Nyan Cat, la novela. (Propuesta)


Estimado editor:

Ante las numerosas negativas que he recibido de su parte no me queda más que advertirle sobre la posibilidad de que lleve mi más valioso proyecto a alguna otra editorial que sepa apreciar de mejor forma mi talento y valorar la contribución cultural, moral y espiritual que mis propuestas anteriores –y sobre todo la que aún no le comento-, contienen.

Para evitar el suspenso y darle además una última oportunidad de hacer lo correcto –lo humanamente correcto me atrevería a recalcar-, paso a contarle brevemente lo que mi nueva obra literaria –“mi más valioso proyecto”, según dije en mi párrafo anterior-, desarrolla.

En primer lugar le diré que el protagonista de mi obra no es otro que el popular personaje conocido viralmente como Nyan Cat, de quién espero haya oído hablar y ojalá haya podido disfrutar viendo sus divertidos videos –este proyecto, de hecho, nació justamente, tras visionar su video original durante una tarde de profunda introspección-. En resumen, le comentaré que Nyan Cat es un gato con unas tostadas de mermelada pegadas a su espalda y que parece ir avanzando en el espacio. Como las tostadas con mermeladas siempre caen con la mermelada hacia abajo y los gatos siempre caen de pie, Nyan permanece en un estado intermedio, donde se anulan las fuerzas, lo que aparentemente le permite estar “suspendido” en el espacio.

En segundo lugar, le comentaré que la obra en cuestión es una novela, dividida en diez capítulos, en cada uno de los cuáles nuestro protagonista irá reflexionando sobre su vida, y descubriendo distintas verdades que revelan importantes secretos sobre el movimiento, el equilibrio y el misterio de la muerte -entre otros-.

Paso a continuación a esbozar brevemente el contenido:

Capítulo 1: Yo, el gato.
Donde se presenta al protagonista. Se habla de su esencia y se defiende una postura antiexistencialista (no hay existencia sin esencia). En este capítulo, se intentará una cercamiento al ser a partir del cuestionamiento por un estado primario de la existencia (¿Quién soy? - Un gato). Asimismo, se refuerza la característica primaria de Nyan Cat a partir de un sofisma al que volverá una y otra vez: Todos los gatos caen de pie – Yo soy un gato – Yo caigo de pie.

Capítulo 2: Todo es ilusión.
Nuestro protagonista mete el dedo en la llaga. Más aún: en su propia llaga. Es decir, en el caer. Así, mientras mueve sus patas como si avanzara, Nyan se hace consciente que lo que verdaderamente está sucediendo es una caída. De esto, por cierto, surgirá una pregunta clave en el desarrollo de la obra: ¿se puede avanzar mientras se cae? Asimismo, comienza la elaboración de otras: ¿si no terminamos de caer ni recordamos cuando comenzamos a caer… estamos cayendo realmente? ¿en cuántas direcciones puede uno caerse? ¿podemos caernos dentro de nosotros mismos?

Capítulo 3: Pobres esferas.
Nyan Cat mira su entorno. No deja de moverse, pero lo mira. Aprecia entonces que todas ellas son esferas, en el fondo. Esto, ya que todos tendríamos nuestra superficie alejada a una misma distancia de nuestro centro. Por otro lado, todos los cuerpos serían “pobres”, en el sentido de no poder gobernarse a sí mismos y estar determinados por leyes que son superiores a cada una de sus particulares existencias. Capítulo EMO, en resumen, pero escrito de forma magistral.

Capítulo 4: ¿Gastar la vida?
Nyan Cat comienza a cuestionar la naturaleza del tiempo. Esto, ya que estar suspendido en el espacio no implica necesariamente estar suspendido en el tiempo. Es decir, si bien puede estar no-cayendo, esto no implica que el tiempo esté detenido. Por lo mismo, nuestro protagonista descubre que su vida se está gastando continuamente en este no-caer y se cuestiona si eso es realmente “gastar la vida”.

Capítulo 5: Gastar la vida.
En este capítulo se responde la pregunta anterior de forma afirmativa, más allá de estar continuamente no-cayendo e incluso no queriéndola gastar. Debiese ser un punto de inflexión en la novela.

Capítulo 6: Ser, el gato.
Decidirse a ser es la premisa de este capítulo. En él, Nyan Cat asume que no ha sido un gato hasta el momento en que decide serlo. No aceptarlo, sino serlo. En este sentido se revierte la propuesta del primer capítulo y se cuestiona la posibilidad de ser a pesar de una única acción. Paradójicamente es a partir de esta misma única acción (no-accion incluso) que se reafirma el ser, ya que de no ser un gato, Nyan Chat caería junto con la tostada con mermelada, vuelto hacia abajo, en vez de contrarrestar sus fuerzas.

Capítulo 7: Dios es un bucle.
Capítulo que ahonda en las creencias más profundas de nuestro protagonista. A lo largo de él, se plantean diversas posibilidades relativas a la existencia de un Dios. En principio, se comienza planteando la posibilidad de un Diosesfera, que permanece en completo equilibrio. Hacia el final del capítulo, sin embargo, se concluye que el único equilibrio perfecto posible está dado por la nada, por lo que un Dios, de existir, no puede estar en equilibrio, sino en un desequilibrio constante, que lo transforma en una estructura risomática , en la que se ven envueltos los otros seres.

Capítulo 8: Todo es ilusión, menos la ilusión.
En este capítulo se intenta distinguir qué es lo verdadero dentro de las apariencias que condicionan la existencia de nuestro protagonista. Así, se pone en tela de juicio todo lo referente al movimiento posible de los seres a lo largo de la existencia. Por último, se revela la verdad contenida en el título del capítulo.

Capítulo 9: Formas de morir.
Nyan se da cuenta que existen distintas formas de librarse de su no-caída. Una de ellas será el librarse de las tostadas con mermelada que están adheridas a su cuerpo y comenzar, de una vez por todas, a caer. Sin embargo, más allá de esta y otras posibilidades vistas en el capítulo (dejar de ser un gato, por ejemplo), Nyan considera estas formas de morir (vivir incluso, es otra de esas formas) como instancias lejanas a su verdadera condición, eligiendo, por lo mismo, el no-caer.

Capítulo 10: Formas de vivir.
En esta última sección, Nyan logra diferenciar distintas posibilidades de vida, trascendiendo las limitaciones que le da la existencia específica. Es un capítulo que contiene una mirada “positiva”, si se tiene en cuenta el conjunto de la obra. Dentro de estas formas de vida, por cierto, se incluyen las vidas de las cosas, las divinidades, los animales en general y los seres humanos, para que cualquier tipo de lector pueda identificarse con lo propuesto.

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Tal como puede apreciar, estimado editor, dejo en sus manos la responsabilidad de tomar la decisión correcta. No solo para su trabajo editorial, sino para algo que trasciende aquello y que usted quizá tendrá miedo de llamar “humanidad”.

A continuación, y para terminar, le adjunto link del video oque me inspiró, para que pueda observarlo con atención. Le recomiendo especialmente el fragmento que va desde la hora 7, con 26 minutos y 12 segundos, hasta la hora 7, con 34 minutos y 18 segundos, donde claramente se encuentra el clímax. 

Espero con ansias su futura su respuesta.


martes, 18 de julio de 2017

A veces pasa.


Dos horas quince viendo la película y ahora no saben de qué se trata. Supongo que se durmieron entre medio, aunque ellos lo niegan. Admiten de todas formas que estaban demasiado cansados y que a los pocos minutos ninguno estaba entendiendo lo que veía. Ella veía borroso y él no estaba procesando nada. Eso es lo malo de ir al cine entre semanas, dice ella. Eso es lo malo de trabajar tan lejos de casa, dice él. Ya lo han hablado otras veces, pero entre eso y volver directamente a cocinar y acostarse, ambos terminan escogiendo alguna alternativa. Además les sirve para compartir otro espacio y hasta para contar qué hicieron en la semana, o comentar el film si es que se entendió algo. En estas oportunidad, sin embargo,  son  incapaces incluso de recordar el argumento. Ella recuerda una escena con un perro. Otra de una mujer cocinando arroz y un incendio cerca del final. Él, por su parte, recuerda una discusión por un azucarero, una escena donde una mujer bailaba sola en una pieza y gente desesperada porque un niño se había caído a una piscina. Igual al menos no pasó nada de eso, dice ella. Solo era una película, dice él. Yo los escucho y tomo nota. Cuando las reviso, horas después, descubro que anoté algunas frases inconexas y además olvidé otras cosas que me contaron, sobre su vida. Y es que estaba cansado, supongo. A veces pasa. 

lunes, 17 de julio de 2017

Apunte.


Wingarden lo cuenta en un capítulo de un libro sobre las afasias traumáticas y otros fenómenos neurolingüísticos:

“(…) Una mujer viene a verme y luego de saludarnos me dice que desde hace un año está sorda. Completamente sorda. Luego yo le pregunto sobre las causas y ella las explica y hablamos largo rato sin que aprecie en modo alguno su sordera. Tras pedirle una explicación y consultarle si leía mis labios, ella señala que no, y me invita a que hable de espaldas a ella y sigamos la conversación de esa forma. Así lo hago y ella sigue contestando de forma coherente o siguiendo, lógicamente, la conversación. Molesto, pues creo que me está tomando el pelo, le exijo que me cuente la verdad. Usted debe estar exigiendo ahora que le cuente la verdad, dijo entonces, pues desconfía de mi condición. Pues bien, continuó, la verdad es que suelo adelantarme a lo que mi interlocutor debe decir… imaginarlo, me refieroDespués de todo, se trata de construcciones lógicas, donde acostumbramos decir generalmente lo mismo… Eso es absurdo, la interrumpí, con ganas de irme. Creo que es mejor dejar esto hasta acá… No piense en que esto es absurdo, dijo entonces ella, intente aceptarlo(…) Justo en ese instante, de espaldas a ella se abrió la puerta y mi secretaria, que había escuchado mi voz, algo molesta, entró y me pregunto qué pasaba… Solo entonces pude corroborar que la historia que me contaba la mujer era cierta, pues claramente no escuchó a mi secretaria atrás suyo, ni el ruido de la puerta (…)”

Todo esto fue contado por Wingarden –tal como decía en un inicio-, en un capítulo de un libro que trata principalmente de trastornos lingüísticos.

Ahora yo les dejo unos fragmentos, y ustedes ya saben lo que hacen. 

domingo, 16 de julio de 2017

Cuchillos.


No se pierden tenedores. No se extravían cucharas. Pero de vez en cuando desaparece un cuchillo. Tampoco es que sea cualquier cuchillo. Siempre desaparecen los filosos. Los más grandes. Los que podrían hacer daño. Los para mantequilla en cambio están completos. Yo los enumero y hasta he anotado cuántos hay, antes de irme a la cama. Aunque estas medidas no sirven: desaparecen de igual forma. En la casa por cierto, no hay nadie más, salvo mi hijo. Con él, decidimos entonces dejar cámaras. Y un cuchillo nuevo, por supuesto, sobre una mesa. Por  la mañana no estaba el cuchillo y la grabación está extrañamente oscura durante un par de horas. En la grabación se escucha un murmullo y algo que podría ser una risa de mujer, muy bajito. Mi hijo asegura que son dos voces, pero yo no percibo tan bien la grabación. También se ve una mancha oscura en un momento, pero nada más. Cuando vuelve la imagen se ve la mesa sin el cuchillo, nada más. No sé, por otro lado, por qué mi hijo no se asusta. A veces pienso que es el quien juega una broma aunque también han desaparecido en periodos cuando no está. Por otro lado, también está la posibilidad que él piense que son bromas mías y me siga el juego. Van a aparecer todos, me dijo ayer. Una mujer de pelo largo y una niña van a dejártelos. Solo están esperando el día más frío. Eso me dijo y se fue un par de días a quedarse con su mamá. Hoy debiesen venir si eso es cierto. Yo creo que es cierto.

sábado, 15 de julio de 2017

Fernanda no quiere globos.


I.

Fernanda no quiere globos para su cumpleaños. Dice que le dan pena. Su mamá se ríe, pero ella lo dice en serio. Los globos le dan pena. No tiene que ver con los colores, ni con que revienten. Tampoco con que cuelguen de algún lado o que se desinflen con el tiempo. Se trata simplemente que le dan pena. Y uno debiese tener derecho a eso. A que la cara del tío Pedro dé risa. A que la iglesia dé sueño. A que el perro del vecino dé miedo. O a que los globos den pena.


II.

Durante el cumpleaños algunos adultos le preguntan a Fernanda. Si es verdad que los globos le dan pena. Ella no contesta y se enoja con su madre. Y es que su madre siempre cuenta cosas como si  pudiese comprenderlas. Por eso a veces es mejor no decir nada. Así debiera hacerlo, piensa Fernanda. Dejar que pongan los globos y aguantarse la pena o no sentirla. O tratar de no sentirla y no tener que dar explicaciones. Es mejor eso a que hablen de tu pena, piensa Fernanda. Sin duda es mejor eso.


III.

Antes de dormirse Fernanda vuelve a pensar en todo aquello. En que no hubo globos, pero igual sintió la pena. Después de unos minutos, sin embargo, Fernanda piensa en otras cosas. Y en su cabeza las ordena como si fuesen listas. La torta era de una fruta que se llama maracuyá. Una prima le regaló unos calcetines que le van a quedar chicos. El tío Mauro tiene pelo en las orejas. Por otro lado, siente ahora, la pena no le afectó demasiado. No es tan mala, digamos, pero debiese ser secreta. 

viernes, 14 de julio de 2017

Vergüenza.


Me cuesta ser honesto.

Me avergüenza ser honesto.

Decir por ejemplo que a dos cuadras de acá mataron a un tipo hace unos días.

Son cosas que evito hablar porque me superan largamente.

Desde entonces, sin embargo, voy caminando hasta el lugar y me detengo.

Sé que lo golpearon ahí, junto a la calzada, porque supuestamente había robado un celular.

Lo leí en una noticia de dos o tres párrafos.

Lo golpearon y quedó ahí, tirado.

Lo mató la gente, decía la noticia.

Estos mismos que caminan por aquí.

Los que caminamos por aquí.

Lo matamos.

No me avergüenza su muerte, sin embargo.

Duele decirlo, pero es cierto.

Me avergüenza algo que va más allá de esa muerte.

Algo que existe aunque esa muerte no hubiese llegado a ocurrir.

Y es que me avergüenza, finalmente, la vida que llevamos.

Lo que no hacemos.

Lo que no decimos.

Lo que no amamos.

El precio al que vendemos nuestro tiempo.

El sonido de una risa por algo que no tuvo gracia alguna.

El cuerpo entregado por pura tibieza.

Me avergüenza aquello que llamamos amor.

Me avergüenza aquello que llamamos felicidad.

Me avergüenza aquello que llamamos Dios.

Ojalá usted sea la excepción.

Sinceramente espero que usted sea la excepción.

Yo, al menos, no lo soy.

jueves, 13 de julio de 2017

Trato de escuchar las voces de las cosas.


I.

Trato de escuchar las voces de las cosas.

Pero tal vez no tengan nada qué decir.

No quiero el significado.

No quiero robarles el sentido.

Quiero escucharlas simplemente, para saber que están aquí.


II.

Antaño las oía sin problemas.

Tenían voz como la lluvia.

No hablaban para mí, pero teníamos confianza.

A veces reían y su risa era contagiosa.

Como las ganas de vivir.

Como el hipo.

Como la sana alegría de ser nosotros mismos.


III.

En ese tiempo incluso tomé notas.

Lo hacía para no olvidar.

Lo hacía porque sabía que llegarían estos tiempos.

Y tendría miedo del silencio de las cosas.

Ahora mismo tengo miedo.


IV.

Las voces de las cosas son honestas.

No tienen para qué mentir.

Su voz es como la sombra que proyectan.

Si hay engaño este proviene de la luz.

Esas cosas anotaba.


V.

Ahora, sin embargo, todo está repleto de silencio.

Y el silencio de las cosas hace daño.

Es infecto como el óxido en los cuchillos.

Es amargo como la piel de los muertos.

Y es triste y sucio como un río seco.


VI.

De volver las voces de las cosas…

De volver será como el renacer de un mundo.

Oírlas reír…

Sentir en el aire, su existencia.

Solo pido una voz pequeñita… un latido.

A veces desespero, pero hoy no.

Hoy trato simplemente de escuchar, las voces de las cosas.

miércoles, 12 de julio de 2017

Milagros crueles.


Dentro de los numerosos estudios que se realizan en el Vaticano, me entero hoy que existen unos destinados a los denominados “milagros crueles”. Esto, ya que bajo este nombre se organizan una serie de archivos que recopilan información sobre eventos milagrosos cuya realización carece –al menos a primera vista-, de sentido común (o de un fin comprensible en sí mismo, para ser fiel a la explicación propuesta).

El nombre viene dado por una carta de un beato belga, que hacía referencia a estos milagros crueles, como una manifestación del misterio del plan divino y de la necesidad de la experiencia de la fe por sobre la comprensión o el entendimiento humano.

A modo de ejemplo, se puede mencionar el caso de dos gemelas que se habrían salvado inexplicablemente de una larga y aparentemente incurable enfermedad y que, tras salir de alta del hospital junto con su madre, fueron arrolladas por un camión que llevaba combustible; o el caso de un hombre que, tras estar en estado vegetativo y haberse recuperado milagrosamente tras la oración de una pequeña comunidad, mata a su mujer y a sus hijos luego de despertar, y se da muerte también, de forma inmediata.

Y claro, si bien en los archivos se hace referencia a una gran cantidad de “milagros crueles”, -bastante más complejos e interesantes que los arriba citados, por cierto-, extraño que no se haga mención al más básico y crucial de todos: el denominado milagro de la vida, sin más.

Por lo mismo, me avoco de inmediato a desarrollar este punto, que les estaré presentando prontamente, si es que todo esto, no se acaba antes.

martes, 11 de julio de 2017

Un reloj a cuerda.


I.

Mi abuelo me regaló un reloj a cuerda.

Pro yo no le doy cuerda a ese reloj.

Es extraño, pero lo siento más vivo así.

Más permanente.

Darle cuerda en cambio sería como una cuenta regresiva.

Darle fecha de muerte.

Y es que así, estancado, vive de una forma distinta a la vida que sucumbe ante la muerte.

La supera, digamos.

Permanece.


II.

Ella sonríe cuando está triste.

Yo sé reconocer su tristeza.

A veces pienso que ni ella la recuerda.

Que olvidó la diferencia.

Que la mueca hoy es su sonrisa natural.

Hoy, por ejemplo, ella sonríe mientras lava unos platos, de plástico.

De vez en cuando se le cae uno.

Si pudieran romperse estoy seguro que los rompería todos.

No hoy, es cierto.

Pero cada día está más cerca.


III.

Recojo uno de los platos de plástico y pongo en él el reloj que me regaló mi abuelo.

Entonces le pregunto a ella si quiere darle cuerda.

De hacerlo, yo mismo le propongo prenderle fuego a todo esto, antes que se detenga el reloj.

Ella cree que bromeo, pero no sonríe.

Solo sonríe cuando está triste.

Incluso llora un poco, pero dice que es por la luz.

A un metro de ella, en un cajón blanco, esperan los cuchillos.

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