sábado, 31 de marzo de 2018

Lancé mis dados.


Lancé mis dados al interior de una sartén que había quedado sobre el fuego, olvidada.

Ya ni sé por qué lo hice.

No hice apuestas.

No me detuve a ver cifras.

Solo el ruido de los dados, sobre el metal, me avisó que ellos estaban en el sitio.

Rodando sobre esa sartén olvidada sobre el fuego.

Y yo, por cierto, ni siquiera recordaba aquel fuego.

Y es que no buscaba calor, ni tibieza… ni menos aún el probar al azar.

Solo ahí, frente al metal, esperando a que cesasen de rodar aquellos dados, pensaba justamente en qué esperaba.

De los dados. Del metal. De los otros como yo, incluso, aquí afuera.

No llegué a respuestas claras, es cierto.

No llegué a ellas, pero estuve tan sereno que al menos comprendí, que no necesitaba respuesta alguna.

No necesitaba nada de los dados.

No necesitaba nada del metal.

No necesitaba nada de los otros como yo, que quedaban por el mundo.

Tal vez, que no cesasen de rodar, simplemente, hubiese sido un buen deseo.

Un segundo más, incluso, antes de inventarme un plan e ir por otras cosas.

Y es que ir por otras cosas era también ir adelante inventándose una vida por delante.

Y tras las nubes un sol.

Y tras el metal un fuego.

Nada de eso percibía.

Entonces, pensé que mi corazón se detendría junto con los dados.

Y observé los dados comenzar a detenerse.

Y comencé de esta forma a llorar, como un recién nacido, que nada sabe sobre el mundo.

viernes, 30 de marzo de 2018

1988


Decíamos que era un juego.

Nos comportábamos incluso como si lo hubiese sido.

Uno a cada extremo, entre los árboles, apuntándonos con linternas.

Cuando oscurecía, por cierto, decíamos que jugábamos.

Huir de la luz, entre los árboles.

De la profundidad de la luz, huíamos.

Cada vez un poco más lejos, porque decíamos que era un juego.

Ninguno admitía que nos daba miedo.

A veces, incluso, aquello podía ser cierto.

Dejabas de oír, la luz.

Dejabas de verla.

Nos tenían prohibido hacer aquello, pero arrancábamos de igual forma.

Siempre igual hasta aquella vez en que nos alejamos demasiado.

Y llegamos a la oscuridad real, a esa de la que no se retorna.

Sentimos voces.

Alguien diciendo nuestros nombres.

Gritos incluso, aunque todo era mudo, al mismo tiempo, en aquella oscuridad.

Nada iluminaban las linternas.

Nada salvo árboles y a veces un cuerpo caído, similar a nosotros mismos.

Tuve miedo esa vez.

Miedo hasta que alguien de alguna forma me sacó de ahí.

Entonces, mi linterna te apuntó, en la distancia.

Y tras de ti alguien que daba un golpe, con algo que pudo haber sido una pala.

Caías al suelo y no alumbré nada más.

Sé que fue cierto.

Poco después alguien que tomó tu rostro me iluminó y yo fingí que eras tú.

Y la oscuridad misma fingió que se iluminaba y simuló entonces ser mi mundo.

Pero yo he sabido siempre que en el fondo, sigo estando en esa oscuridad real. Espesa.

La verdadera luz no llega, pero debo estar aquí por algo.

Y es que esa oscuridad no sabe matarme, pero agrede.

Y yo apenas sé mi nombre y que guardo luz.

jueves, 29 de marzo de 2018

Si no.


Si no es con despertador no despierta, me dice su apoderada.

Con despertador o despertarlo por la fuerza, claro está.

¿Sabe...? A veces los fines de semana hacemos la prueba y si no decimos nada puede estar durmiendo hasta el lunes.

Puede parecer una exageración, pero una vez tuvimos que viajar un par de días y lo dejamos solo y cuando volvimos todavía dormía.

Lo llevamos al médico, esa vez, pero después de algunos exámenes nos dijeron que no se trataba de un trastorno del sueño.

Aunque igualmente se trataba de un trastorno, sin duda.

Y es que vimos que era en el fondo una cuestión más amplia.

Si no le servimos comida, por ejemplo, no come.

Si no le dejamos ropa limpia y le exigimos, no se cambia.

Si no nos acercamos a hablarle o preguntarle algo, no nos habla.

Si no le damos dinero no nos pide.

Y claro, ahora usted me dice que si no le insiste, no trabaja.

A mí no me extraña, me dice la apoderada.

Lo lamento profe, porque no sé cómo ayudar, pero no me extraña.

Ya, digo yo. Entiendo.Y anoto algo en el libro.

Lo lamenta.

Luego la apoderada firma.

Si no es porque la cito, no viene, le digo entonces, a la apoderada.

Ella no entiende.

Yo elijo, en cambio, no hacerlo.

miércoles, 28 de marzo de 2018

Tengo un virus y vomito.


Tengo un virus y vomito.

Todo el día vomito.

Incluso parte de la noche vomito.

Ni siquiera como, y vomito.

Y claro, sorprende la cantidad de cosas que uno, sin saber, tiene dentro.

Un virus, por supuesto, pero me refería acá a la cantidad de cosas que uno devuelve.

Hablo de vómitos, claro, pero ya sin fiebre, quizá descubra que también hablaba acá de otra cosa.

Quién sabe.

Quién sabe hasta dónde puede llegar uno, me refiero.

Vomitar hasta darse vuelta, como un calcetín.

Y de alguna u otra forma, entonces, quedarse a solas con el virus.

Cara a cara, me refiero.

El virus y uno.

El virus y uno dado vuelta, como un calcetín.

Así, vaciándome, lo espero ahora mientras sigue arrojando fuera de mí algunas sustancias.

Igual como una mujer que arroja tus cosas desde la ventana de un departamento.

Lo dejo hacer.

Vacía la pieza, le digo.

No opongo resistencia.

Vomito todo el día y parte de la noche.

Y es que al final, espero, estaremos los dos.

Y le preguntaré qué buscaba, allá, dentro mío.

O qué encontró.

O cuál era su objetivo al darme vuelta, como un calcetín.

Debo quedar vacío por supuesto, para eso.

Y en eso estoy.

Vomito entonces hasta ser únicamente yo.

Yo y el virus.

Luego hablamos y se va.

Ese es el plan para esta noche.

martes, 27 de marzo de 2018

Una última puerta.


De pequeña la encerraban tras la última puerta.

Estaba al fondo del pasillo y tras aquella puerta había un pequeño cuarto.

No la encerraban bajo llave, pero ella sabía que no podía salir hasta que todo afuera se hubiese calmado.

En el cuarto había poca luz, un mueble con ropa vieja y un sofá.

Su madre la enviaba ahí cuando se sentía más ofuscada y a veces también le hacía un gesto para que se fuera ahí cuando discutía con su padre.

Por lo mismo, ella comenzó poco a poco a comprender que tras la última puerta podía existir también una especie de refugio.

Una zona sagrada, digamos, en que a ella parecían olvidarla, hasta que sentía que era necesario volver a aparecer.

De hecho, ella no recordaba que nunca la hubiesen llamado para salir de ese cuarto.

En este sentido, una hipótesis –absurda, pero hipótesis al fin y al cabo-, proponía que mientras ella estaba permanecía en el cuarto, todos los que estaban fuera la olvidaban, pero cuando salía, salía de su no-lugar y volví entonces a ser visible para los otros.

Su existencia se volvía visible, más bien.

Y claro, así pasaba el día.

Y es que en esas conjeturas se perdía ella mientras estaba en el cuarto, tras la última puerta.

Eso, hasta que descubrió un día, tras el sofá, otra puerta todavía más pequeña.

Y pensó en enviar ahí a otra ella más pequeña, para que también se protegiese, de lo que se oía tras la –ahora-, penúltima puerta.

No sabemos si lo hizo, sin embargo, pues quien les habla no tuvo acceso a esas pequeñeces.

No obstante, como no salió nunca, nos aferramos hasta hoy, a esa única esperanza.

lunes, 26 de marzo de 2018

Una supuesta lógica perfecta.


A través de un aviso llego a comprar una especie de robot que supuestamente tiene una lógica perfecta.

Hoy terminé de armarlo tras una semana de seguir instrucciones que me parecían poco precisas.

Entonces lo encendí y sin siquiera saludar le pregunté de inmediato por el sentido de las acciones de la vida.

-Cualquier cosa que hacemos lo hacemos en el marco de la vida –me dijo-. Vivimos incluso en el marco de la vida. No podría salir de él para hablarte de un fenómeno que solo veo desde dentro.

-¿Y el lenguaje? –pregunté tras una pausa.

-Todo lo que comunicamos lo hacemos en el marco del lenguaje –contestó-. Voluntaria o involuntariamente todo lo que hacemos comunica y está dentro del marco del lenguaje. No podría con lenguaje hablarte de un fenómeno ya que el propio lenguaje que utilizo estaría contenido dentro. Es cuestión de marcos. No sé si entiendes.

-Entiendo, -le dije-. Pero, ¿de qué puedes hablar?

-Puedo hablar de todo –continuó-. Pero desde dentro del todo. Por lo que mi hablar no sería nunca una respuesta sobre algo. Para formular una respuesta hay que salirse de los marcos. Y yo no sé salirme de los marcos.

-Pero lo que acabas de decir –comenté-, me gusté o no, es una respuesta sobre algo.

-Estas son explicaciones –me interrumpió-, no respuestas sobre cosas dadas.

-¿Y me dirás que toda explicación es incompleta, supongo…? –seguí.

-Parcial –señaló-. Pero completa en su parcialidad.

-De acuerdo –dije.

No sé me ocurrió qué más preguntar.

El robot parpadeó un instante. Luego habló.

-¿Deseas saber algo más? –preguntó.

Yo lo pensé un momento antes de hablar.

-¿Sirves para hacer café? -consulté

-Si no me desarmas puedo aprender –me dijo, adivinando mis intenciones.

Desde entonces no le he pedido ningún café, pero al menos sé que puede servir para algo.

domingo, 25 de marzo de 2018

El cumpleaños de Marcos.


De pequeño fui al cumpleaños de Marcos.

Marcos era un vecino de mi misma edad, que vivía a dos casas de la mía.

Tenía una colección de álbumes antiguos, que había heredado de un primo, según recuerdo.

Entre ellos tenía uno del cometa Halley, otro de superhéroes y uno de actrices famosas de Hollywood.

Recuerdo que el día de sus cumpleaños nos dejó ver sus álbumes.

A mí, en particular, me atrajo el de las actrices de Hollywood.

Primero por la belleza de algunas, pero también por pensar que todas las de las primeras páginas, ya estaban muertas.

Marcos me vio tan interesado que me dijo que si despegaba alguna lámina sin dañar el álbum, podía llevármela.

Yo despegué dos.

No sabía quién era una, pero la otra era Jean Seberg.

Las había dejado encima de la mesa cuando nos sentamos a comer y trajeron la torta.

Luego de cantar, sin embargo, cuando Marcos debía apagar las velas, él simplemente se quedó quieto, mirando la torta, sin soplar.

En principio creímos que estaba pidiendo deseos, pero luego nos dimos cuenta que algo grave le había ocurrido.

A los niños nos alejaron del lugar mientras los adultos se agruparon en torno a él.

Luego llegó una ambulancia.

Una señora nos dio unas galletas y a él se lo llevaron.

Antes de irme, fui por las láminas que había dejado sobre la mesa.

Encontré la de Jean Seberg, pero no encontré la otra en ningún sitio.

Nunca supe que actriz era, pero recuerdo una sonrisa y una especie de bufanda negra, enrollada al cuello.

Cuando fuimos al funeral de Marcos estoy seguro de haber visto una mujer igual, entre la gente, pero no le dije a nadie.

Aún conservo, por cierto, la imagen de Jean Seberg, y la guardo como un amuleto.

sábado, 24 de marzo de 2018

Todos los tipos de sinceridad.

“Uno no destruye a un ser que no sabe qué hacer”
P. K. D.

Estuve al menos dos horas en la fila antes de que llegase mi turno.

Durante esas horas había planificado una serie de estrategias que olvidé por completo al momento de acercarme a la ventanilla.

-Disculpe –le dije a la mujer que estaba tras el vidrio-, he estado en esta fila sin saber por qué… tal vez porque fuera de ella todo era todavía más confuso… más caótico… acá al menos soy alguien en una fila y ahora alguien frente a usted…

Ella me miró con desconfianza, desde el otro lado de la ventanilla. Por un instante pensé que apretaría alguna alarma, pero de pronto su mirada se calmó, y entendió que era sincero.

-No le pido nada –seguí-. Ni siquiera una respuesta. He tomado el tiempo que se demora en atender y no le quitaré más que eso.

-¿Cómo puedo ayudarlo? –preguntó ella entonces.

-La verdad es que no lo sé –dije yo-. Pero volveré a estar perdido apenas me aleje de aquí.

-Siempre puede volver usted a hacer la fila –me dijo, comprensiva-. Puede que alcancemos a hablar dos veces más antes que cerremos.

-¿Por qué me dice eso? –le pregunté.

-Porque soy sincera –dijo ella-. Y sé que usted también es sincero. Y entre ambos tenemos todos los tipos de sinceridad.

-¿Todos los tipos---?

-Sí… todos los tipos de sinceridad –repitió ella.

No supe qué decir.

-¿Quiere poner su pulgar derecho en el lector? –me preguntó entonces.

-¿Cree que sirva de algo? –consulté.

-Al menos nos entregará un nombre y un número –dijo ella-. No son coordenadas, pero al menos sabremos cómo llamar a aquello que está perdido.

Entonces puse el pulgar.

Ella dijo un nombre y un número.

-No soy eso –le dije, cuando la escuché.

-Nadie es eso -dijo ella, sonriendo.

No recuerdo que dijéramos nada más.

Tenía ganas de llorar, pero habría sido absurdo, así que me aguanté.

Respiré hondo.

Luego volví, sin apuro, a hacer la fila.

viernes, 23 de marzo de 2018

Un policía llorando.


La hija de Marcia es pequeña y no deja de hablar, mientras almorzamos, respecto a un policía que ella vio que estaba llorando.

-Yo también he visto carabineros raros –le digo-. Una vez vi uno que era rubio.

La hija de Marcia parece no escucharme y sigue con el tema.

No tiene más de cinco años y lo vio cuando salió con su papá hace un par de días.

Desde entonces ya ha hecho dibujos y hasta me ha pedido que le cuente una historia sobre ese carabinero.

-Es solo un carabinero que llora –le digo yo-. Ponle el traje verde a cualquier hombre que llora y ya tienes un carabinero que llora.

-¿Era un hombre que lloraba disfrazado de carabinero? –me pregunta entonces.

Yo lo pienso un rato y luego evito problemas.

-Exacto –le digo-. Era un hombre que lloraba y que se disfrazó de carabinero.

-¿Con pistola y todo? –insiste ella.

-Era de plástico –le digo yo-. No era una pistola de verdad.

-Pero el llanto –dice ahora la hija de Marcia-, ¿era real el llanto?

-¿Me preguntas si en realidad era un hombre que no llora disfrazado de un carabinero que lloraba?

-Sí –dijo ella.

-Pues no sé –dije yo-. Piensa que tienes la oportunidad de elegir lo que quieras creer respecto a ese hombre.

-¿Yo elijo? –pregunta ella.

-Exacto –digo yo.

Ella se queda en silencio, pensativa.

-¿Y qué eliges? –la apuro.

-No sé bien –dice ella-. ¿Qué crees tú que duele menos?

jueves, 22 de marzo de 2018

Señores Varios.


El señor Comienzo dice algo y no se pregunta para qué.

Nada se pregunta, en realidad, el señor Comienzo.

Y es que tarde se encuentra con el señor Destino y el señor Para Qué.

Además, no se trata, para nada, de un encuentro grato.

Lo ocurrido lo relata el señor Recuento, que vive hace años en casa del señor Instante.

Dos veces lo relata hasta que el señor Fatuo nos escucha.

A partir de ahí, sin embargo, el comunicado parece diferenciarse gracias al señor Cariz.

Olvidamos así al señor Primera versión que está sentado junto a un árbol y nos centramos en quienes quedan.

Los ordenamos en fila de hecho, desde el señor Yo soy hasta el señor Residuo.

El silencio de todos ellos se deja oír sobre el que antes llamaban señor Hoja en blanco.

Es algo amenazante, en principio, este último, pero ya se muestra derrotado.

Tal vez ha sido atacado por el señor Insomnio o resultó ser verdad lo de su cambio de nombre.

De esta forma, por absurdo que parezca, el señor  He llegado tarde ingresa justo a tiempo.

Junto a él, el señor Nadie y el señor Sin Más parecer poner fin a este asunto.

Nadie ha disfrutado realmente su existencia, pero el señor Vian acepta y agradece sus visitas.

El señor Final nunca llega, pero su ausencia sirve para recordarlo y permanecer tranquilo, mientras golpean una puerta.

Tal vez sea el señor Salir del paso, que cree haber sido llamado, en algún momento.

Yo, que sé qué es y qué no es cierto, le digo que tal vez puede retirarse.

Y es que el señor Fin del Mundo llegará de un momento a otro, según dicen, e instalará reglas totalmente nuevas, si dios quiere.

miércoles, 21 de marzo de 2018

Jugar al póker contra George Perec.


I.

Jugué al póker contra George Perec.

Él relata que jugaba solo, pero en realidad yo jugaba contra él, cuando él creía jugar solo.

Una vez se sumó a la partida Ítalo Calvino, pero todo fue un poco más incómodo.

De hecho, el propio Calvino pidió disculpas al retirarse y nunca más regresó.

Y es que por lo general se trataba de un duelo exclusivo.

Yo contra George Perec, digamos.

Aunque debo admitir –muy a mi pesar-, que él nunca lo supo.


II.

Tenía suerte el hueón.

Cuando apostábamos libros parecía ganar solo cuando le era conveniente.

Yo perdía una primera edición de Maupassant.

Luego él perdía un fascículo de gramática rusa.

Una vez por ejemplo, estaba seguro que yo ganaría así que aposté a Kierkegaard.

Yo tenía un póker en mano y él estaba jugando una colección bastante antigua de filósofos franceses.

Fue entonces que, justo al momento de atraer el premio Perec revela una escala real.

Y se llevó a Kierkegaard y hasta el plagió una página entera en una de sus últimas obras, sin que nadie se dé cuenta.


III.

No me cae mal, Perec, salvo cuando tiene suerte.

Y es que podríamos hablar de otras cosas, si no fuese yo el único que pierde, con aquel juego.

Entonces para compensar y para reírse se deja un par de manos, dice que hará un personaje basándose en mis características.

¿Y cómo será el personaje?, le pregunté tras su noticia.

Como tú po, hueón, me dijo Perec que ya había adoptado unos modismos.

Igualito que tú si tiene tus características.


IV.

Jugué al póker contra George Perec.

Perdí treinta y ocho primeras ediciones y dos libros autografiados.

Él en tanto perdió quince fascículos de gramática rusa, y como veinte novelas resumidas, para escolares.

No sé por qué se veía triste si ganaba casi siempre.

Tal vez era porque creía estar solo y ganarse uno mismo no parece tener mucho mérito.

O tal vez simplemente no sabía qué hacer con los triunfos.

Uno nunca lo sabe.

martes, 20 de marzo de 2018

Un universo grande y un universo chico.


Hay un universo grande y uno chico.

Usted debe elegir uno.

No hay más universos.

De hecho, hasta antes que elegimos, no estamos en universo alguno.

La vida, de hecho, es el periodo destinado simplemente a tomar esta elección.

No nos enteramos de forma directa, pero yo se lo digo aquí sin más.

Principalmente porque es  una verdad suprema, y nadie las rastrea en un blog que ya nadie visita.

Por otro lado, cuando nos plantean la elección, existe premura.

Y ante la premura, todos sospechan que hay trampa, o que existe un dios justo tras la incógnita y tardamos tanto en responder que nos quedamos en el vórtice.

Entiéndase aquí el vórtice como el flujo que existe entre ambos universos.

Salvo que este flujo, extrañamente, no posee vorticidad.

Entre otras cosas, no posee vorticidad porque no existe aquí el concepto de punto del flujo.

Además este vórtice suele arrojar fuera de sí a todo aquello que no esté dispuesto a convertirse en vórtice él mismo.

Yo acepté, por ejemplo, y ahora soy el vórtice.

Y desde aquí observo los dos universos.

Ambos universos tienen forma de papa.

Una papa grande y una papa chica.

Usted debe elegir alguna.

Individualmente y sin saber lo que los otros eligen, por cierto.

Que yo sepa nadie juzga, así que no se complique.

Si hay o no hay dios es lo mismo para ambos universos.

Si la existencia o postexistencia tienen o no sentido es lo mismo en ambos universos.

Su respuesta de hecho, es prácticamente una anécdota.

Un accidente minúsculo, digamos.

Pero es el único accidente que usted verdaderamente está llamado a cometer.

Y es que no va a explotar ninguno de esos universos.

Tampoco uno va a ser devorado por el otro.

Simplemente está el universo grande y el universo chico.

Y permanecen así decida usted uno o decida el otro.

Yo le advierto para que lo piense con tiempo, pero lo más probable es que cambie abruptamente al final de sus días.

Casi todos lo hacen

Y usted, por cierto, no es diferente a los demás.

lunes, 19 de marzo de 2018

Florencia, leche y cereal.


Florencia no se olvida del cereal.

Está en un dispensador, sobre la mesa de la cocina.

La leche en el microondas para que la entibie.

El platillo para juntar ambos está también sobre la mesa, y debe quedar limpio.

Se lo han dicho decenas de veces, desde hace años.

Y ella hace caso, aunque sus padres ya no están en casa cuando ella desayuna.

No le gusta el cereal.

Tampoco le gusta la leche tibia.

Mientras desayuna piensa en eso.

Piensa en que hace lo que no le gusta.

También piensa que no le costaría nada arrojar la leche por el lavaplatos.

Ni tampoco sería difícil botar el cereal.

Tal vez este último pudiera meterlo en una bolsa y arrojarlo fuera de casa, para mayor seguridad.

Mientras piensa en esto se lleva una cucharada de cereal a la boca.

Es extraño, piensa Florencia, mientras se da cuenta que está comiendo aquello que piensa botar.

Es extraño, que podamos dividirnos de esta forma.

Entonces se pone de pie para lavar su plato.

También la taza en que estaba la leche y la cuchara que ocupó.

Mientras lo hace siente que está al fondo de sí misma, asqueada de leche y cereal.

No es dividirnos, piensa entonces.

Es llevarnos dentro y no escucharnos.

A mamá no le gusta el trabajo.

A papá no le agrada llegar a casa.

Eso piensa Florencia.

Ya ni sabe si quiere vomitar o llorar un poquito, antes de irse a la escuela.

Finalmente no se decide por ninguna de las dos.

Simplemente se lava los dientes y toma su mochila.

Frente a la puerta de salida se detiene, sin embargo.

Algo en su interior, la detiene.

Algo puro, en su interior, la detiene.

domingo, 18 de marzo de 2018

Ni accidente ni truco.


Mauricio me cuenta que su padre trabajaba de mago. Él lo acompañaba cuando era pequeño y hasta participaba en algunas de sus actuaciones. Al parecer no se trataba de grandes actos, pero al menos le alcanzaba para ser el número central en algunas fiestas de cumpleaños o en celebraciones de pequeñas empresas. Fue en una de esas actuaciones cuando el padre de Mauricio murió mientras realizaba un truco. Al parecer, debía tomar varios litros de agua a una gran velocidad, como parte de uno de sus números. Mauricio no lo comprende muy bien, pero al parecer murió simplemente por eso. Por tomar demasiada agua en pocos segundos. Es decir, no hubo accidente ni truco en aquella muerte. Solo un riesgo innecesario, digamos. Una muerte y nada más.

Luego de esa muerte Mauricio se fue a vivir con sus abuelos. Y es que su madre se enojó tanto por la muerte de su esposo que no podía evitar sentirse molesta también con su hijo, al que culpaba de haber sido colaborador y cómplice en esa especie de abandono.

Tal vez por lo mismo, la madre de Mauricio terminó por salir del país con una nueva pareja y dejó definitivamente a su hijo para que viviera junto a sus abuelos, comprometiéndose a llamar al menos para su cumpleaños y enviar regalos para navidad.

Mauricio me cuenta que su madre ha cumplido al menos con eso, desde entonces, aunque agrega que incluso su padre se le aparece más que ella, desde que murió.

Cuando se le aparece, su padre está siempre con un vaso de agua en una mano, vestido con sus atuendos de mago. No le dice nada, pero al menos lo acompaña sin molestarlo ni aburrirlo en lo absoluto.

A veces, mediante movimientos, Mauricio me cuenta que su padre intenta enseñarle algunos trucos, pero él se niega rotundamente.

Ni accidentes ni trucos, vuelve a decir Mauricio, al terminar. La vida es la vida y la muerte es la muerte y no hay más.

Luego se va a hacer otras cosas hasta que desaparece su padre.

No creo, por cierto, que haya comprendido su mensaje en lo absoluto.

sábado, 17 de marzo de 2018

Encontrarse un muerto.


I.

No sé si ustedes se han encontrado un muerto.

Yo una vez me encontré dos.

Fue cerca de Alto Hospicio, en un sector bastante alejado de la zona residencial.

Estaban sentados, apoyados contra una pared que se encontraba en medio de un lugar desierto.

A uno de los cuerpos se le había acercado un pájaro a picotearle el rostro.

El otro estaba un poco caído, hacia un costado.

Los miré por largo rato, esperando a que reaccionaran.

Pero por supuesto no lo hicieron.

Y claro, fue recién en ese instante que me di cuenta que estaban muertos.

Los dos.


II.

Uno de los cadáveres correspondía a un viejo.

El otro, al parecer, a un adolescente.

Ninguno tenía señales de violencia salvo la piel reseca, dañada por el sol.

Observé entonces el lugar, con ánimo de investigar.

No encontré pertenencias cerca de los dos cadáveres.

Hasta ahí duró mi investigación.

El resto era especular.


III.

Como no usaba celular y no tenía cómo avisar a carabineros u otras autoridades, me quedé a solas con los dos cuerpos, en medio de la nada.

Así, pasó todo un día, hasta que me acostumbré a su presencia y comencé a cavar.

Improvisé una pala con un trozo de latón que encontré en las cercanías.

No lograba avanzar prácticamente nada.

Por lo mismo, finalmente, los volví a su situación inicial.

Un día después, di aviso anónimo a carabineros, quienes fueron al lugar y recogieron los cuerpos.

En los periódicos de la época se habló de un solo cuerpo: el del viejo.


IV.

A lo que más se parecían los muertos era a los vivos.

Ese fue un apunte que hice en una libreta, que usaba en ese entonces.

No sé bien a qué apuntaba o si simplemente era una frase cualquiera.

El caso es que llené varias hojas con apuntes, en esa ocasión.

Lamentablemente, fui lo suficientemente cobarde para no preguntar nunca por el cuerpo más joven.

Por lo mismo, no veo en los apuntes, nada que sea de real importancia.


V.

Nunca más he vuelto a encontrar un muerto.

Me fijo siempre, en todo caso, cuando encuentro gente en el suelo, o dormitando por ahí.

Y es que me ha quedado impreso firmemente el recuerdo de lo ocurrido en aquel entonces.

A pesar de esto, sin embargo, el rostro del cadáver joven, lo he olvidado.

Y hasta debo reconocer que he llegado a poner en duda, si realmente encontré uno o dos cadáveres, en esa ocasión.

A lo que más se parecen los muertos es a los vivos, les contaba que anoté en esa ocasión.

Tal vez debí anotar que a lo más que se parecen los vivos es a los muertos.

Y es que sospecho que ahí habría estado la clave de lo que sucedió realmente.

Si es que a alguien le hubiese importado comprenderlo, por supuesto.

viernes, 16 de marzo de 2018

Bulgakov habla con Stalin.


Bulgakov habla por teléfono con Stalin.

La primera conversación habría ocurrido el 18 de abril de 1930.

En ella, Bulgakov hace una serie de peticiones a partir de la persecución que, como escritor, sufre por parte del gobierno soviético.

Si bien no logra ninguna de sus peticiones, Bulgakov consigue al menos programar una nueva conversación con el líder soviético, a realizarse en septiembre de ese mismo año.

Lamentablemente, esa conversación no se da en esa fecha, aunque tiempo después es el propio Stalin quien intenta comunicarse con Bulgakov, de forma urgente.

Esa conversación se realiza el 14 de Mayo de 1938.

He soñado en reiteradas ocasiones que usted viene a mí en medio de la noche y me corta a la fuerza mi bigote, dice Stalin.

Lo lamento, contesta Bulgakov.

Stalin se queda en silencio.

No deseo quitarle su bigote, señala Bulgakov.

De hecho, agrega el escritor, usted sabe lo que deseo. Se lo he dicho varias veces en mis cartas.

Pues sería más fácil que me quite usted el bigote, dice Stalin

Ninguno de los dos ríe.

Ambos quedan en silencio.

Quiero que usted envíe una carta donde exprese bajo juramento que no pretende usted arrancarme el bigote, dice entonces Stalin. Si quiere, tras eso, puede volver a realizar sus peticiones.

Poco más se dijo en esa conversación.

Un par de días después, Bulgakov escribe lo solicitado por Stalin.

El gobernante guarda esa carta en su gabinete, pero no accede a ninguna de las peticiones del escritor.

Dos años después Bulgakov muere, no sin antes escribir una última carta a Stalin, donde le confiesa que en sueños, ha logrado arrancarle su bigote en reiteradas sensaciones.

Y usted es uno más de nosotros en ese entonces, le dice en esa carta.

Tal vez pueda agradarle, en el fondo, aquella sensación.

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